jueves, 30 de abril de 2009

XIII D. LUIS DE TORRES


XIII D. LUIS DE TORRES

El sol empezaba a ocultarse tras las cercanas montañas que rodean la vega granadina, con el acostumbrado espectáculo multicolor con que regala a los privilegiados habitantes de dicha vega, día tras día. Parece un intento, por parte de Dios de resarcir a este pueblo de tanto dolor y sufrimiento recibidos durante los últimos años del reinado de Boahbil “El Chico”, en los que tanto él, como la Alhambra y sus moradores, resistieron hasta el final para no abandonar su Al-Andalus.
Siempre nos hemos empeñado los españoles en despojar a los contrarios de todo aquello que poseen. No somos capaces de respetar sus nombres, menos aún su religión, hacienda y costumbres, por mucho que hayan demostrado hidalguía, nobleza y cariño por su tierra. Nosotros, impulsados por la “siempre justa” Ley de Dios, en manos de sus representantes más directos, hemos aplastado todo aquello que se nos ha interpuesto en el camino, sin reparar en nada y, lo que es peor aún, creo que así continuaremos hasta que el mismísimo Dios no cambie sus propios representantes. Este es el principal problema personal con Dios, ¿Cómo permite que sus pastores actúen como actúan? ¿Por qué se empeñaban en intentar evangelizar a estos pobres indígenas, con la misma saña que nos lo impedían los romanos nos quemaban, o arrojaban a los Leones, por el simple hecho de reconocernos que cristianos? ¿No estaremos nosotros haciendo lo mismo? Quiero pensar que Dios crea a cada ser con su propio destino y dejando que sea este quien elija la forma más correcta para llegar hasta él. De cualquier forma, modo o camino, Será el quien únicamente nos juzgue y, sobre ese concepto, intento llevar mi vida y mis acciones, pero de todo esto solo cuando nos acoja en su seno, estaremos completamente seguro?
Cuando más ensimismado estaba, oí un gran revuelo en la entrada de mi casa. Al salir me lleve una gran sorpresa allí estaba D. Luis de Torres, Rodrigo y mi hermano Luis, con los dos únicos indígenas que pudieron soportar el viaje y el radical cambio de vida. Traían numerosas noticias, que mi hermano Luis empezó a relatar.
hace justo seis días, llego a Sevilla D. Luis – aquí presente-.
Hace una semana que llegó D. Luis. En vista de la desaparición de Padre Jesús y de que el Procurador General, D. Juan González, no daba la menor importancia al asunto, decidimos trasladarnos a Granada para ponernos a las órdenes para lo que haga falta. D. Luis como ahora os relatará, tomo buena nota de todo lo sucedido en el poblado de Nueva Coin. Esto, junto con el testimonio de Rodrigo y los comentarios, que aunque poco válidos, de los indígenas, el Padre Jesús tiene pocas posibilidades ante el Juicio del Santo Tribunal, aunque tratándose de la Iglesia, habrá que tener mucho cuidado. Comienzo el relato, dirigiéndose a mi padre, quién pregunto a D. Luis.
- Veras! Después de tu marcha, empezaron a venir indígenas, contándome las atrocidades del Padre Jesús, y la verdad, una cosa es la evangelización de los indígenas y otra bien distinta su esclavización mal trato. Ya que me habían llegado noticias de que fraile llamado Sahagún, relataba ciertos desmanes por parte de los españoles. No creo que Dios acepte esto y menos que se haga en su Santo Nombre. En este contexto entran las acciones de Padre Jesús. En mi opinión, no creo que este tema interese mucho a los Franciscanos que llegue al Santo Tribunal, puesto que sería mucho más perjudicial para ellos que para vuestro hijo. Además de con mi declaración a favor del mismo, debemos tener en cuenta los siguientes aspectos: para acusar a alguien, lo primero que exige el Santo Tribunal es la absoluta solvencia del acusador. Segundo, que este no se amigo ni enemigo del acusado y tercero, que los testigos sean imparciales. También puede el acusado rechazar las acusaciones de los que pueda demostrar que tienen algún motivo personal en su contra. Así mañana, más descansados, analizaremos punto por punto. Ahora, acabó diciendo, refrescarnos con poco de vuestro buen vino, que bien lo tenemos merecido.
Por fin pude estar a solas con Rodrigo, al que no veía desde mi partida de Sevilla. Estaba mucho más tranquilo. Volvía a ser el mismo hombre frío y responsable, dándome innumerables consejos sobre lo sucedido. Esa misma noche fuimos a un bodegón cercano a la Antequeruela, donde casi vimos amanecer y digo casi, porque el tabernero se empeño en echarnos.
Por la mañana, tras el desayuno, nos reunimos alrededor de una mesa bien surtida de viandas, agua fresa y buen vino, por temprano que fuese para tomarlo. Cuando estuvimos todos presente, comenzó a hablar mi padre, haciendo una breve introducción y pesando la palabra a D. Luis de Torre, quien comenzó a decir: ¡Bueno!, Lo primero de debemos tener muy en cuenta es la fuerza que tendremos enfrente en el caso de que, tanto el Padre Prior, como el Padre Jesús, lleguen al acuerdo de presentar como definitivas las acusaciones ante el Santo Tribunal. Sin embargo, el primer punto a poner sobre la mesa es el de la solvencia del acusador. El Padre Jesús de solvencia, nada, pero como todos buen sabemos, los sacerdotes tienen el respaldo de la Iglesia y de sus respectivas ordenes, en este caso, de los Franciscanos, que no son de los más pobres. Donde debemos estar duros es en el tema de la amistad. Como sabéis, las envidias del Padre Jesús fueron siembres muy claras y conocidas por todos. Deberemos utilizar este término para basarnos en el echo de que el Padre Jesús, lo que quería era hundir moral y públicamente a nuestro querido amigo en común para, de ese modo, aumentar su propio prestigio y ego. Por ultimo creó testigos podría presentar el Padre Jesús, con la suficiente pero moral, que no fuesen parte interesada en el letigio. Pero, de todos modos, insisto en que debemos frenar aquí, en Granada el tema, impidiendo que este llegue al Santo Tribunal. Nuestras, me encargaré de averiguar lo que hayan avanzado los calificadores y que me una referencia exacta del estado de este tema. Y todo ello, sin contar con mi declaración, que será definitiva, llegado el preciso momento.
- ¿Qué te ha hecho ponerte tan a favor de mi hijo? Indagó mi padre, más cuando ibas como fiscal y obligar regresar de forma tan rápida a mi hijo.
- Ya lo he explicado de algún modo, fueron los indígenas quienes, con su actitud, demostraron que tu hijo no estaba tan descaminado. Al fin y al cabo, son hijos de Dios y, como tal hay que empezar a tratarlos.
Así continuamos toda la mañana. El que no abrió la boca fue Rodrigo, extraño comportamiento este, lo que me animo a preguntarle cuando fuimos a pasear.
Rodrigo no has abierto la boca
Yo, ¿para qué? ¿Qué tengo que añadir yo, después de todo lo dicho por D. Luis? No te preocupes que ya hablaré yo cuando haga falta.
Continuamos caminando hasta volver a casa para comer. Estábamos a los postres cuando nos trajeron la noticia de la llegada al convento del Padre Jesús. No habían conseguido verle, por llevar la cara totalmente hundida entre las telas de su túnica. Lo metieron a volandas desde el coche, lo que extrañó a los allí presentes. Mucha protección y cautela, para un simple fraile pensamos todos. Ya conseguiría alguien enterarse de lo que pesaba con tanto misterio.
Al día siguiente, muy temprano, como era de esperar, fuimos todos a ver al Prior. En principio nos negó la audiencia, alegando encontrase sumergido en sus oraciones. Nos comunico que nos recibiría hacia el mediodía, así pues, mientras tanto, nos sentamos como una pandilla de chiquillos bajo la sombra de unos cipreses junto a una fuente, que alegraba el patio contiguo al principal del convento. Entre cantos de pájaros, curas y el continuo y relajante sonido del agua, terminamos todos en un reparador sueño. Los demás no puedo asegurarlo pero yo si estaba seguro de que estaba dormido cuando llegaron a avisarnos. Empujé a Rodrigo quien cayó de espaldas sobre los incómodos chinos del patio, ¡que buena construiré la sevillana, menos chinos y más albero! murmuraba Rodrigo mientras se incorporaba del tropiezo y se quitaba los chinos que le habían quedado pegados al cuerpo.
De nuevo empezamos a subir esa absurda escalera, que podría haber construido con la mitad de peldaños, ya que no levantaban medio palmo cada uno, pero conociendo a estos Franciscanos seguro que tenían alguna utilidad.
Esta vez, los frailes que paseaban no se atrevieron a mirarnos. Íbamos tan seguros que, en aquel instante, podíamos con cualquier cosa. Al ponernos delante del Padre Prior, no dejamos que empezara, con alguna de sus costumbradas “tretas”, para desviar la conversación a su terreno.
- Padre, le presento a D. Luis de Torres, al que con tanta ansiedad esperabais, empezó mi Padre con dirigente tono, podeis poner atención a sus palabras o, por el contrario, hacerle cuantas preguntas queráis. D. Luis, queda a vuestra entera disposición.
- Espero que haya tenido vuestra Merced un buen viaje de regreso.
- Sí! Bastante bueno, gracia a Dios y a la siempre imprescindible ayuda de María Santísima.
- Bueno, contadme D. Luis.
Comenzó a relatar, según él, todo lo acontecido, con esmera dedicación a aquello que más significancia podía tener para mi defensa. Cuando terminó, tomo nuevamente la palabra el Padre Prior.
- Según escucho con atención, su hijo un verdadero Santo, le comentó a mi Padre, mientras clavaba su mirada en mis ojos.
Mi hijo no es un santo, pero tampoco, estad seguro, lo quemaran en ninguna hoguera y, menos mientras alguno de los aquí presentes vivamos para impedirlo. Así que déjese de monsergas e intentemos arreglar este asunto, de una vez por todas. ¿Cuánto costará arreglarlo…, padre?.
- Vuelvo a repetirle, que el Santo Tribunal lo decidirá, contestó indignado. Después de hablar con el Padre Jesús, que como ya sabrá, esta con nosotros, y que me repite una y otra vez, una versión bastante distinta a la vuestra, pensamos apoyarlo hasta el final en este asunto. Espere, y verá como se lleva una desagradable sorpresa.
- Padre, empecé a dirigirme a él, con toda la rabia contenida durante tanto tiempo, son tantas las atrocidades que he visto, que ni Vos mismo en persona lo hubiese permitido. Ante tanta injusticia, desobediencia, envidia, maldad y cobardía, ¿Cómo estar allí y permanecer impasible ante tanta atrocidad? Le recuerdo unas palabras de San Agustín que viene ha mi memoria sobre este tema: “podéis arrastrarme y colocar allí mi cuerpo, pero ¿Cómo obligaréis a mi espíritu y a mis ojos a fijarse en tales espectáculos?, yo no estaré presente: y vosotros, vosotros y ellos, sentiréis vergüenza”. Lo mismo le digo, Padre: no permitiré, mientras viva, que hombres como el Padre Jesús esclavizan a los indígenas en el Santo Nombre del Señor.
- Estáis muy seguro, para decir lo que decía. Espero que ante el Santo Tribunal, os mantengáis tan entero.
- Dios, no lo dudéis, estará conmigo.
A continuación y sin mediar palabra salimos y regresamos a casa. Deberíamos solucionarlo de inmediato. Mi padre, en un ataque de soberbia, decidió tomar la iniciativa y, aprovechando la estancia del Emperador en Sevilla, plantarse ante él y pedir su intervención en el asunto, llamando al orden al Padre Prior. Partió al día siguiente, nada más despuntar el día. Se llevó con el a nuestro infatigable amigo D. Rodrigo, acompañado por diez hombres más como escolta durante el viaje. Impidió que le acompañara, ya que creía mucho más serio, presentarse solo ante el Emperador, en vez de con su hijo, el “ofendido”.
