martes, 26 de mayo de 2009

REQUIEM

REQUIEM


Allí lo encontré. Sentado, paciente, con la mirada fija en mi, esperaba ser visto y escuchado. Solo me pidió unos momentos de dedicación para contarme su vida. Allí estaba, sentado sobre una gran piedra, en la arena. Pálido, transparente, pero su armadura brillaba como el sol del mediodía, cegándome con sus destellos, empuñaba su es espada, y la agitaba cada vez que ponía mas énfasis en explicarme algún detalle de su relato, intentando vivirlo de nuevo.
Yo era el primer hombre con el que conseguía hablar desde su ultimo dialogo terrenal. Intente explicarle como pude todo lo sucedido desde entonces: donde estábamos, quienes y como éramos ahora los españoles. No me entendió, me escuchaba absorto, intentado encontrarle algún sentido a lo que estaba escuchando.
Poco a poco fue convenciéndose de su triste realidad, mientras cambiaba la expresión de su cara, intentando transmitirme con ella su angustia hasta que, al fin, reconoció el hecho cierto de su muerte. Le prometí contar su historia, buscar a su familia y contarles su verdadera historia y restaurar su buen nombre, nombre que olvide preguntarle.
Lo único que me pidió por ultimo, fue que lo llevara a descansar a un patio de ocho pares de finas columnas árabes, en cuyo centro, una alberca de agua clara, con peces de colores, lo repescara.
Se lo prometí, observando como desaprecia su figura, mientras de su cabeza, creía con extrema lentitud la única prueba física de la autenticidad de esta mi historia: el morrión.


FIN.

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