martes, 26 de mayo de 2009

XX LAS CATARATAS

XX LAS CATARATAS


Embarqué a 100 infantes en las barcazas y nos dejamos arrastrar por la corriente de río. Días después ya habíamos pasado toda la parte conocida del río y comenzamos a navegar por territorio desconocido. La corriente hacia cada vez mas violenta a medida que avanzábamos. Poco a poco la cosa se empezó a complicar y empezamos a tener problemas con las piedras que sobresalían del agua. Por fortuna para nosotros, nos acompañaban varios asturianos expertos en navegación fluvial y, gracias a ellos, pudimos ir sorteándolas hasta llegar un poco más abajo donde, nos encontramos con un nuevo remanso del río, donde por fin pudimos amarrar las barcazas.
Al día siguiente y, tras una reparadora noche de descanso, continuamos el viaje por aquel río que ya nos había aclarado las dudas sobre sus posibilidades de ser remontado por nave alguna. De todos modos no teníamos más remedio que continuar bajando y encontrar su desembocadura con única vía de escape.
Mas abajo, nos encontramos con restos humanos de castellanos atados a troncos de árboles, y con claros signos de violencia extrema. Los desatamos, recogimos y dimos cristiana sepultura. Aquello nos desconcertó de nuevo. Lo que menos podíamos esperar en aquellos parajes era señales de hombres, menos de castellanos. ¿Cómo habían llegado hasta allí? ¿Y lo que para peor, quienes eran estos nuevos indios, responsable de la matanza?
Preocupados, pero impulsados por el siempre inagotable espíritu de aventura continuamos río abajo. Buscamos por cuantos rincones encontrábamos en nuestro, cada vez, más inquietante río. Podríamos el mayor cuidado al realizar cualquier tipo de incursión. Temía que un nuevo ataque de los indígenas causara bajas entre las ya por si mermadas fuerzas.
Al poco, el río recobró sus aguas bravas y tomamos todas las medidas necesarias para poder gobernar y asegurar nuestra navegabilidad. Llegado el momento, y dada la violencia del río y a la vista de lo peligroso que se estaba volviendo todo aquello, decidimos acercarnos a la orilla y continuar a pie. Fue demasiado tarde. No conseguimos controlar las barcazas y cada uno se arreglo como pudo para alcanzar la orilla. Solo dos barcazas lograron llegar a tierra por sus propios medios, y gracias. Pudimos recuperar algunos caballos, cuatro cañones y seis culebrinas. De los doscientos hombres, cuarenta desaparecieron para simple arrastrados por la corriente del río.
Cuando logramos reorganizarnos y comprobamos que al otro lado del río había llegado otro par de barcazas, todo un problema por la dificultad que supondría haber quedado separados por el cauce del río en dos grupos. El grupo del otro lado lo integraban unos treinta hombres desamparados al no disponer de ningún tipo de pertrechos, y el otro conmigo al frente de ciento y pico de hombres, con lo poco que conseguimos salvar.
Avanzamos ambos grupos de forma paralela al cauce del río como único medio de no perder el contacto entra ambos grupos e intentar esperar a encontrar algún lugar donde poder reagruparnos. Pero en contra de lo previsto, la corriente cobraba de forma progresiva mas fuerza, a la vez que se ensanchaba el cauce. No parecía haber sitio por donde intentar cruzarlo. En un desesperado intento de conseguirlo, tendimos unos largos cabos a riego de la vida de algunos hombres que se dejaron arrastrar ¡fue patético! Los hombres en su ansiedad por llegar, no tuvieron la mínima precaución y se colgaron más de las cuenta el mismo tiempo, y el cabo tendido con tanta dificultad termino por partir. Quedaron a merced de la corriente y solo uno de ellos logro llegar hasta nosotros con vida gracias a que se agarro al cabo por la parte que nos unía a el y pudimos arrastrarlo hasta nosotros.