De nuevo me tocaba esperar. Cada día me gustaba más Granada. Intentaba descubrir algo nuevo, y esta vez, con la agradable compañía de mi hermano Luis, al que en principio no le gustaba demasiado la idea de quedarse en la ciudad, pero que tal y como la iba descubriendo, cambiaba de opinión al respecto. Un día, después de contarle la odisea de quedarme dormido toda la noche en el Generalife y, detallarle el fausto espectáculo del amanecer, me obligó a pasar esa misma noche en los jardines, ya que quería sentir esa misma sensación. Así avisamos de ello al servicio y, en medio de aquel frondoso jardín, fuimos contemplando como poco a poco, se cubría el cielo de más y más estrellas.
Dos días después, tras recuperarnos de la “nochecita” en el Generalife, en la que nos cayó encima toda la “rocía” del mundo, salimos a tomar unos vinos a un bodegón al que solíamos ir con asiduidad. Una vez en su interior, observamos como unos franciscanos levantaban mas y mas la voz, a medida que bebían más vino, cuando estuvimos seguros de que este había empezado a hacer efecto, nos acercamos a ellos con la intención de aprovechar la situación, e intentar sonsacar toda la información que pudiésemos sobre el Padre Jesús.
- A la paz de Dios, hermanos –saludo mi hermano Luis, mientras nos sentábamos a su mesa.
- Que ella sea con vosotros, sentaos, contestaron al unísono.
- Tabernero! tráiganos unas jarras de algún vino mejor que éste, grito mi hermano, mientras me miraba irónicamente.
- ¿Bueno, hermanos… de paseo? pregunté
- Si, porque llevamos unos días en el monasterio que para que le vamos a contar.
- ¿Mucho ajetreo?
- ¡jaleo! Si vuestra merced supiersa, tres días sin dormir llevamos.
- ¿Y a que se debe? ¿Estáis de ejercicios? Indagó con intención mi hermano, a los cada vez más parlanchines frailes.
- ¿De ejercicios? Si. Que más quisiéramos que estar de ejercicios
- ¿Entonces, de que os quejáis?
- No se ofenda vuestra merced, dijo uno de los franciscanos mirando muy fijo a Luis, pero es que lo que ocurre en el monasterio, no podemos contarlo, al estar bajo secreto de confesión…, ya me entiende lustra merced, no
- Sí hombre, no se preocupe, que no tiene importancia. Era solo por puro gusto al cotilleo. Como comprenderá, hermano, ¿Qué interés íbamos a ternera nosotros así lo que ocurra en un monasterio? ¡tabernero, más vino!
- ¡Eso, más vino! Que un día es un día y vuestras mercedes parecen buena gente, gritaron los curas.
- ¿Sois de Granada hermanos?, bueno, perdón pregunto si sois de esta comunidad de Granada o estáis simplemente de paso.
- No! ¡que va!. De Granada no somos. Hemos venido escoltando a un hermano de Sevilla, para que vea al Prior por algún asunto.
- ¿Desde Sevilla? – pregunto mi hermano con la certeza de haber dado casualmente, nada más y nada menos, que con los acompañantes del Padre Jesús.
- Si, desde Sevilla, ¡Menudo viaje que nos ha dado el hermano!
- El hermano
- Bueno verán Vuestras Mercedes, ese precisamente el secreto. Pero ¡que importa! Vosotros no vais a ver al Padre Prior a contarle lo que decimos., ¿no?
- ¿Nosotros? replicamos los dos al mismo tiempo. No hermanos, no. Que se nos ha perdido a nosotros en su convento. Además mi hermano, decía Luis, mientras apoyaba su mano en hombro, tiene la promesa de no pisar un convento hasta que en ello permitan entrar mujeres. Terminó diciendo entre las carcajadas de todos.
- ¿Qué más da? Os lo contamos – dijeron ya completamente borrachos.
- Se trata de un hermano que ha regresado de una misión en las Indias, donde por lo visto, ha tenido numerosos problemas con el Capitán responsable de la misma. Por lo que hemos entendido, resulta que este hermano, tal como volvió, fue entrando poco a poco, en una cada vez más profunda depresión, hasta terminar pendiendo la “chaveta”. El pobre se pasa todo el día echando escupitajos a todos los que pasan, y maldiciendo continuamente a Dios y todos sus Santos, tanto, que se cree que está endemoniado, por lo que están realizando exorcismo. No sé por que extraña razón dice el Prior que es urgente que se recupere de inmediato, cuando lo normal es que ya se le estuviera quemando. Yo personalmente, no creo que vuelva a recuperarse de esta.
- Así que el Padre Jesús, esta loco. Dije en voz alta sin darme cuenta de con quien estaba hablando.
- ¿Le conocéis? Preguntaron los frailes extrañados.
- No, si lo has dicho tú antes. Reaccione de forma tan oportuna como rápida.
- Ahí. Dijeron tranquilizándome por ello.
- Bueno, ¿Estáis seguros de ello?
- Claro! ¿No digo que llevamos varios días sin poder pegar ojo por los continuos gritos del hermano Jesús y sus exorcistas? ¡menudo jaleo arman! Lo que no me explico, es como no lo sabe ya toda Granada.
- Bueno hermanos, nos dijeron, contamos con vuestra discreción, vamos a regresar al convento.
- ¿Cómo? Dudáis de ella.
- ¡No! dijeron todos a la vez.
- ¡Pues…, con Dios ¡Dejad! ¡tabernero! No cobréis lo que los frailes, que yo me encargo. Terminó diciendo mi hermano en voz alta.
- Gracias y hasta otra, que sea pronto.
- Cuando queráis. Con dios.
¡Ya lo teníamos!La casualidad nos lo ponía justo ante nuestras narices. Ahora solo hacia falta esperar el regreso de mi padre y desenmascarar al Padre Prior.
Los días que transcurrieron hasta la vuelta de mi progenitor, se hicieron interminables, solo alegradas por la continuas correrías de mi hermano Luis, que de no gustarle Granada, había pasado a no dejar ni un bodegón por visitar, un día si y otro también. Empezábamos a ser más conocidos de lo recomendable, pero nos daba exactamente igual. Mi problema parecía haber desaparecido, como por el mismísimo diablo ¿Qué validez tendrían las acusaciones contra mi, ante el Santo Tribunal, cunado estas estaban realizadas por un poseído del diablo?
Cuando por fin apareció mi Padre, dejamos que nos contara antes él lo que traía de Sevilla, para después, relatar nuestra magnifica noticia. Empezó a contarnos lo sucedidos al llegar a Sevilla se entrevistó con algunos amigos suyos muy cercanos al Emperador, indagando las posibilidades reales de conseguir sus propósitos. Lo teníamos más o menos fácil. El Emperador andaba metido en muchas guerras a la vez, y esto consumía muchísimos recursos económicos y, por muy poderos que fuera el Santo Tribunal, más poderoso es el dinero.
La suprema, que, como sabes, controla al Inquisidor, está dominado por nobles, fieles colaboradores y amigos de mi padre, así pues todo se arregló, sin llegar siquiera a entrevistarse personalmente con el Emperador. Bastó el anuncio del envío de una nueva expedición a las indias, sufragada con el dinero de mi familia, para que se despejaran todas las dudas. Aquí traigo los documentos necesarios para convencer al Padre Prior de desistir en su intento de alargar este asunto, del que intenta claramente sacar el máximo provecho.
Entre los documentos venía uno, donde los calificadores decían encontrar herejía en ninguno de los hechos por los que se me acusaba ante el Santo Tribunal, aparte de la debilidad de los testigos, por lo que desestimaban pasar dichas acusaciones a la calmosa. La suerte estaba echada. Si además de esto, le añadimos nuestra averiguaciones sobre el Padre Jesús. Era de suponer la gran alegría que nos embargó a todos en aquellos momentos. No pasar a la calmosa, el Padre Jesús endemoniado y, por si fuera poco, el compromiso de mi padre a pagar una nueva expedición a las Indias, aunque, por el momento, eso era lo menos importante.
Al día siguiente, al alba, ya estábamos todos en pie y vestido con nuestras mejores galas, dispuesto a presentarnos ante el Prior. Esta vez pasamos por el monasterio como si lo hubiésemos conquistado y fuésemos a fijar las condiciones de la rendición de la plaza, que, bien pensado, al fin y al cabo era a lo que íbamos.
Como de costumbre, no nos quiso recibir en ese preciso momento, pero de una patada mi padre dio en el portalón de su despacho, entramos, sin mía dilatación ni permiso, donde estaban reunidos el Prior y algunos frailes. Seguro que como engañarnos. El vernos entrar de ese modo, hizo retroceder sobre sus pasos a estos frailes, hasta sentarlos en sus sillas correspondientes.
- ¿Cómo os atrevéis a entrar así en mi despacho, sin mi permiso?
- Porque no dispongo de mucho más tiempo que perder con Usted. le contesto
- Podíais haber esperado al menos a que terminara de empachar con estos hermanos, con quienes estoy reunido ¿no?
- Pocos asuntos más vais a poder dempachar Vos, si no os avenís a razones padre Pior.
- Bien, pues… decidme ¿a que viene tantos humos?
- ¿Cuál fue, Padre, la última oferta que le hice?
- Un miserable millón de maravedíes! ¡un miserable millón por la vida de vuestro hijo!
- Consideradlo perdido prior, le contestó mi padre
- ¿Cómo?
- Si, lo que habéis escuchado; ni un maravedí más para vuestra orden, a no ser que traigáis ante nuestra presencia al Padre Jesús.
- Imposible, el Padre Jesús se encuentra enfermo.
- ¿Enfermo?, o poseído por el mismísimo diablo.
- ¿Qué decís? ¿Cómo os atrevéis? Se encuentra enfermo, nada más.
- Traedlo de inmediato a lo buscaremos nosotros por todo el recinto.
- ¡Como gustéis! Nos contestó el Prior.
- ¿Es que lo habéis sacado del monasterio Prior?
- No, solo que cuando lo encontréis, le veréis en malas condiciones, a causa de su grave enfermedad.
Salimos del salón seguidos por el Prior y todo su séquito. Empezamos a buscar por todos los rincones, pero sin resultado positivo para desesperación de todos. Cuando creímos que no lo encantaríamos en el interior del convento, vimos pasar a los frailes que encantamos.
- ¿Dónde esta el Padre Jesús? Le pregunto enfurecido.
- ¿No eres tú uno de los del otro día? Si y ese es tu hermano.
- Sí en efecto, pero responded que es importante.
- ¡Me engañasteis!
- Si, pero ahora no importa eso. Dime donde está el Padre Jesús.
- ¿Por qué?
- Porque lo digo yo, amenazándolo con la espera en la mano.
- ¿Cómo se atreve?
- Me atrevo a todo. Dime, por última vez, donde esta o cometo una locura ahora mismo ¡vamos!.
- Escondido en las caballerizas.
Partimos hacia allá y lo encontramos. Estaba oculto entre las pajas, como si de algún animal se tratara. Lo sacamos. La mirada la tenía perdida y no paraba de gritar, gesticular y decir freses sin sentido. Tanta lástima daba, que decidimos llevárnoslo a casa cuidarlo y hacer lo que estuviese en nuestras manos. Para ello nos dio su autorización el Padre Prior, quien viéndose descubierto, no tuvo mío remedio que aceptar todas nuestras exigencias, ya que de lo contrario, seríamos nosotros quienes llevásemos el asunto ante el Santo Tribunal.
El padre Prior había retirado también las denuncias presentadas por el Padre Jesús y alegó la enfermedad de este como motivo de las mismas, pidiendo el correspondiente perdón al Santo Tribunal.
Una vez concluido todo el problema, de aguanté todo el discurso que me soltó mi padre, refiriéndose a la suerte que tenía al ser hijo de quien era, ya que, de otra forma, lo mías seguro era, que ya me hubiesen quemado en las purificadoras hogueras de la Santa Inquisición. La verdad es, ni yo mismo era consciente de la cantidad de casualidades que se habían dado para terminara todo de esta forma, tan ventajosa para mis intereses.
Por el momento me dedique a dejar correr el tempo mientras intentábamos planificar el futuro más próximo mientras recordaba otra frase de San Agustín, del que tanto había aprendido en mi lecturas “olvidamos el pasado para lazarnos hacia el provenir” (S. Pablo en la epístola a los filipenses).

XII LA ALHAMBRA. EL RENIO DE LA LUZ


XII LA ALHAMBRA. EL RENIO DE LA LUZ

Alcalá de Guadaíra, El Arahal y la Puebla, hasta llegar por fin a Osuna después de un cansado viaje. En principio, teníamos previsto continuar viaje al día siguiente, para llegar esa misma jornada a Loja, pero por la mañana, al ir a visitar al comendador, éste logró convencer a mi padre para quedarnos unos días más y participar de ese modo en las fiestas. Por mucho qué intentó eludirlo, no tuvo otro remedio que terminar aceptando, ya que no estaba por esas tierras desde hacía mucho tiempo, y al mismo tiempo comentar el problema, que cuantas más personas a favor, mejor.
Para mí fue fantástico. Tuve tiempo para relajarme y olvidar durante algunos días la Inquisición, al Padre Jesús y todo los problemas que me reodeaban. De igual modo, pude fijarme en la hija mayor del Comendador, de tal belleza que hacia que dejara de recordar a mi inolvidable Mussi, a quien tenía que terminar apartando de mi mente, si quería ilusionarme con alguna otra mujer. Así pues me dediqué a cortejar a María Luisa, que es como se llamaba, animado por la sensación de ser correspondido por ella. Esa misma tarde me atreví a acompáñala a la procesión que, en honor de la Patrona, se celebraba en el Pueblo. Como era lógico, estuvimos acompañados por varias damas de compañía e intercambiar frases tan ridículas como cursis, pero fue suficiente el cruce de nuestras miradas para comprender que aquello iba por buen camino.
Allí quedó María Luisa apenada y con la miel en los labios, mientras observaba como me marchaba con la promesa de regresar por ella en cuanto resolviera el asunto que me llevaba a Granada. Esperaba que quedara solucionado lo más rápido posible.
Continuamos el camino soportando el sofocante calor. Hicimos primera parada en la Roda, donde dimos de beber a los caballos.Continuamos hasta llegar a Archidona, donde convencidos de no llegar a Loja esa misma jornada, decidimos aceptar la invitación para pasar allí la noche, en casa de otro de los múltiples amigos que tenía por estar tierras mi padre. Por fortuna, esta vez no había hija en edad casadera y pudimos continuar con el viaje al amanece y llegar a Loja a eso del mediodía, sin más complicación que el calor, que no desistía en su empaño de acompañarnos allá donde íbamos.
Loja, importantísima ciudad, donde tantas cruciales batallas se libraron durante la conquista de granada. Esta enclavada en la cuenca del río Genil, que la nutre de una finísima agua procedente de la ya cercana Granada.
Como nos solía ocurrir, llegábamos para parar unas horas, y terminamos pasando unos días. Yo me ocupé de las buenas relaciones con las familias principales de Loja, visitar tropas y algún que otro convento, para ir tomando contacto con el clero, por lo que pudiera acontecer en Granada con el Prior de los Franciscanos. Como curiosidad, recuerdo que tuve que explicar continuamente mis experiencias en las indias, ya que el interés que por allí había era grande, y siempre se ofrecían bastantes voluntarios para nuevas aventuras, si es que éstas se llegaban a realizar.
Mi padre terminó sus asuntos en estas tierras mucho más rápido de lo previsto, lo que posibilitó que, tras descansar todo el día, pudiéramos salir de Loja con dirección a la deseada Granada, donde llegaríamos, si no surgían contrariedades, esa misma noche.
El camino, tal como avanzaba la jornada, se hacía cada vez más pesado por el calor y las ganas de llegar. Comimos en Alhama y por la tarde llegamos a Santa Fe, desde donde ya se divisa Granada coronada por la majestuosa Alhambra. Desistimos de una nueva invitación para quedarnos en la ciudad y continuamos hacia Granada, llegásemos a la hora que llegásemos.
Nuestra casa estaba justa en el centro del Albaicín. La había comprado mi padre a buen precio a uno de los pobres judíos que tuvieron que salir de Granada. Tenía dos plantas alrededor de un patio, en cuyo centro, una enorme fuente repartía el sonido del agua por toda la casa. Un artesonado labrado en madera hasta media pared y, desde ahí hasta el suelo, azulejos blancos con estrellas de color azul berebere. Esterticias, azucenas y una incontable cantidad de claveles, inundaban todo el patio, recordándome el poblado junto al río, al que tanto empezaba a echar de menos. Sus pequeñas ventanas dejaban pasar la luz necesaria para dar la sombría y fresca sensación que tanto ayudaba a soportar el calor.
Desde una de esas ventanas, junto al mismo pie del recinto, pude recibir la indescriptible sensación que produce observar el espectáculo del atardecer granadino. De forma lenta, el blanco se opaca, igual que hace el azul del limpio cielo. También se apaga el encalado de las casas cuyas siluetas recortan en lo oscuro de la noche, que cuando llega, transforma colores, fragancias y sombras. Si en ese momento, se sube a la azotea, y acostado mira el firmamento, puede observar como pasan las estrellas, lunas, luceros, cometas y mil astros inimaginables, que hacían repetir. Allí recostado recordé el sueño del que logró despertarme Rodrigo, cuando quizás no soñaba, sino que traspasaba el umbral de la muerte.
Aquellos primeros días en Granada fueron inolvidables. Sus calles, su olor, tascas, gentes y sonidos marcaron, aún más, si cabe, mi admiración por las otras culturas no castellanas, al mismo tiempo que recordar el motivo por el que me encontraba en Granada. No podía caer de nuevo en esa falta, solo quedaba que me convirtiera en defensor de los Judíos, Moriscos etc.…, en la mismísima Granada.
Mi padre consiguió audiencia con el Prior de la Orden Franciscana para cuando mejor nos conviniera. Bastaría con enviar la víspera a un paje con el día y la hora, para que el Prior nos recibiese. Allí nos “plantamos” dos días después, el encargado de explicar el motivo de nuestra visita fue mi padre, que no se atrevió a que yo pudiese ni abrir la boca.
A medida que relataba mi padre los acontecimientos, la cara del Padre Prior cambiaba de color y de expresión, reflejo de, que por suerte, aun no tenia noticias del Padre Jesús. Al terminar la larga exposición, el prior concluyó con una simple y escueto me extraña no tener noticias de tan desagradable asunto, volved pasados algunos días, que para entonces ya tender noticias. Nos despedimos de él previa donación de una importante cantidad de maravedíes para el mantenimiento de la orden, como signo de buena voluntad.
Los días transcurrieron lenta, pero de forma provechosa. Respirar a diario la fragancia de las flores que lo inundaban todo, observar las perfectas formas arquitectónicas de la Alhambra, o perderte por los jardines del Generalife, era más que suficiente para no sentir el pasar de los días, a la vez que se colmaban todas mis necesidades sensitivas.
Recuerdo que una tarde, paseando por el Generalife, me acurruqué sobre la hierba, cerca de unas matas de azucenas, quedándome dormido. Al despertar, me encontraba “chorreando” de agua, que el rocío se había encargado de depositar sobre mi cuerpo durante la madrugada. Amanecía, la vega poco a poco, empezaba a inundarse de luz; el único ruido que dominaba era el canto de los pájaros que revoloteaban por toda Granada. Las luces de los candiles de las casas se apagaban al tiempo que el sol las tocaba con sus rayos. El Genil empezó a desprender una gran enorme cantidad de haces de luz, estrellándolos contra los montes que rodean la vega. El color me embriagaba, la luz me cegaba, el ruido me aturdía, entre la gente, poco a poco, recorriendo callejón por callejón, plazas, zoco, rincones llenos de mercaderes que empezaba a montar sus tenderetes, conseguí llegar a mi casa. Por fin pudieron tranquilizarse después de pasar toda la noche en vela preocupados por mi desaparición.
Llegaron noticias del Padre Prior de los Franciscanos. Debíamos presentarnos ante él lo más urgente posible. Esa misma tarde estábamos en su presencia. Su gesto era muy distinto de aquel otro tan risueño con el que nos recibió el primer día. Estaba tenso, nervioso y no dejaba de gesticular, gritando a unos y a otros. Gritaba de igual forma, invocando el Santo nombre del Señor, cada vez que le contrariaban con cualquier cosa. Así pasamos no recuerdo cuanto tiempo, esperando de pie hasta que, por fin, terminó de organizarlo todo, pidiéndonos que tomáramos asiento y disculpándose por la tardanza.
Os he mando llamar, comenzó a decir el Prior, porque creo disponer de la necesaria información sobre el asunto que nos preocupa. Como era lógico esperar, la versión recibida del Padre Jesús, es muy distinta de la de vuestro hijo, tanto en el contenido como en su forma, pero, si quiere que le diga la verdad, lo que en realidad me preocupa, es el no haber tenido noticias de ello hasta vuestra llegada. Esto me otorga la confianza como para dar un margen de credibilidad a vuestra historia, y esa es la única razón por la que estoy ahora dialogando con ustedes y, no directamente con los responsables del Santo Tribunal. Por lo visto, está por llegar un tal D. Luis de Torres, quien podrá aclarar muchas cosas de este increíble asunto, ya que, sin su concurso, poca luz se hará sobre ello. Así pues os propongo aplazar este tema hasta la llegada de D. Luis y, si en plazo prudencial no tenemos noticias de él, tomaremos alguna decisión sobre nuestro problema común.
No dejó decir ni una palabra más a ninguno de los que allí estábamos presentes. Después de saludarlo y realizar un nuevo donativo para el buen funcionamiento del convento, abandonamos el recinto en dirección a nuestra casa no sin antes haber un par de paradas para refrescar la garganta depuse de tanto hablar.
Entre tasca y tasca, no dejábamos de imaginar cual sería la próxima maniobra del Padre Jesús, ya que nos había extrañado bastante el misterioso comportamiento del Prior, tan favorable a nuestros planteamientos. No creía que, cociéndolo como lo conocía, el Padre Jesús se conformara con un simple acuerdo “amistoso”; estaba seguro de que intentaría hacer algo en contra de nosotros, por mucho que mi padre me asegurara que lo importante era lo que ordenara el Prior ya que eso era lo que más inquieto me tenía.
Esa noche, bastante tranquilo, me encontraba sumergido en los recuerdos de tantos acontecimientos que sucedieron durante mi estancia en el río. No había terminado mi misión allí; ¿Qué hacia yo aquí en Granada, en casa de mis padres, sin hacer nada, mientras esperaba de forma impaciente un juicio que podía o bien condenarme a la hoguera, o no llegar siquiera a celebrarse, mientras que en aquellas tierras quedaban tantas y tantas cosas por realizar?. Tenía que terminar rápido con esto e intentar volver, pero el principal problema sería convencer a mi padre de ello. Que confiara de nuevo en mí y financiara una nueva aventura. Mi única posibilidad era intentar que mi padre arreglara las cuentas con la Corona, y que los beneficios obtenidos durante mi viaje fuesen lo suficientes para seguir con la aventura.
Al contrarío de la madrugada del Generalife, esa mañana desperté cuando me dio de lleno el Sol al entrar por mi ventana. Cuando me asomé a ella, ya había terminado, sin mi presencia del diario espectáculo del amanecer Granadino, y la luz había ocupado por la fuerza cada uno de los rincones de la ciudad.
Para aprovechar el largo periodo de espera, mi padre decidió partir hacia Sevilla y resolver algunos negocios allí pendientes mientras esperaba el regreso de D. Luis de Torres. De igual modo, estaría atento de cualquier movimiento del Padre Jesús y evitar complicaciones inesperadas. Yo, por mi parte, permanecería unos días más en Granada y partir hacia Osuna, donde pasaría algún tiempo con María Luisa en espera de noticias de mi padre o de Granada.
Hacia Sevilla partió mi padre. Durante aquellos tranquilos días, sin agobios de ningún tipo y con plena libertad, intenté “beberme” Granada. Cuando más conocía la ciudad, mayor interés había en mi de conocerla aún mejor, ya que se empeñaba en ir descubriéndome cada día una nueva forma o un nuevo color, olor y mil cosas más.
No existían en Granada familias de gran linaje, ya que todavía no había transcurrido el suficiente tiempo desde la toma de la ciudad por los cristianos, y las ya consolidadas, aunque tenían bastantes posiciones en la ciudad, preferían hacer la vida en ciudades como Sevilla, Toledo u otras grandes ciudades.
Pero aquello no era importante para mí, yo no cambiaba por nada estar en Granada. Me sobraba casi todo; miraba, oía, olía, intentaba escribir sobre todas aquellas sensaciones que sentía a diario, con el fin de que no se me olvidaran nunca. Granada era el único lugar donde podría pasar el resto de mi vida sin necesidad de regresar a las India. Así, día a día, hasta darme cuenta que había llegado el momento de partir hacia Osuna, donde me esperaba impaciente, por lo menos eso pensaba, María Luisa.
Ya estaba todo preparado para la partida. Los baúles cargados, los hombres sobre su caballos. Mientras que sentado en un cómodo butacón de anea en el centro de mi siempre fresco patio, esperaba que me indicaran el momento justo de salir. No sé que curioso fenómenos ocurren a veces: mientras estaba sentado, tuve la sensación de que pasaría algo que me impediría partir y, en ese preciso instante, entró mi padre con toda su compaña.
Hijo! comenzó a decirme de pie, justo frente a mi butacón, del que ni siquiera me dejó levantar, menos mal que te cojo a tiempo. No sabes como hemos fustigado a los caballos para lograrlo pero, gracias a Dios, lo hemos conseguido.
- Sí!, ya lo veo padre, me coge sentado al fresco a la espera el instante de partir, si llego a levantarme de ella, no me hubiese encontrado. Pero cuéntame, ¿a que tanta prisa?
Muy fácil hijo, en Sevilla vieron a verme unos amigos y me comunicaron la partida de Padre Jesús, sin saber exactamente su destino final, pero como es lógico suponer, debe de ser hacia aquí donde se dirige. De inmediato partimos, y desde hace dos días no hemos parado hasta llegar aquí e intentar llegar antes que él. Mañana nos presentaremos ante el Prior y pediremos noticias al respecto. Tu hermano continúa en Sevilla, a la espera de la hipotética llegada de D. Luis.
Vuelta a desembalar equipajes y volver a depositar cada cosa en su sitio. Estaba destinado a no marcharme de Granada por lo que empecé a escribir a María Luisa e intentar justificar mi retraso, aunque no había ningún compromiso formal por nuestra parte, pero nuestras familias eran muy amigas y era preferible no tener roces por pequeñas minucias de “críos enamorados”, me recomendó mi sabio padre.
La carta no pudo ser más cursi: ya que no nos abinamos conocido tanto como para escribir sobre mis sentimientos, gasté tinta y papel en insulsas historias, livianas referencias a su bellos ojos: más que ablandar su corazón, seguro conseguía que, a mi regreso, intentara escapar ella por la puerta contraída, huyendo de mi cursilería.
El monasterio era de una arquitectura muy sobria. Cuando se entraba en el interior del convento, daba la sensación de estar en cualquier otro de los que se repartían por todo el territorio Castellano, dejando fuera, en la calle, el más puro estilo musulman. Hasta el olor era distinto dentro de aquella Santa estancia. Solo algunas esterillas adornaban su patio cuadrado, con doce desvestidas columnas que soportaban el corredor superior, dando a todo el claustro ese estilo tan monacal. Por él, no paraban de pasear los Franciscanos, entre rezos, cantos y alguna que otra comidilla o susurro.
Al piso superior se accedía por una gran escalera con ciento cincuenta y seis peldaños, que tuve la curiosidad y paciencia de contar. Al subir, se observaba la única licencia decorativa en los azulejos del siempre presente azul añil, similares a los que tanto me gustaban de la Alhambra. Aquellos, por lo menos, conseguían romper la imagen de desnudez de todo el recinto. Tal como avanzamos por el largo pasillo, sentía como se clavaban sobre mi cuello todas las miradas de los frailes que por allí deambulaban. Estaba seguro de que algo se había consumado y, con la racha de aciertos que llevaba, seguro que teníamos jaleo.
Al entrar al despacho del Prior, este, de forma contraria a la esperada, nos recibió con una abierta sonrisa y desecho en atenciones, empezó a decir:
Pronto os presentáis ante mí, mientras nos tendía una copa de vino, que aceptamos pero no bebimos.
En cuanto hemos llegado tras un largo y cansado viaje desde Sevilla.
En efecto largo. ¡ya se han apresurado! Mi fraile, el Padre Jesús aún no ha conseguido llegar.
Lo suponía, contesto mis padres, con gesto de ironía.
Si! Hacia acá viene. Intentaremos agregar este asunto de la forma mas beneficiosa posible para todos. ¿No lo cree más prudente así vuestra merced?
Por supuesto! Comenzando a beber del vino ofrecido por el Prior.
Por cierto!. Habló de nuevo el Padre, estamos falto de financiación para arreglar las ermitas de esta ciudad y construir esas nuevas Iglesias que tanta falta hacen, sin olvidar las mejoras de El Salvador y San Cecilio, con la enorme cantidad de gastos que esto supone para nuestra siempre paupérrimas arcas. Espero, pues que vuestra merced sea consciente de ello.
Descuida, Prior, haré todo lo que este en mi mano y, por supuesto, también en las de mi hijo, con ayuda de las rentas por él conseguidas en el viaje a las Indias. Dimos media vuelta y salimos por el mismo camino que entramos.
Al salir a la calle, me llegó un fresco aroma, que el viento se encargó de portar hasta mi nariz. Logré convencer a mi padre de que subiera calle arriba, en el intento de descubrir su origen. Al cruzar la plaza que se encontraba al final de la calle, en el primer portal, se encontraba un anciano árabe, que no sé que extraño modo aún sobrevivía en Granada. Mezclaba pétalos de rosa, azahar y claveles, con unas gotas de alcohol y agua limpia, recogida del rocío de la mañana. Al sentirse observado, levantó la mirada, nos sonrío, y nos ofreció un pequeño frasco del aquel mejunje mientras nos decía en perfecto castellano toma lleváoslo, él os traerá el amor y desterrará la muerte de vuestra vida más allá de las altas arboledas de vuestra casa.
Cuando quise pagarle, ni siquiera alzó la mano, dio media vuelta y entró en el patio de su casa, sin dejar el menor rastro de olor a flores o alcohol. Menos mal que conmigo estaba mi padre para dar fe de lo ocurrido, si no, hubiese pensado que había sido un sueño. Intentamos buscar su significado lógico, que explicara lo sucedido, pero no encontramos ninguno. Solo fuimos capaces de achacarlo ha la pura casualidad, ya que intentar otro camino, sería entrar en otros terrenos mucho más peligrosos y, sobre todo, mi actual situación frente la Inquisición.
Cuando llegamos a casa, discutimos hasta muy avanzada la noche en el intento de interpretar la reacción del Padre Prior. Quedaba claro que ocultaba algo. No era normal tanta amabilidad. Dadas las circunstancias, debíamos darnos a averiguar que pasaba y para ello lo mejor era ir al grano. Pensamos llevar a cabo la arriesgada maniobra de localizar la comitiva del Padre Jesús, y hacerle confesar sus verdaderas intenciones, aún a pesar de todas las complicaciones que podría acarrearnos, pero no podíamos estar de forma indefinida a la espera de los acontecimientos. Mi padre de todos modos, quiso intentar, antes de acometer aquel arriesgado plan, un nuevo y rápido pacto con el Prior, quien hablaba mucho, pero nunca hacía nada por arreglarlo definitivamente.
Esta vez fue solo, con sus mejores galas, armadura incluida, armas y morrión bien calado.
Padre, creo que este asunto no debe durar más tiempo. Mi familia no puede estar a la espera de que un fraile suyo se defina, sin hacer nada de provecho para nosotros y para la Corona, que ya pregunta. Así le ofrezco la suma de un millón de maravedíes, en cambio de que el Padre Jesús a alguna nueva misión y aquí, paz para todos.
Lo siento Sr. Pero hasta que no llegue el Padre Jesús, no hay nada que discutir. En vuestra merced sabe, yo estoy dispuesto a llegar a un acuerdo que satisfaga a ambos, pero debo esperar, porque ese millón de maravedíes que me ofrece, pudiera ser poco, en virtud de los cargos que pudieran presentar contra su hijo.
Tengamos la fiesta en Paz Padre, tome Usted esta mano amiga que le tiendo y recemos después a Cristo, nuestro Señor, para que ilumine nuestros caminos. Conminó mi padre al Prior, mientras la tendía la mano, que había sacado de su acorazado guantelete,
No; le repito que hasta que no llegue el Padre Jesús y hable con él, no hay más que discutir, pero de todos modos deme esa mano amiga, que me ofrece.
De hierro, padre Prior…, de hierro, terminó diciendo, a la vez sus introducía su mano en el frío guantelete.
Cuando regresó a casa, anulo de inmediato la salida que habíamos decidido realizar en busca del Padre Jesús en la confianza de haber descubierto el verdadero motivo del Prior. Éste estaba más interesado en sacar buen beneficio económico, que en aclara el tema en un no muy a su favor juicio de la Inquisición. Había que seguir esperando acontecimientos.