Pero a pesar del desastre no nos quedaba otra opción que continuar con la misión. Un poco mas adelante, al río empezó a estrecharse a la vez que aumentaba aun más la fuerza de su corriente. También comenzó a llegarnos un estruendoso ruido, que delataba de forma clara lo que, un poco mas adelante íbamos a descubrir. En efecto, unas cuantas horas después vimos como ante nosotros desaparecía la tierra entre una gigantesca nube de agua. Cuando conseguimos asomarnos al corte, no pude calcular la altura de la catarata, pero, desde luego, era la mayor que jamás había visto en mi vida.
Allí pareció acabar el viaje. Tendríamos que sepáranos del otro grupo de hombres a intentar reunirnos abajo. Pero, ¿Por qué donde bajaríamos? Por allí, era imposible. No apreciamos ningún lugar con un mínimo de seguridad para intentarlo. Así pues, mientras empezamos a caminar, vimos como perdíamos de vista nuestros compañeros del otro lado. Desde ese momento todos quedábamos abandonados a nuestras propias suertes.
El camino se hacia cada vez mas sinuoso. La pequeña vereda por la que avanzábamos, trazada por alguna desconocida tribu estaba en muy mal estado y con muchas piedras que dificultaba el andar a los caballo cargados de enseres. Cada vez se hacía más y más difícil de avanzar con las continuas caídas, que gracias a dios, no causaron ninguna baja entre ellos.
Nos fuimos alejando de la catarata, pero el corte de tierra no parecía tener fin. Desde allí daba la sensación de que acababa un mundo y quienes abajo existiera otro muy distinto, con gente y pueblos muy diferentes a los visto hasta ahora. Esto era lo único que nos mantenía con moral para seguir avanzado, además de, claro esta, que nos no quedara otro remedio si queríamos regresar alguna vez a Nueva Granada.
Entre nosotros, las enfermedades empezaban a cobrarse sus tributos debido a nuestra, cada vez, más debilitadas fuerzas y escasos alimentos. Por mi parte, aunque también bastante debilitado, todavía conservaba la suficiente fuerza como para mantener alta mi moral e intentar contagiársela a mis hombres. Parecía como so Dios quisiera siempre castigarme de ese modo, haciéndome ver impotente, todas nuestras desgracias: primero el juicio de la inquisición, después, Maria Luisa y mi hija, Rodrigo, Ledesma, Musí y, quienas, a estas alturas, también mi padre. Todos habían abandonado la vida y pesaban sobre mi conciencia.
Pera lo que mas me mortificaba, era el hecho de no haber podido conocer a mi hija. ¿Para qué tanta lucha? ¿Para qué tanta conquista? Tan solo mi hermano Luís, del que nada sabia, sacaría provecho de tanto sacrificio. Lo daría por bien empleado, si el menos él, tenia suerte con su destino y utilizaba esto para el engrandecimiento de la familia. Pero, de forma egoísta ¿Qué me aportaría a mí una vez muerto? Ganas me daban de regresar por donde había venido y volver a Osuna, o a Granada para terminar allí mis días, sentado en algún fresco patio. Sin embargo el penoso pasar de los días en estas tortuosas tierras, se encargaba de llevarme de nuevo a la triste realidad diaria: teníamos que seguir avanzando.
Atravesamos una basta región con frondosa y verde vegetación. A los pocos días, por fin pudimos llegar a donde comenzaba a suavizase la pendiente y permitirnos bajar por ella. Una vez abajo, teníamos que desandar lo andado para llegar de nuevo al río e intentar localizar a nuestros compañeros. Por allí era mucho más fácil avanzar; la vegetación no era tan frondosa y nos permitió caminar con bastante comodidad.
Lo que encontramos era igual a lo que ya conocíamos. Ningún nuevo poblado indígena, ninguna nueva especia de animal o planta, si vimos un nuevo tipo de fruta, que gracia a Dios y por fortuna, no resulto ser dañino, porque los hombres se atiborraron, en cuanto la probaron y comprobaron su riquísimo sabor.