jueves, 23 de abril de 2009

XI SEVILLA


XI SEVILLA

Llegamos a Sevilla, tras una leve, pero emocionante travesía por el Guadalquivir. ¡Que distinto este río de aquel otro! El puerto estaba punto de reventar. Había naves en cola para su desembarque. Gracias a Dios, a nosotros nos desembarcaron nada más llegar, porque, según nos contaron, había barcos en los que la gente llevaba días esperando para poder hacerlo.
En teoría, tendría que ingresar en prisión nada más pisar tierra y, además, pagar los gastos de mi mantenimiento en presido mediante el embargo de mis bienes o los de la familia. Pero como la Corona nos debía tanto, no se atrevieron a detenerme para evitar el embarazozo problema del embargo. Todo quedó en el empeño de mi palabra de caballero de no salir de la jurisdicción del Santo Tribunal de Sevilla, y en paz.
Me aloje con mi hermano Luis en nuestra casa solariega de Osuna. Allí la vida era tranquila y pueblerina. Sus habitantes seguían siendo igual de abiertos, trabajadores y partícipes de cuantas fiestas se organizaban en el pueblo. En Osuna, hacía tiempo que no quedaban árabes, pero su huella impregnaba los rincones de sus calles, dándoles esa magia especial a su arquitectura tan singular. El gusto por el agua y arte floral, convertían Osuna en una de las más bellas ciudades de Andalucía.
Allí permanecimos hasta que fui requerido por el Santo Tribunal en Sevilla. El procurador, ya había terminado de preparar las adulaciones y presentado los cargos en mi contra y, de los que tendría que responder en mi primera declaración.
Llegue a casa del procurador en visita personal e informal, fuera de cualquier protocolo a eso de las cinco de la tarde, acompañando por mi hermano Luis y Rodrigo, al que no veía desde nuestra llegada a la ciudad.
D. Juan González, era un hombre afable, bajito y gordo, con cara de bonachón y amigo de unos íntimos amigos de mi padre. No me encajaba en el puesto que ocupaba, ya que lo que se esperaba de un procurador era un hombre terrible y malhumorado, según los cánones que teníamos preconcebidos, pero por fortuna, éste, al menos en apariencia, no lo era para nuestra tranquilidad.
- Señor, sentaos y permitirme poneros algún refrigerio. Ya sabéis por que estáis aquí. Ha sido designado para encargarme de este delicado asunto. Cuanta menos gente lo conozca mejor para todos. Aún no me he entrevistado con el Padre Jesús, por mucho que éste lo haya intentado, antes de hablar con él, quería conoceros personalmente, y conocer vuestra versión en una franca charla, sin entrar en el tema que nos ocupa directamente. Además, soy también militar y, en cierta forma, siento algo de envidia de todos lo que, como vos, cruzan con valor la mar Oceana en busca de nuevos territorios para nuestra. Pero, contadme, ¿Cómo os encontráis?
- Bien D. Juan estos días que pasé en Osuna, me han ayudado a recuperarme, que falta me hacía, y en cuanto a la juventud, créame Usted, allá he dejado la mayor parte de ella. Allí los años pasan cinco veces más rápidamente que aquí. Parece como si hubiese estado diez o quince años en vez de los dos que he pasado por esas benditas tierras de Dios , le contesté, en agradecimiento a su atención.
- Ahora que mencionas a Dios. ¿Creéis en su poder sobre todas las cosa? Me preguntó con mirada socarrona.
- En Dios y en María Santísima, todos los Santos, en el poder de la Iglesia, en el Santísimo Padre, en nuestro Señor Carlos V, emperador por la gracia de Dios, le respondí sin vacilar y con voz fuerte.
- Esas no son las noticias que tengo.
- Al final, Usted sabe D. Juan, que las noticias siempre terminan por ser comentarios de malas lenguas peor intencionadas. Para eso está aquí, para averiguar lo que ocurrió allí en realidad, sin dejarse llevar por rumores o falsas noticias.
- Si, pero no entremos en profundidades, que, para eso, ya tenderemos la ocasión en otro sitio más adecuado de momento, contestadme, ¿Cómo son aquellas tierras?
- No existen palabras para describir su belleza D. Juan, estando allí, se difuminan hasta la mínima duda que tengamos sobre la existencia de Dios. Existe D. Juan, existe y es grande y generoso con nosotros, al darnos todo para nuestro disfrute. Sus árboles, tan altos, verdes y gruesos, con una madera que jamás podríamos imaginar su existencia. Los multicolores flores que dan las necesarias anotas de colorido en un paisaje tan verde. Sus ríos de plata, no sé por que misterios sus incontables especies de aves y pájaros, que compiten en colorido y belleza con las flores, tanto, que cuesta trabajo distinguirlos cuando se ven de lejos…, y los indígenas, D. Juan. Los indígenas, tan hijos de dios como nosotros, cuidan todo aquello, integrados en la naturaleza, de tal forma, que sería difícil imaginar la existencia de una cosa sin la otra. Tienen sus creencias religiosas muy arraigadas ,como ya le contaré, pero, a su vez, con dóciles, dialogantes y voluntariosos trabajadores, y sobre todo D. Juan, es su bondad y infinita y desprendimiento, compartiendo con todos, todo aquello que poseen del modo más espontaneo. Permitidos que me atreva a pensar en voz alta, pero quizás está cansado del problema, me resulta difícil encontrar la adecuada respuesta a la duda que no deja atormentarme, por más que lo intento. ¿estará Dios de acuerdo con lo que allí hacemos? ¿estaremos actuando verdaderamente en su santo nombre o simplemente, en el nuestro?
- Profundos temas me planteáis, sobre todo el último de ellos. Creo que, en efecto hay que ver lo que allí pasa, para poder juzgar en consciencia. Pero no olvides que aquí está el Padre Jesús, con otra versión muy distinta de los hechos. La próxima llegada de D, Luis de Torres, aclarará o no aún más todo este tema. De momento y, vuelvo a insistir, en lo estrictamente personal, no creo que tengamos que llegar a condenarte. Espero no llegar a un acuerdo amistoso con la Iglesia y aquí paz para todos.
- Como espere conseguir un acuerdo con el Padre Jesús, mucho me temo que nos dará tiempo a envejecer antes de conseguirlo. Ya lo he intentado en multitud de ocasiones sin resultado alguno. Aquí está mi hermano para certificar su arrogancia y pedantería.
- Lo que sí quiero comentarle, comenzó a hablar mi hermano Luis, es con el enorme cariño que trataban a mi hermano en aquel poblado, tanto los indígenas como el resto de infantes. Creo que en el ánimo de mi hermano, nunca estuvo ofender a nadie, mucho menos a la Santa Iglesia. Lo único que intentaba era realizar lo mejor posible su trabajo. Hacerlo bajo su propio modo de ver y sin dejarse influir por nadie, incluyendo a la Iglesia, a quien el Padre Jesús representaba. Para realizar un buen trabajo D. Juan, es a veces necesario tomar decisiones contradictorias y bastas conflictivas, pero estará conmigo en que son problemas del mando y nada más. De ahí a querer demostrar lo que intenta el Padre Jesús, que no la Iglesia, es una verdadera calumnia contra mi hermano y toda mi familia.
Allí acabó la conversación. Tras despedirnos de D. Juan, nos dirigimos a casa mientras comentábamos la conversación con D. Juan.
- Me parece buena persona, ¿no crees?- le empecé a preguntar.
- Más que bueno…, zorro. No me fío nada de gente tan amable, más cuando tendría que estar serio y distante ante ambas partes. Me preocupa, no es normal tanta cortesía por parte de un Procurador General, con lo que son éstos…, que no me fío! Tendremos que tener cuidado con él, y tú, ten cuidado con lo que hablas, porque dices unas cosas que como las oiga alguno de estos sacerdotes del Santo Tribunal te veo consumido en una de sus hogueras.
- No sea gafe, hermano, que no será para tanto. ¡vamos digo yo! Además a este lo podremos bailar un poco ¿no te parece sobornable?
- ¡Sobornarlo! Tu estas loco hermano: d. Juan, es uno de los hombres más ricos de Andalucía, trabaja en esto para purgar todos sus pecados.
- Los años posteriores a la muerte de Doña Isabel, D. Juan heredó toda la fortuna de esta que, junto a la suya, se hizo rico. Así que de sobornos, te olvidas, será mejor, en todo caso, llegar a un compromiso moral, utilizando a nuestro favor, su recién concedido título de Linaje. Tú déjamelo a mí, que a éste lo “cuadro” yo, hermano. Terminó casi gritándome, a la vez que me invitaba a entrar en una bodega y tomar unos vinos.
Cuando llegamos a casa, me esperaba la grata sorpresa que durante tanto tiempo había estado esperando, allí estaban mis padres, mi madre, abrazada a mi, no dejaba de llorar ni un solo instante, mi padre gesticulaba con las manos, intentando darme el abrazo que, a causa de mi madre no podía darme. Cuando por fin me soltó ya mi padre no se atrevió nada más que a darme un beso en la mejilla, para a continuación, sentarnos alrededor de una buena mesa y comenzar el diálogo.
- Hijo, comenzó a decirme, en cuanto tu santa madre se retire a descansar, hablaremos de todo lo que nos ocurre, pero, antes de nada, quiero decirte que pase lo que pase, no voy a permitir la mínima injusticia contigo. De igual modo que no consentiré que se reconozca tu labor realizada en esas tierras y sea justamente recompensada, pero ahora, cuéntame lo sucedido entre ese Padre Jesús y tu.
- No te preocupes padre, de tu incondicional apoyo es de lo único que estoy seguro.
- Padre, empezó a hablar mi hermano Luis, cortando mi conversación, hoy hemos estado hablando con Don Juan, el Procurador General. Mi hermano se fía de él y dice que parece buena persona, pero yo me pondría en guardia. ¿tu que opinas?
- Mirad, ese hombre es ambicioso, y aunque no lo parezca, con muchas “trampas” a sus espaldas y ¿quién no las tiene? No creo que sean negativo tenerlo de nuestra parte, aunque tampoco nos beneficiará, ya que en el fondo, odia a las familias como la nuestra, por mucho que intente demostrar lo contrario. No lo conozco demasiado, pero remesaré a indagar sobre él, no os preocupéis.
- Bueno, yo me retiro a descansar para que podáis seguir hablando para que podáis seguir hablando con más tranquilidad, dijo mi madre, mientras se levantaba del butacón.
- Hijo, comenzó a hablar de nuevo mi padre, ahora cuéntame todo lo sucedido, hasta el más insignificante detalle, porque cualquiera de ellos, puede ser muy bien empleado en tu contra.
A continuación comencé a relatar todo lo acontecido, intentando no olvidar nada excepto lo de Musí, que para mi desgracia o fortuna, iba a ser mi único secreto, ya que esto podría significar ni más grave delito.
Me acosté en la misma habitación de mi hermano, con la intención de continuar charlando del tema, pero fue inútil, el poco tiempo estábamos dormidos, Más temprano de lo normal, entró mi madre poniéndolo todo “patas arriba” a la vez que nos mandaba a lavar antes del desayuno como si fuésemos todavía unos chiquillos. Cuando mi padre se incorporó, ya habíamos desayunado y vestidos. Como era domingo, fuimos todos juntos a la Misa. ¡Que bonito! Esos Alcázares, en los que se apiñan los naranjos, inundando sus patios de azahar, en duro combate con el olor a incienso que sale por la puerta de la catedral.
Allí estuvimos un buen rato saludando a la enorme cantidad de conocidos que se acercaban a mi padre. Una vez en el interior, aguantamos estoicamente las casi tres horas que duró el acto. Yo estuve tenso ante la posibilidad de encontrarme con el Padre Jesús, aunque, al salir, y no verlo por allí, pensé en lo idiota que había sido. ¿Cómo y con que derecho, podría haber estado allí? ¿Un simple fraile en medio de tanta nobleza? Él, lo más seguro, estaría rezando en su convento y pensando en que inventar para hacerme más daño.
Tal como pasaban los días, me sentía más y más seguro de mi triunfo sobre el Padre Jesús. Mi logro más importante sería conseguir que no se llegara a celebrar el juicio, pero eso era difícil. También me llamaba la atención, como si padre cobrada poco a poco más protagonismo en el asunto. Cada vez se reunía con gente más influyente. Consiguió averiguar donde y cuándo sería el primer interrogatorio y quienes sería los testigos por parte de la iglesia. Era tarea complicada y había que tener paciencia par empezar a ver resultados positivos, de eso, yo era el primero en ser consciente. Pero ¿Quién tiene paciencia? Cuando de un juicio de la Inquisición se trata?..., no lo sé, yo desde luego, cada vez estaba más nervioso.
Esa misma tarde llegó mi padre con la noticia de la fecha para mi primer interrogatorio. Sería la siguiente semana y lo presidiría D. Juan, para nuestra satisfacción, ya que nos habían, llegado rumores de que cambiarían de Procurador General. Lo que no logró averiguar, por ningún medio, fue la naturaleza de los cargos, pero eso era de suponer, y además ya conocíamos por donde vendrían las acusaciones como me adelanto D. Luis de Torres antes de salir del poblado. Así púes no quedaba más remedio que esperar.
Los días previos al interrogatorio, los pasamos intentando olvidarnos del mismo, organizando las tertulias que tanto nos gustaban a todos en mi casa, a las que asistía bastante gente principal, terminando siempre, inevitablemente, con el monográfico de mi tema. Todo esto me preocupaba al pensar que todo esto esto terminara convirtiéndome en la comidilla de todo Sevilla y centro de cuantas tertulias se celebraban en ella. Por lo único que me preocupaba esta posibilidad, era por la influencia negativa que para mi asunto podría traer una deformación de los hechos, como suele ocurrir en estos casos.
Otra cosa que me preocupaba, era que en el primer interrogatorio no pudiese estar presente D. Luis de Torres, al no haber todavía ninguna noticia sobre su llegada. La suya podría ser una opinión muy a tener en cuenta por el Santo Tribunal, por la visión objetiva que aportaría sobre los hechos. Si el no lograba llegar, el interrogatorio se basaría solo en las acusaciones del Padre Jesús.
Quien estaba cada vez más centrado era Rodrigo. Poco a poco empezaba a recuperarse de sus locuras guerreras, insomnios y nervios. Comenzaba a entrar en conversaciones de todo tipo, y no solo sobre temas militares, aunque esto le siguiera perdiendo. Si salía el tema militar en la reunión donde estuviese presente Rodrigo, la suerte estaba echada, el resto de la conversación sería, sin posibilidad alguna de evitarlo, sobre este tema. Sin embargo el seguía siendo mi más fiel aliado. Continuaba comportándose a veces, como si estuviéramos en el poblados. Incluso siendo, como era, de un altísimo linaje, igual o superior a mío, siempre me considero su superior. Nunca se lo pude pagar.
Poco a poco y a fuerza de escuchar, fui introduciéndome en los sistemas utilizados por el Santo Tribunal. De ese modo, me enteré por ejemplo de la existencia de los “familiares”, encargados de espiar al acusado y sonsacar de la calle todo lo que pudiese comprometer al mismo. Por lo general, había que tener mucho cuidado con ello, ya que declaraban cualquier cosa por unas monedas, teniendo para colmo, bastante valor para el Santo Tribunal todas sus declaraciones. Esto en mi caso, sería de bastante utilidad, ya que dinero es lo único que sobraba en mi familia.
De igual importancia sería tener de nuestra parte a la Suprema, encargada del buen que hacer del Inquisidor. Era en fin capaz de rebatir las conclusiones del tribunal. Tendría que ser la mayor baza con la que contar, al pertenecer varios consejeros de la Suprema a una a familia muy allegada a la mía, que ya se había puesto a nuestra entera disposición para lo que nos hiciera falta. Mi padre dejó esta posibilidad para cuando fuese necesario realmente y no agotar todos los recursos desde el principio.
Estos dos consejeros habían estado anteriormente en las indias, de donde volvieron cargados de oro, plata, honores, tierras y títulos, se dedicaron única y exclusivamente a la labor de conquista. Dejando al margen sus opciones morales en los temas religiosos, dejándolos en manos de los clérigos. Uno de ellos era D. Fernando de Toledo, primo de mi padre, gran luchador, aunque bastante mayor. A este lo conocía, ya que solía venir a casa cuando mi hermano Luis y yo éramos todavía pequeños. Solía subirnos a la grupa de los caballos y coger con fuerzas las riendas, pasaba horas contándonos aventuras. Mientras paseábamos. El otro era un tal Francisco de Galvez, pariente lejano de mi madre, del que nada recuerdo, únicamente las referencias que de el tengo por parte de la familia.
El verdadero problema sería el Inquisidor. Por lo general provenía de la baja nobleza, no ganando mucho más de setenta mil maravedíes, y por horas eran bastante ambición. Muy amigos del noble metal, solían, creyéndose por encima de muchos nobles con más rango que ellos, con los consiguientes problemas que esto solía acarrear.
Si el inquisidor se avenía a negociar, estaría todo resuelto, pero, si por el contrario resultaba ser un “duro”, tendríamos serios problemas, entonces recurrir a todos los medios de los que pudiésemos disponer. De momento, un buen amigo de mi padre, muy cercano al Inquisidor, ya se había comprometido para hacernos llegar las primeras impresión del Inquisidor, una vez realizado el primer interrogatorio.
Por fin, llegó el día del interrogatorio. Este se celebraría en una de las criptas de una de las nuevas Parroquias sevillamas para evitar en lo posible su difusión. Fue inútil, mucho antes de llegar a la puerta se anotaba la gente, las vidas de noticias morbo. Al entrar en la cripta, observé la detallada y cuidada disposición de cada uno de los hombres allí presentes. Al frente sentado en un grandioso sillón, se encontraba el Inquisidor, a su lado, uno de los escribanos que, en esta ocasión y dado el secreto que oficialmente debería acoger a mi declaración, era un Notario de Secreto. Allí también estaba D. Juan González, en su cargo de Procurador General Fiscal, un consultor y dos calificadores. Todo este complejo desplegué, para intentar averiguar y resolver el caso lo más abreviadamente posible.
Conmigo, además de mi padre, estaban mi hermano Luis, Rodrigo y mi tío Fernando Ostia, que como recuerdo, pertenecía a la Suprema. Este último gracias a que no era muy conocido por Sevilla, pudo asistir al interrogatorio de riguroso incógnito. Al sentarse caí en la cuenta de que no se hallaba presente el Padre Jesús, lo que me inquietó aún más, hasta que mi padre me pudo explicar que el acusador, no solía asistir. Cuando estuvimos todos sentados y dispuestos, pidió la palabra en primer lugar el Procurador, que comenzó a decir:
- Se acusa al reo de los siguientes cargos, por orden de importancia: nombrar capellán a un simple soldado, sin autorización de la Iglesia, expulsar al Padre Jesús, impidiendo con ello la Cristianización de los indígenas, permitir que los hombres fórmicaran con las indígenas sin convertir y fuera del Santo Matrimonio y negar el Poder de Dios, como creador de todas las cosas. Y ahora, responded ¿Qué tenéis que decir de esto a vuestro favor? me preguntó con aire acezante.
- Primero debo dejar claro que el Padre Jesús, los franciscanos y los dominicos, no fueron expulsados por mí, sino que se marcharon por voluntad propia, como demostraré llegado el momento. Aclarado esto, puedo explicar a continuación porque me vi obligado a nombrar capellán a un tal Juan López, creo que así se llamaba, o no sé si…, si su nombre era ese Juan López. Sepa vuestra merced, que había sido seminarista, y no lo nombre nada, solo le pedí que hiciera lo que pudiera por las almas de los infantes que allí estaban, ya que por la inadmisible soberbia del Padre Jesús, y bajo amenazas, todos los clérigos se marcharon con dejando sin atención las almas de nuestros hombres. Entre nosotros veo a gente que ha estado en las indias y saben como yo. cuánta falta hace la compañía religiosa en ciertos momentos en los que nos encontramos al borde de la muerte. Este fue el motivo que me animó a realizar dicha petición a dicho infante. Cuando alguien agonizaba, allí estaba a su lado el tal Juan López, solo hacía lo que podía para reconfortar su alma en el justo momento de encontrase con Dios. Desde aquí acuso públicamente al Padre Jesús de abandonar la custodia de las almas de mis hombres por un simple enfrentamiento personal, no soportar que, tanto mis hombres como los indígenas, me apoyaran de modo incondicional y de poner en dudas mis decisiones. Lo que no logro entender, con todos mis respetos, es que hago yo aquí, lejos de las Indias donde hay mucho por hacer, por culpa de las maniobras del Padre Jesús, todas inciertas e infundadas. Respondí.
- ¿Y eso es suficiente como para impedir que los clérigos cumplan con la sagrada misión de cristianización de los indígenas?
- En ningún momento he impedido tal cosa, lo que ocurre, es que hay pueblos y pueblos. Hay pueblos que son más dóciles que otros. Los que son fácil de cristianizar por la falta de dioses y creencias que poseen. Pero sin embargo, otros, que, por su dignidad como pueblo, dioses, creencias, costumbres, resultan mucho más difícil cristianizar. Con pueblos como estos hay que tener una mayor paciencia, intentar convertirlos poco a poco, porque de lo contrario, tendríamos que exterminarlo, como estuvimos a punto de hacer en varias ocasiones, por culpa de la intransigencia del Padre Jesús. En ningún momento me interpuse en su labor, solo recomendaba paciencia con los indígenas. Este pueblo, por extraño que parezca, es lo bastante inteligente como para dialogar y poder cristianizar poco a poco con su convencimiento, sin necesidad de métodos inhumanos, como los que intentaba poner en práctica el Padre Jesús. El nunca supo interpretar este comportamiento, cegado pos su egoísmo. Siempre buscaba extrañas y malignas influencias diabólicas para justificar sus acciones.
- Por último, ¿permitió las relaciones de nuestros hombres con los indígenas?
- Yo no permito ni dejo de permitir nada, no soy Dios para estar en todo lugar y con todos al mismo tiempo. ¿Cómo se entera Usted Si un hombre se pierde en la espesa vegentación con una indígena? Si han ocurrido cosas de este tipo, yo desde luego, nunca llegue a enterarme, y es más le diría, y eso sí lo vi, que fueron varios franciscanos los únicos sorprendidos “in fraganti durmiendo” con indígenas, y para certificarlo, pregunte vuestra merced a cualquiera de los testigos que me acompañaron y se encuentran en esta sala. Al mismo Padre Jesús fue testigo de ello, pregunte porque no ha interpuesto acusación alguna contra ellos y si contra mis infantes. ¿Puedo acusar yo al Padre Jesús por ello? No, ni puedo hacer responsable al Padre Jesús de los pecados de otras personas, por muy clérigos que éstos sean y eso mismo fue lo que me ocurrió a mi con mis hombres. ¿De que puede acusarme, por tanto, el Padre Jesús?
- Las acusaciones que acaba de realizar, en efecto, son tan graves como para abrir otro proceso contra el Padre Jesús.
- Soy consciente de ello, pero quiero que quede clara que fue la actuación del responsable religioso con su extremo fanatismo, mucho más allá de lo razonable, cuando se ocasionaron los graves problemas de seguridad, integración y sumisión de los indígenas. La situación llegó al punto de tener que intervenir con mis infantes en varias ocasiones para defender la vida del Padre Jesús, ya que había exaltado tanto el ánimo de los indígenas que, llegaron a estar dispuestos a acabar con su vida, cosa que no lograron, gracias nuestra rápida interveción.
-Bien, poor ahora, dejemos pues, que tanto consultores como calificadores, trabajen y no se demoren mucho en redactar sus conclusiones para no dilatar en demasía este juicio. Doy por terminado en este momento el presente interrogatorio.
Al terminar nos fuimos directamente a casa, donde mi tío empezó a relatar como se desarrollaban normalmente estos procesos. Como sabes, tú deberías estar ahora preso sustentando por ti mismo. Serias interrogado bajo tortura y, en caso de resultar libre de acusaciones, jurarías no delatar nunca ni los medios empleados en el interrogatorio, ni donde tuvo lugar. Así pues en principio, de buena te has librado, pero ahora eso no importa, creo que todo se desarrollará mucho mejor de lo que ninguno de nosotros podamos imaginar, y sobre todo, por tu, hasta ahora, elocuencia muy convincente, que no pienso que el juicio llegue mucho más allá. Además fue formidable la acusación al Padre Jesús. Queda claro que si te juzgan por ese delito, tendrán que juzgarlo también a él.
Y con respecto al resto, habría que discutir mucho y no creo que estén por la labor. En fin, tendremos que esperar el informe de los calificadores, para ver que deciden. Mañana iré a hablar con el Procurador General y veremos que cuenta.
Poca a poco, la luz iba transformando mágicamente la ciudad, cambiando sus brillantes reflejos encalados por el azul opaco de la tarde, y transformaba los colores de coleos, jazmines, azucenas, claveles, rosas; las macetas con hierbabuena, perejil y pimientillos, impregnaban cada hueco de las estrechas calles de la Santa Cruz.
Paseaba con mi hermano, buscando por las bodegas algunas amistades con quienes compartir risas y vinos, pero aquella noche parecía haberse retirado pronto a descansar Sevilla entera, ¡hasta la Giralda! Daba la sensación de querer ocultarse en la noche. En vista de todo aquello, nos retiramos también nosotros, para no ser menos y respetar el sereno ocaso de aquel día sevillano.
Cuando mi tío volvió de hablar con el procurador fiscal. No pudo contarnos gran cosa, ya que este se había negado rotundamente a conversar sobre lo ocurrido en el interrogatorio, aunque, eso sí, le tranquilizó, al decir que, no veía ningún cargo grave que imputarme, salvo que el Padre Jesús, apoyada por los franciscanos, hiciese hincapié en cualquiera de los cargos, en cuyo casi se podría alargar el proceso. Si embargo él no creía que fuese el caso y recomendaba que mi padre hiciese uso de sus influencias y consiguiera una entrevista con el prior de la Orden e intentar llegar a un acuerdo. Después del interrogatorio, y más si él recomendaba abrir investigaciones contra el Padre Jesús, basado en mis acusaciones, tendría fácil libre el camino para la posible solución al problema. El prior de la orden se encontraba en Granada y, sería allí donde se debería arreglar el asunto.
Mi padre no lo dudó: de inmediato consiguió el correspondiente permiso del Santo Tribunal para trasladarnos a Granada, aduciendo problemas de salud, el que resultaron muy buenas para la recuperación, ciertas aguas que empezaban a tomar nombre por sus cualidades curativas. Mi hermano Luis quedó en Sevilla con mi tío, pendientes de cualquier problema que pudiese surgir durante nuestra estancia en tierras de Granada.
Del verdadero motivo del viaje, del que tan sólo éramos conocedores, el Procurador General y nosotros en el intento de que no llegara a oídos del padre Jesús y pudiera poner en “antecedentes” al prior de la orden, antes de nuestra llegada.
De noche, casi de madrugada, cuando empieza a caer sobre Sevilla el rocío del alba, a acaballo y escoltado por algunos hombre, partimos hacia Osuna, nuestra primera parada camino de Granada.

X DESDE ESPAÑA

X DESDE ESPAÑA

De vez en cuando visitaba al Padre Jesús con la intención de llegar a un acuerdo con él. El Padre no daba la mínima oportunidad, su contestación era siempre el silencio. Jamás quiso entrar en el diálogo por más que yo intentara sacarle cualquier tema de conversación. Llegué a amenazarle, insultarlo, pero no había forma sus únicas palabras eran monosílabos, afirmando o negando algunas de las preguntas.
Mientras tanto, el poblado recobraba su primitiva configuración. Se volvió a construir esas chozas circulares, los indígenas a pintarse el cuerpo luciendo su desnudez, volvieron a la jungla tras sus presas favoritas a tener y libertad para esculpir sus imagines religiosas. Una de mis principales misiones era cristianizar a los indígenas de estas tierras y permitir sus cultos, no era el modo más practico para conseguirlo, pero las circunstancias me aconsejaban tener un poco de paciencia en este tema. Pensaba que, intentar forzar en estos momentos la sensibilidad religiosas de los indígenas, podría acarrear más problema con los indígenas, que era la último que necesitaba en estos momentos.
Rodrigo seguía con sus manías defensivas. Cada día reforzaba alguna zona del poblado que él creía poco defendida. El poblado cada vez parecía más una fortaleza que un pueblo. Cada vez adiestraba más a los indígenas, quienes se prestaban voluntariamente, lo pasaba en grande con los ejercicios militares. Yo pensaba que, en caso de necesidad, los indios lucharían de modo más provechoso a su estilo, que bajo las órdenes de Rodrigo. Pero en realidad me preocupaba poco este tema, llegado el momento Dios dispondría.
Cuando intentaba un nuevo intento de acercarme al Padre Jesús, vinieron a avisarme de la llegada por el río de unas extrañas y desconocidas canoas. Salí corriendo hacia el embarcadero, donde Rodrigo ya había organizado la defensa, de tal suerte, que los ocupantes de las canoas no se atrevieron a continuar bajando el río. Eran indígenas, desconocidos para mí, nunca los habíamos visto antes. Estaban parados a corta distancia, pero la suficiente como para hacernos desistir de su ataque. Ni nosotros ni ellos, arriesgaríamos nada en una trifulca. Allí permanecieron durante toda la tarde. Pensamos que quizás esperaba a la llegada de la noche para intentar pasar o atacarnos. Rodrigo en su celo, encendió unas grandes fogatas que iluminaban todo el lecho del río, en la zona del embarcadero, frustrando el posible intento de los indígenas.
Pasó toda la noche sin que se movieran de su lugar, mientras que nuestros hombres estaban cada vez más nerviosos. Temía la reacción de Rodrigo. Le ordené que se fuese a descansar, que me quedaba yo al frente de la responsabilidad de las defensa. Me costó convencerlo, pero logré que se fuera.
Menos mal que se retiró Rodrigo, porque, pasados unos momentos, los indígenas comenzaron a navegar río abajo pegados a la orilla opuesta. Mis hombres empuñaron sus armas. Ordené no moverse hasta recibir mis órdenes. Los indígenas bajaban muy lentos, agresivos, en sus caras se adivinaba el mismo o mayor que nuestro miedo. No remaban, recostados sobre sus canoas, pasaban frente a nosotros, sin separar su vista de la nuestra ni un solo instante. Nosotros tampoco dejamos de observarles, hasta que desaparecieron río abajo, tan misteriosamente como llegaron.
Me preguntaba de donde habían salido estos indígenas, ganas me dieron de salir en su busca, pero no tenía suficientes hombres disponibles para ello, en caso contrario, hubiese ido de inmediato tras ellos para averiguar donde estaba su poblado. Ahora, solo quedaba esperar. No podía moverme del poblado hasta solucionar el problema del Padre Jesús, y además. ¿Dónde iba con tan pocas fuerzas? No quedaba otro remedio, teníamos que esperar.
El tiempo transcurría lento. Intenté de nuevo llegar a un pacto con el Padre Jesús, pero recibí la misma negativa acostumbrada por su parte. Un día recordé como nos conocimos. Jugaba con mi hermano Luis en un sembrado cercano al camino que lleva al pueblo y que atravesaba tierras de mi padre, cuando vimos aparecer a cuatro o cinco franciscanos. Uno de ellos se paró a mirar como practicamos el arte de manejar la espada. Yo le rete preguntándole de forma burlona si sabía manejar la espada, el aceptó y en menos de un instante, me había derribado arrebatándome el arma y arrojándome al suelo de una patada, en medio de las carcajadas de todos sus compañeros. Desde entonces, nos veíamos un par de días por semana para practicar con mi hermano y conmigo. Ya desde el principio, tuvimos problemas religiosos, lo que siempre impidió que entre nosotros naciera una verdadera amistad.
Cuando mi padre organizó la expedición, le recomendé su elección como capellán, ya que ademas de capellán me sería útil por su manejo de las armas, que, en caso de necesidad, siempre vendría bien. Lo que nunca habría imaginado era que, en vez de amistad, este viaje sembraría en el odio contra mí, ¡quizás fuese fruto del cansancio del viaje! El se acordaba de esto, pero no podía perdonar tantas “infamias” e injurias cometidas por mí contra Dios según él. Temía que nunca llegaríamos al acuerdo que con tantas ganas buscaba, más adelante sería, desgraciadamente, confirmado mi temor.
Mientras nos encontrábamos intentando pescar algo, regresó una de las barcas de vigilancia, comunicándonos el avistamiento de unas velas seguramente dentro del lago. En ese mismo instante y con el consiguiente revuelo, empezamos a organizar el digno recibimiento de los refuerzos, pero, a su vez, Rodrigo, por lo que pudiera pasar, activó todas las defensas con la ayuda de los indígenas. Los hombres se pusieron sus uniformes y yo, mi apreciada armadura regalo mi querido padre. Al poco tiempo ya pudimos observar claramente a lo lejos el contorno de lo que, sin duda, eran dos Naos.
Allí estaban por fin, con el pendón de Castilla en lo más alto del palo, con cuya visión, terminamos todos por emocionarnos. Eran la Urca San Andrés1 y la Carraca Barcaza de Hamburgo2. Hacia tanto tiempo que no lo veíamos. Entre gritos y saltos de alegría por ambas partes, conseguimos atracar como pudimos los dos barcos en nuestro pequeño embarcadero. En primer lugar bajó Don Luis de Torres, como enviado de la Corona, a continuación, unos cien hombres con diez caballos y cinco cañones, en último lugar, y para mi inmensa alegría, mi hermano Luis.
Tanto él como yo, permanecimos mirándonos hasta que, por fin, arrancó a correr desde la San Andrés, en un interminable abrazo, que después de un rato, Don Luis de Torres se atrevió a interrumpir, llamando nuestra atención. Fuimos los tres a mi cabaña y empecé a relatar hechos, de inmediato cortó, preguntándome por el paradero del Padre Jesús, al que no había visto a su llegada. En su celda, Don Luis. Le contesté, explicándole lo más breve posible, pero sin olvidar detalles, los acontecimientos que me llevaron a tomar dicha medida con el Padre Jesús, muy a mi pesar.
Está bien, pero ahora tengo que hablar con él, traigo conmigo órdenes muy estrictas al respecto. Durante tu ausencia de España, la Santa Inquisición, ha ido adquiriendo cada vez más poder, desde que se nombro en 1546 a Fray García, hasta el Emperador, tiene cada vez más respeto hacia ella, concediéndole cada vez más y más poderes.
Entre los papeles que traigo, vienen los poderes del Padre Jesús para la administración de estas tierras, y los míos, para el asunto militar. Vuestro hermano Luis, ha venido por su propia voluntad y en el nombre de tu padre. Ya podéis imaginaros, termino diciend-, la gravedad del asunto, por las explicaciones que ha transmitido fray Jesús, en mi está hacer un juicio justo de la situación y determinar lo mejor para todos.
Al termino de la reunión, hice liberar de inmediato al Padre Jesús, quien una vez puesto en libertad, tomó cierto aire de superioridad y regresó a su aposento, sin querer ver a nadie, incluido Torres, hasta el día siguiente, pero yo, por si acaso, dispuse que le vigilaran con la mayor discrección posible.
Hice llevar las cosas de mi hermano Luis a mis aposentos para tenerlo lo más cerca posible, intuyendo la falta que me haría su compañía. A continuación y sentados alrededor de una mesa que dispusieron junto al río, tanto mi hermano como D. Luis, empezaron a relatarme hechos ocurridos en el Reino durante mi ausencia: la cada vez más influyente Inquisición, el auge de Felipe como Príncipe heredero, la poderosa flota, etc. Todo esto me resultaba tan lejano de aquí, No recordaba que existiera realmente ese mundo, del que vine para “conquistar” éste.
Tuve que despertar a Luis, porque por sí solo no lo haría en todo el día. Este iba a ser un día duro y largo y me hacía falta cuanta ayuda pudiera conseguir, muy en especial la de mi hermano. Rodrigo también andaba ya nervioso, haciendo tantos surco delante de los escalones de mi choza que si llego a tardar en salir, termina cavando un estanque. Al verme salir, me preguntó por mi hermano en el mismo instante que este salía por la puesta. ¡Daos prisa! Están reunidos hace rato. Nos dijo con excitación. De forma apresurada recorrimos el trecho que nos separaba del salón del consejo, que donde se celebraba la reunión.
El entrar yo con Rodrigo y mi hermano, calló el Padre Jesús a la vez que se retiraba de D. Luis y tomaba asiento en uno de los bancos.
Entrad grito D. Luis. Mi hermano se sentó junto a mi y ambos, frente al Padre Jesús, como si de un juicio se tratara. He escuchado las delaciones del Padre Jesús, que como era de suponer, distan bastante, en forma y contenido de las vuestras y, la verdad, no me siento capaz de juzgar estos temas tan delicados, al margen de no considerarme competente para ello, y seré sincero, tampoco me apetece en absoluto decidir y tomar responsabilidad en asuntos tan graves como de los que os acusa el Padre Jesús.
- ¿puedo saber de que me acusa? Le pregunté algo indignado.
- En principio, y al margen de pequeñas anécdotas, de lo siguiente: expulsar al clero, negar el poder de la iglesia, obstaculizar la conversión de los indígenas, incitar a la lujuria y apuramientos con indígenas no conversos y lo más graves, nombrar Capellán a un tal Juan López. ¿Pero como se te ocurrió tal cosa? Terminó D. Luis
- Debería haber estado Usted Aquí, le contesté, y además, no pienso seguir dando explicaciones, rogando que cuidéis el tono D. Luis no olvidéis delante de quien estáis.
- De un posible reo de la Inquisición, me respondió.
- ¿Cómo os atrevéis?, Le grite.
- Si, me atrevo, es más, lo veo más que conveniente. Tengo la suficiente autoridad, tanto militar, como religiosa para hacerlo y tu hermano Luis, es notario de lo que digo.
En ese mismo instante, Rodrigo desvaino su espada y gracias a que pudimos sujetarlo no estocó al Padre Jesús, y tras él, varios de mis hombres, que fueron milagrosamente respondidos por algunos hombres de la guardia de D. Luis, produciéndose unos instantes tan silenciosos como tensos.
Salvada la difícil situación por D. Luis y por mí mismo, le pedía, que nos reuniéramos a solas, a lo que accedió gustoso, no sin aguantar las impertinencias del Padre Jesús, para que me explicara la verdadera situación del problema. Me indicó que, en teoría, a estas horas, tendría que estar preso bajo su custodia, pero, que a la vista de mis relatos, no creía necesario tal extremo.
Portador de igual modo, de la oportuna orden de repatriarme a España si renunciaba a juzgar, como había renunciado, para esclarecer allí los hechos. Quedaría el Padre Pedro de los franciscanos, el Padre Juan de los dominicos y el Capitán Hernández quedaría al mando de las tropas. Yo podría designar a cuantos testigos quisiera llevar conmigo a España, por si llegara a celebrarse el Juicio Inquisitorial. Así pues, me rogaba que me preparara para mi regreso a España.
Mi hermano, me aconsejo ir a intentar solucionarla el problema en España, donde me resultaría más fácil con la influencia de mi padre y de sus amigos. Que en el fondo, él no veía tanto problemas, puesto que la Corona, aunque muy influida por la Iglesia, no podía permitirse la ligereza de enfrentarse con las familias más influyentes tanto por la necesidad de su riqueza, como de sus tierras. Pensaba Luis que en España, buscarían una solución digna y discreta, válida para todos.
Reaccioné con soberbia ante la forma de hablarme de mi hermano Luis ya que aunque me daba ánimos y me brindaba la ayuda de toda la familia, ponía en dudas mis decisiones, lo que en ningún momento estaba dispuesto a consentir. El único culpable era el Padre Jesús, con su descomunal estupidez, pero llegue a pensar, que posiblemente, fuese yo el único equivocado.
Luis estuvo varios días enfadado conmigo, debido a la reacción que tuve con él. Cuando conseguimos calmarnos, volvimos a darnos un abrazo, prometiendo no volver a enfadarnos nunca. Me juró que no dudaba de mi historia, lo que pasaba era que si yo daba explicaciones, y con la experiencia que había adquirido, después de ver y leer la mayoría de las sentencias dictadas por la Inquisición, lo iba atener muy mal en caso enfrentarme a un juicio de esa índole. La defensa la tendríamos que estudiar con mucho detenimiento, en el intento en todo momento de evitar cualquier cosa que ni tan siquiera “oliese” a enfrentarnos o poner en cuestión ninguna cuestión con la Corona o con la Iglesia. Habría que tener muchísimo cuidado, de modo que intentara no ser “idiota”, me dejara de orgullos y confiara en él que para eso era mi hermano.
Desde ese instante, y muy a mi pesar, no quise tomar parte en nada de lo que allí ocurriera y, la verdad es que ocurrían muchas cosas. Los indígenas volvieron a verter túnicas blancas, ejecutando sin más quien se negada a ser de nuevo cristianizado. Obligados a ir a misa, bautizados sus niños, separadas las familias y lo más trágico para ellos cortar sus árboles. Los sacerdotes empezaron las clases de religión, legua y cultura Castellana, en fin, lo que creían ellos que era fundamental para una verdadera y lógica colonización.
Empezaron de nuevo a construir casas al estilo español, con sus calles y desagües correspondientes, iindiferentes a mis consejos en ese terreno. Aquello empezaba a parecer más un pueblo castellano que un poblado indígena. Imaginaba que pasaría si nos invadieran los indígenas, y nos obligaran a construir nuestros pueblos con ramas y hojas; hasta nombre le buscaron nombre en honor a uno de los más valientes caballeros, nacido en aquellas tierras. No quería intervenir, pero no dejaba de incordiar con mis críticas. ¡Menos mal que el Padre Jesús, no se atrevía a ponerse en mi camino! Sabía que era capaz de matarlo.
El capitán Rodrigo no dejaba de darme consejos guerreros, incitándome a la rebelión y acabar con todo aquello, que tan mal nos parecía, pero estaba dispuesto a no salirme de la ley. No sabía si en un juicio, Rodrigo me podría ocasionar más daño que beneficio, porque si empezaba a hablar utilizando tanto su imaginación como vocabulario, me podría ir considerando pasto de las purificadoras llamas de las hogueras de la Santa Incisión.
Entre tanto, mi hermano Luis, había estado preparando todo para nuestro viaje de regreso a España. El viaje lo realizaríamos en una de las Naos hasta la desembocadura del río y allí embarcaríamos en la Gran Grin3, para cruzar el Océano Atlántico de regreso a casa. Pensaba es lo distinto que iba a ser el viaje de regreso del venida. Había logrado llegar, abrir una nueva vía de comunicación, nuevos poblados y quizás, empezara ahí un nuevo reino para la Corona, pero todo esto lo único que me acarreó fue incomprensión, enfermedad, tristeza y desánimo.
Como testigo, llevé conmigo a Rodrigo aun a riesgo de que me fuese mas perjudicial que beneficioso, a varios oficiales de los que habían estado presente durante todo el proceso, y a unos cuantos indígenas de los que habían conseguido dominar el Castellano, aunque, estos, apostaba mi brazo derecho, no tendrían valor alguno en el momento de su declaración, si es que conseguían llegar con vida a España tras el viaje por mar.
Por su parte, el Padre Luis no pudo conseguir ningún testigo que no fuera de sus leales seguidores, pero no podía fiarme ni por un solo instante, dada la fuerza que tendría las declaraciones de los frailes, más si eran Franciscanos.
D. Luis de Torres, quedaría en el poblado, para estar al tanto de lo que allí ocurriera, y hasta que no tuviese la seguridad de dejarlo todo perfectamente organizad. Nuestra partida la fijamos para dos días después. Le juramos a D. Luis de Torres, tanto el Padre Jesús como yo, no enzarzarnos ni en discusiones ni enfrentamientos de ningún tipo durante el viaje re regreso a España, para lo que tuvimos que empeñar nuestra palabra y dejarnos en manos de mi hermano Luis para mi fortuna. Así, y por una vez, pactamos comportarnos como nuestro linaje y ocupación mandaban, e intentar, por ambas partes, mantener la paz a bordo.
Llegado el día de nuestra partida, lo que no pudieron impedir a los indígenas fue la despedida que me organizaron. Quizás ellos llegaron a entender de algún modo, lo que en realidad estaba ocurriendo conmigo. Creo que fue la única vez que vimos salir lágrimas de nuestros ojos. Lo más posible es que no volviéramos a verlos nunca. Ahora solo faltaba llegar a España, y esperar la justicia de Dios, porque esperar la de los hombres, era mucho más difícil.

martes, 21 de abril de 2009

IX EL PADRE JESUS


IX EL PADRE JESÚS

Rodrigo estaba terminando de comer, cuando yo, por fin, logré incorporarme sobre la cama: en ese instante, penetró en mi estancia, previa cortés petición de permiso, que ascendí con mi mayor estilo, intentando así, recuperar tan dañada dignidad por todos lo acontecido. ¿Quién?.
Continuó dándome detalles de lo ocurrido en el poblado, aclarándome, en primer lugar, que desde mi partida, había transcurrido casi un año, y desde la partida del mensajero hacia España, siete meses, por lo que, la primera labor a realizar era la de mi defensa, al no poder tardar mucha ya, la respuesta que del Reino estaba esperando el Padre Jesús.
La realidad era bastante difícil y poco halagüeña para mí, quizás, y con suerte, solo podría contar con dos decenas de hombres de los que quedaron en el campamento, al pasarme la mayoría al bando del Padre Jesús, bajo coacción de una de sus “cristianas” amenazas con la excomunión o de denuncias ante la Santa Inquisición. Ordené a Rodrigo, que convocara a mis hombres en algún lugar seguro; así fue, esa misma noche, en un pequeño descampado, no muy lejano del poblado. Me encontré con mis pocos leales. No eran muchos, pero en mi memoria recordaba que entre ellos, sí se encontraban los de más valor, para realizar cualquier acción que nos propusiéramos.
Uno a uno, empezaron a contarme sus “desventuras” con el Padre Jesús, para intentar buscar una solución conjunta al problema., coincidiendo la mayoría en que la más ideal sería dar golpe de mano e intentar detener al Padre Jesús junto con los oficiales que eran fieles, controlar de nuevo el poblado, restablecer el orden lógico de las cosas y prepararse para la llegada de las noticias de España.
Estuvimos reuniéndonos durante cuatro noches consecutivas, hasta llegar a un acuerdo aceptado por todos: daríamos un golpe de mano, con la única condición de que, antes de intentarlo, hablaría con el Padre Jesús, en el intento de convencerlo en normalizar la situación, sin llegar al enfrentamiento nadie estuvo de acuerdo, pero aceptaron con la condición de que si yo era apresado o asesinado, reaccionarían de formas inmediata.
A la siguiente mañana, Rodrigo fue el encargado de hacerle llegar la noticia de mi llegada al Padre Jesús, quien me hizo llamar de inmediato a su presencia. Yo manteniendo mi posición de mando me negué, recordando que era él quien debía presentarse ante mí, al estar bajo mis órdenes directas desde el comienzo del viaje y que cuidara mucho sus exigencias, lenguaje y modos. No me hizo esperar, al instante estaba allí, con la cara bastante encendida por la furia contenida y escoltado al menos por una docena de hombres, totalmente pertrechados como si fueran a una gran batalla.
-¡si! – me dijo.
- Don Jesus os veo más gordo, habéis vivido bien se ve tanto.
- no también como Vos- me contestó.
- Y ahora, Don Jesús, contestadme ¿Con que permiso habéis irrumpido en mi poblado y cambiado tantas cosas?
- ¿Su poblado?
- Sí, mi poblado, totalmente sufragado por las arcas de mi padre.
- Por mucho dinero que haya puesto su padre, que no Usted, no lo es en cantidad suficiente para comprar a Dios, o lo que es lo mismo, a su Santa Iglesia.
-Yo. Padre, no intento comprar nada y menos a Dios o a su Iglesia, lo único que le recuerdo es quién sufraga todo estos gastos y de quien está Usted a cargo.
-¿Qué más da quien pague?
- Nada, pero le repito que el mando se me concedió. Si no recuerdo mal, se marchó usted sin mi autorización y sin ella ha regresado también.
- Ya, pero aquí, desde su marcha en busca de “aventuras”, han cambiado mucho las cosas.
- Estoy enterado, Padre, y eso, precisamente, es lo que más miedo me produce.
-¿Cómo se atreve? ¡Detenedlo!
- Quieto don Jesús, que no sabéis lo que hacéis, ni las complicaciones que esto os puede acarrear. Y vosotros soldados, no olvidéis quién os paga.
- A estos soldados, les pagará Dios, y no tu padre.
- A largo plazo…, deduzco.
-¡silencio! ¡Detenedlo! Llevadlo a su celda.
Así fue como me llevaron, entre gritos de ánimo y alegría de los indígenas, que me iban reconociendo a mi paso. La celda, una de la que el Padre Jesús, había construido durante mi ausencia, como purgatorio de almas, en el centro del poblado, totalmente descubiertas, para su perfecta y “temerosas” visión, de todos los que por allí pasaran.
No tuve que esperar demasiado; esa misma noche, vi. como caía sin vida el cuerpo del hombre encargado de mi vigilancia y, a continuación rompían el candado, dejándome en libertad al mismo tiempo que se ponían inmediatamente a mi servicio. Me informaron de la situación: habían detenido a los oficiales, muriendo cinco de ellos, al oponer resistencia; el resto se hallaban bajo custodia, en otra de las celdas, no muy distante de la mía. El Padre Jesús y sus “ayudantes”, dormían algunos juntos, y en compañía de jóvenes indígenas, otros. Al Padre Jesús me lo dejaron, esperando quizás, que me cebara en él: nada más lejos de mi intención. Entre en su habitáculo y le desperté con la punta de mi espada apoyada en largo cuello. En ese momento despertó y grito:
- ¡Señor!.
- Don Jesús… le contesté.
- ¿Cómo se atreve?
- ¿Cómo? ¿Qué?...., Padre ¿lo dudabais?
- ¿y los mis hombres?
- Tus hombres, la mitad muertos y la otra mitad a mis órdenes o detenido.
- ¿Os atreveréis a matarme? No preguntó asustado el Padre Jesús,
- ¡No!, no os preocupéis por vuestra vida, no caeré en ese error. Muy a mi pesar, pero descuidad por vuestra vida, y ahora acompañadme a detener a vuestros fieles y “castos” frailes ayudantes.
Partimos en silencio hacia la dependencia de los frailes y…, allí estaban, durmiendo en la compañía de algunas indígenas, ante el sincero asombro y sorpresa del Padre Jesús. Este lleno sus ojos de rojo furia, y llevado por la vergüenza de sus frailes,intento acabar con sus vidas a base de golpes, gracias a que en ese momento no era portador de arma alguna, porque si no hubiese conseguido matar asesinar de algunos de los frailes.
Cuando quisimos darnos cuenta, empezaba a amanecer. El aspecto del poblado, era desolador; no quedaba nada de aquel que yo dejé, el que tenía ante mi más parecía un pueblo español, que un poblado indígena, se notaba la mano de los franciscanos ¿Qué iba a hacer yo ahora, ¿Cómo devolver a los indígenas su poblado? Me interesé por la suerte de el Jefe del poblado, al que no había visto desde mi retorno: había muerto, como también había muerto la casi totalidad de los ancianos, al no resistir el ritmo de trabajo impuesto por los frailes.
Era tanto el daño que habíamos ocasionado a los indígenas que, de buena gana, hubiese recogido a todos los nuestros y nos hubiéramos marchado de allí, devolviendo sus tierras, dejándolos con sus costumbres y modos de vida.
Pero aquello era pura quimera, yo había llegado hasta aquí par realizar un trabajo, no iba a volver a España con las manos vacías sin haber conseguido terminarlo. Aún tenía que esperar las noticias que traerían los enviados del Padre Jesús. Cuando comprobé que todo estaba en orden y dejé al cura en mi anterior y “cómoda” celda. Me instalé en “mi casa”, y por fin pude descansar tranquilo e intentar recuperarme de la fatiga que, hacía meses, me dominaba permanentemente.
Creo que tardé más de dos días en despertar, ya que nadie se atrevió a hacerlo. Cuando por fin conseguí incorporarme, mandé llamar a Rodrigo, para que reuniera de nuevo a todos los hombres leales disponibles y formarlos en la explanada existente ante mi cabaña. Aproximadamente treinta minutos después, tenía cuarenta y tres hombres y con cinco oficiales ante mí, perfectamente formados, bajé y empecé a pasar revista, lo más dignamente que pude. Sus uniformes estaban totalmente desgastados y sus petos algo oxidados, pero intentaban mantenerlos en buen uso. Terminada esta revista, ordené reparar el vestuario, pulir los petos hasta que brillaran como el primer día y limpiar las armas, más que por fastidiar, por intentar establecer la disciplina y el espíritu militar.
A media mañana. Recibí a los únicos supervivientes del consejo, me demostraron un inmenso cariño y respeto. Me contaron todas sus desgracias, pidiéndome que restableciera sus costumbres y cultos, lo más rápidamente posible, a lo que accedí de inmediato, con la lógica alegría por su parte. También accedí a asistir a sus reuniones que tan buenos ratos me hacían pasar, enriqueciéndome con sus curiosas, pero interesantes discusiones, acepte ir a su próximo consejo, que se celebraría al atardecer del día siguiente.
Comí con Rodrigo y Álvarez, para indicarles las nuevas normas de conducta, a la hora de organizar el poblado, al término de la comida, pedí a Rodrigo que trajera ante mi presencia al Padre Jesús, teniéndolo ante mi mesa al instante.
- Bueno Padre, le he mando a llamar, para intentar llegar a un acuerdo, porque no me gustaría tomar decisiones extremas con Usted.
- ¿A que acuerdo quiere Usted que lleguemos? Usted sabe muy bien cuáles son mis ideas, totalmente enfrentadas con las suyas.
- ¡hombre!, algún punto de entendimiento encontraremos, ¿no?...
- Ninguno. Además de camino vienen más fuerzas con nuevas órdenes, esperaré a que lleguen, y entonces quizás, lleguemos a un acuerdo.
- ¡no seas insolente!, le grité, puedo ordenar tu muerte de inmediato y, teniendo el mando como lo tengo, ya me buscaría una buena justificación para ello, sobre todo apoyado por la inmensa mayoría de los hombres, y tú, lo sabes muy bien.
- Entonces por que no hacéis señor.
- ¡no! Ya te lo dije, no pienso haber de ti un mártir. Te piensó juzgar, y no aquí, en España.
- ¡Que iluso señor! ¡si tengo información suficiente como para que la Santa inquisición te queme sin remedio alguno! Lo comprobarás.
- Ya veremos. De momento y mientras llegan los hombres desde España, si es que llegan, vas a pasar unos días invitado en mi celda preferida, y…, ya hablaremos entonces ¡lleváoslo!
Sin darme cuenta apenas, se nos había echado de nuevo la noche encima. Salí a dar una vuelta por el poblado, pero tuve que volver a casa por la presión de la gente, saludándome algunos, invitándome a cenar otros, mientras que el resto simplemente me miraba. Tanta popularidad me agobiaba. Cerré la puerta e intenté dormir.
A media noche, me despertó Rodrigo, totalmente fuera de sí, para comunicarme la fuga del Padre Jesús. Buenas celdas construyen el Padres Jesús,
pensé,. Nunca he visto una en la que entre y escape más gente con tanta facilidad. Organizamos la búsqueda inmediata, partiendo varias patrullas en distintas direcciones, sin obtener resultado positivo alguno: El Padre Jesús, había desaparecido. Algo quedó al descubierto; entre nosotros, todavía quedaba gente adicta al Padre Jesús, lo que, por otra parte, era lógico. No todos iban a estar conmigo, lo que me obligaba a estar, como siempre, atento a todo lo que me rodeaba. Quizás este era el destino de los que están en cargos parecidos al mío: siempre vigilante a todo lo que se nueve cerca de él, y con el alma permanentemente en vilo, esperando alguna traición que acabara con su vida mientras duerme.
¡Lo bien que debía de estar pensando mi hermano Luis! ¿Se acordaría de mí? Acaso se habrá casado. ¡Tenía tantas ganas de saber de ellos! No sé si les llegaron mis noticias, con alguna de las naves que regresaron a España, ni tan siquiera sé, si éstas consiguieron llegar. Lo único que me reconfortaba era pensar que quedaba poco para mi regreso a casa, a no ser que se complicaran demasiado las cosas por aquí.
Con escasos cincuenta hombres, pocas conquistas podíamos realizar: solo podíamos ocuparnos con garantías de nuestra propia defensa, en espera de lo que nos llegara de España, y en esta dirección centramos nuestros esfuerzos. La empalizada del poblado, había desaparecido, convirtiéndose esto en el primer objetivo a cumplir.
Comentamos con los indígenas la reconstrucción de la empalizada. Aceptaron ayudar a construirla, lo que, nos era imprescindible por sus conocimientos para tratar los diferentes tipos de madera oriundas de allí, recordando nuestros iniciales fracasos arquitectónicos. Ellos elegirían tanto la madera, como la forma de atar los maderos. Que seguro no era con clavos, porque éstos resultó un desastre, al oxidarse con muchísima velocidad, partiéndose al mínimo esfuerzo que se les pidiera.
La empalizada rodearía el poblado en todo su perímetro, con dos ramales paralelos, hasta introducirse en el agua, protegiendo así el pequeño embarcadero. Entre estos dos ramales, construimos otro que los unía, con una gran puerta en el centro que cuando se cerraba, completaba el perímetro totalmente el poblado. Una vez puestos todos de acuerdo, comenzamos a trabajar.
El Padre Jesús, no dejaba de preocuparme, ¿Dónde habría huido? ¿Cómo se atrevió a salir solo a la selva?, estas preguntas no encontraban respuesta lógica. La única explicación razonable era el adelantarse en contactar con la inminente llegada de los “refuerzos” y llevarlos a sus razones.
Rodrigo era el que más hincapié hacía en este tema, ya que él había vivido en directo, los desmadres religiosos de nuestros “amigo” común. Por ello, Rodrigo afirmaba que el Padre Jesús, sería capaz de hacer cualquier cosa. Me aconsejaba prepararnos más que para defendernos de “nuestros” indígenas, de “nuestros” amigos invitados por el Padres Jesús. Aquello era mucho más complejo de lo que Rodrigo imaginaba; Cualquier intento en contra de los hombres que estaban por llegar de España, significaría la declaración de guerra a la Corona de una forma muy directa, y nuestra verdadera misión era justo la contraria: dar más tierras. Poder y Gloria a la Corona de España.
Lo que también me empezó a preocupar, fue la cada vez más agresiva actitud de Rodrigo, quizás debido a la tensión acumulad durante tan largo periodo de tiempo. Le vigilaba de cerca, impidiéndole el exceso de celo con los hombres, a quienes no dejaba de arengar y preparar militarmente para “una gran batalla” entre soldados, también entrenados como ellos, pero menos conocedores del terreno.
Sin darme cuenta, había llenado todos los terrenos cercanos al poblado con trampas, en prevención de ataques sorpresas. Le dejaba foguearse en este tema, intentando de ese modo, mantenerlo ocupado tanto física como mentalmente, además, esas trampas siempre venían bien, fuese quien fuese el atacante. Afortunadamente Rodrigo era mi más fiel colaborador, y mi más querido soldado y amigo. Durante mi ausencia se había transformado, en cierta forma, se parecía a mi añorado González Ledesma, perdido a manos de los Güajis.
¡Lástima que la suerte no quiero nunca acompañarnos! Con el material humano que tenía a mi disposición, hubiésemos conseguido grandes logros, pero nunca podemos elegir el momento en el que queremos que la suerte nos acompañe. ¡Alguna veces tan caprichosa! Posiblemente, mi hermano Luis lo hubiese hecho muchísimo mejor que yo.
Bajo los “prudentes” consejos de Rodrigo, construimos unas pequeñas canoas, con las que montamos unos equipos de vigilancia fluvial, para así anticiparlos a los peligros que por el río nos pudiesen acechar. Estos equipos estaban formados por cuatro hombres en cada barca que, en dos turnos, patrullarían, unos ríos arriba y otro río abajo, partiendo una tercera embarcación, en el caso que pasara el tiempo previsto sin el regreso de alguna de las embarcaciones, para intentar localizarla.
En una de estas salidas de rescate, regresaron con la noticias; el Padre Jesús, había llamado la atención de la canoa desde la orilla del río, al acercarse, intentó convencer a sus ocupantes para que se quedan con él, a lo que se negaron intentando su captura, no consiguieron por la rapidez y agilidad con que se perdió en el interior de la jungla, sin dejar el menor rastro.
Inmediatamente, encabecé personalmente una partida para intentar localizarlo, partimos muy de madrugada, tan de madrugada que ni había amanecido, lo que ocurrió justo cuando alcanzábamos el lugar donde había sido visto el Padre Jesús. Pusimos pie en tierra y comenzamos a seguir sus débiles huellas, intentando ponernos en contacto con él, sin obtener respuesta alguna. Parecía haberse evaporado, anduvimos por la zona hasta que empezó a caer la noche, iniciamos el regreso al poblado, no sin antes de dejarle una carta clavaba en un tronco fácilmente visible desde el sendero, que, a base de pasar por allí, habíamos hecho.
Al día siguiente, reiniciamos la búsqueda, quedándome yo en esa ocasión en el poblado e intentar solucionar problemas que me planteaban los ancianos en sus consejos. Estaban todos de acuerdo en sus críticas hacia el Padre Jesús, resaltando la de los matrimonios y separación de las familias, de igual modo se quejaban del calor que habían pasado cubiertos con las túnicas blancas, coleccionadas nada menos que con las lonetas de las velas que usamos al principio de la expedición para proteger a los hombre de la lluvia. Comprendía perfectamente las quejas de los indígenas, pero, eso sí, para cazar, el Padre Jesús sí les dejaba despojarse sus ropas, al igual que hacia con las mujeres, una por indígenas…, y ni se sabe por cada uno de ellos… ¡Beneficios del poder! Imagino.
La segunda jornada de búsqueda, concluyó sin resultado alguno. El Padre Jesús no había dado señales de vida, ni cogida la nota, aunque no sabíamos si la leyó. Rodrigo opinaba que sería muy difícil dar con él, a no ser que intentáramos prepararle una trampa o sorprenderle de la forma que fuese. El sabía que lo estábamos buscando durante el día, abandonando la zona al anochecer. Rodrigo recomendó destacarnos hasta el lugar de la búsqueda al día siguiente., como de costumbre, pero., al mismo tiempo, y a media tarde, saldrán otro grupo de hombres hacia el lugar a pié. De esta forma intentaríamos sorprenderle. Di mi consentimiento al plan, y me acosté.
Rodrigo, según lo establecido, partió en su embarcación nada más amanecer, para aprovechar al máximo las horas de luz. Yo había previsto salir con la expedición que partiría a pie, ya que, desde mi solitaria aventura en el río, le había tomado demasiado respeto al agua. Durante el día, intenté hablar con la mayor cantidad posible de indígenas, quienes me contaron más o menos lo mismo que los ancianos en el consejo, comí en la choza de una de las familias, que me agasajo con lo mejor que pudo encontrar, no dejando de hablar, mientras ponían continuamente comida sobre mi plato. Hacía tiempo que no comía tan abundantemente.
Al anochecer y tras el regreso de Rodrigo sin portar noticias algunas, partí en compañía de diez hombres hacia el lugar de la búsqueda. Justo cuando partíamos, se nos agregó voluntariamente, muy a mi pesar, por el cansancio que tendría Rodrigo, por un lado me disgustaba la idea de no dejar descansar a Rodrigo, pero, por otro su compañía me daba bastante seguridad.
Poco a poco, nos fuimos adentrando en la profunda jungla. Nada más empezar, observamos que aquel invento no podía resultar, formábamos tal escándalo, que nos oiría muchísimo antes de dar con él, sin contar con la luz de nuestras antorchas, por lo que, sin pensarlo más, decidí volver de inmediato al poblado, con la aprobación general.
Antes de reiniciar la búsqueda, ya que decidimos suspenderla durante un tiempo, para dar confianza al Padre Jesús y esperar que bajara la guardia y poder sorprenderlo con más facilidad. La nueva estrategia consistió en desplazarse por la noche en las barcazas, hasta un poco antes del lugar acostumbrado, espera allí a que amaneciera y entonces, permaneciendo agazapados, y cuando pasara cogerlo.
Esta nueva misión, no la mandábamos ni Rodrigo ni yo, sino un oficial llamado Jaime Hierro, de total confianza, según Rodrigo. Partió al atardecer, quedando nosotros, a la espera de sus noticias. El insomnio de esa noche, lo aprovechamos para charlar sobre los posibles problemas que tendríamos que soportar cuando llegaran los ilustres visitantes que estábamos esperando sin sacar nada en claro.
Justo cuando empezaba a conciliar el sueño, llegó un hombre con noticias, la nota que habíamos dejado clavaba en el tronco de aquel árbol, había desaparecido y en su lugar había otra nota con el siguiente mensaje: “Señor, en vista que ha renunciado a Dios, a la Corona y a la dignidad, no tengo otra salida que intentar aguantar internado en la jungla, hasta la llegada de mis hombres de España, para con los poderes que me traen, poder ponerle delante del Santo Tribunal, ante quien pagará sus pecados en la hoguera. Usted y quienes como Usted han intentado usurpar el lugar de Dios y del Emperador.
Así de escueta y acezante era. En este instante comprendí el verdadero temor que sentía Rodrigo hacia el Padre Jesús. Este, con el poder suficiente, podría alterar de tal modo las cosas, que sería muy difícil rebatir los cargos en un hipotético juicio de la Inquisición. Rodrigo intentó,en vista de la nota, ajusticiar al Padre Jesús en cuanto este se le pusiera delante. Intenté convencer a la gente que esa no era la solución ideal al problema. Creí que cuando llegasen esos hombres, estarían las cosas lo suficientemente claras, como para desacreditarlo. No, no le ajusticiaríamos, le encarcelaríamos hasta la llegada de los viajeros y entonces, intentaríamos arreglar el asunto, muy a pesar de las intenciones de Rodrigo.
Después de tantas ideas y venidas al lugar de la búsqueda del Padre Jesús, del que nada habíamos sabido, por fin, a eso del medio día, aparecieron nuestros hombres, con el ansiado sacerdote, tan cansado y demacrado que daba pena encarcelarlo. Ya que la empalizada estaba casi terminada, no creí necesario aumentar su más el sufrimiento de su debilitado cuerpo, querrán tenerlo en buenas condiciones físicas y mentales cuando llegaran sus enviados, y de esa forma, evitar además acusaciones por maltrato a un clérigo. Puse dos vigilantes para que le acompañasen constantemente, pero, no pudo ser, después de varios intentos de fuga, no tuve otro remedio que internarlo de nuevo en su celda, lo más cómodamente acondicionada posible y fuertemente vigilada, en espera de acontecimientos si es que estos se producían.