Al llegar bajo las cataratas, el arco iris multicolor, que de forma permanente cubría el valle nos pareció la puerta del cielo. Permanecimos bajo sus frescas y claras aguas hasta olvidándonos por un momento de todos nuestros pesares y dedicándonos únicamente a evadirnos, limpiarnos y refrescarnos.
No pudimos ver a nadie al otro lado. Empezamos a buscar algún lugar por donde cruzar al otro lado. Un poco más abajo, existía un pequeño lago, donde las aguas se amansaban, tomándose un respiro, antes de continuar su violento viaje, pero no nos atrevimos a cruzar en las condiciones en las que nos encontrábamos y arriesgarnos a algún ataque al que no podríamos responder.
Lo más curioso fue un hombre que se nos había despistado, quien regreso al campamento y nos contó que habiéndose adentrando bajo las aguas de la cascada había descubierto un pequeño pasaje por donde, poco a poco y con muchísimo cuidado, podíamos pasar al otro lado del río. Por él no podían pasar caballos ni cañones, pero, al menos, podríamos reencontramos con nuestro hombre cuando consiguieran llegar.
Al otro lado construimos un pequeño campamento, con la ayuda de los pocos enseres que nos quedaban y aprovechando lo que podíamos de la vegetación, según las enseñanzas de los indígenas en esta materia. En el dejamos un grupo de hombres, a la espera de los que faltaban.
Allí permanecimos el suficiente tiempo como para estar seguros de que ya no volveríamos a ver estos hombres. Dejamos señales de nuestra presencia e instrucciones para que nos siguieran, en caso de que el fin llegara.
Esa zona del río era mas tranquila, pero no lo suficiente para arriesgarnos a navegar de nuevo por el, eso si, por fortuna, pudimos pescar ricas piezas y alejar el hambre. Más adelante, el río se amanso por completo, animándonos a construir, balsas y con ellas, continuar río abajo. Fue entonces cuando, un poco mas adelante, encontramos los cuerpos de nuestros compañeros desaparecidos, empalados junto al río.
Por el avanzado estado de putrefacción que presentaban sus cuerpos, deba la impresión de haber ocurrido bastantes días atrás. Lo bajamos de allí con las pocas fuerzas que nos quedaban y dimos cristiana sepultura. No nos dieron cuartel, nada mas enterrar al ultimo hombre comenzaron a atacarnos desde todos los ángulos. Nos habían cogido desprevenidos. No pudimos o no supimos reaccionar con la debida celeridad y produjeron numerosos bajas entre nosotros. Aquello fue tal desastre que lo único que pudimos conseguir es salir corriendo cada uno por donde pudo.

Cuando termine de correr y tuve la certeza de que ningún indígena me perseguía, me senté sobre un grueso tronco cubierto de lecho húmedo. Poco a poco empezaron a llegar los escasos hombres que lograron seguir mis pasos.
Tal como iban llegando, se iban arrojando cada uno allí donde podía, derrotados por el cansancio. Estuvimos mirándonos, sin hablar. Nuestras miradas resultaban suficientemente expresivas. El cansancio, el desamparo, la amargura, la desesperación, la muerte, se reflejaba de modo inequívoco sobre nuestros maltratados y rotos rostros. Después de varias horas, por fin conseguimos incorporarnos y continuar avanzando sin rumbo fijo. Tan solo nos quedaba la esperanza de que se produjese la intervención de María Santísima, realizando algún milagro, que nos librara de esta vez, mas que segura muerte.
Unos días después, tan solo quedábamos cuatro hombres. Poco a poco iban cayendo uno tras otro, solo lográbamos enterrarlos como podíamos. Ya sin esperanzas, dejábamos pasar los días a la espera de encontrarnos con la muerte en cualquier instante. Yo no dejaba de preguntarme el porque de mi suerte ¿Cuál era la razón de tan mala suerte y tanta desgracia? Los hombres, para mi ventura, nunca llegaron a perded la fe y confianza en mi. Les intentaba animar y dar la esperanza de que mas tarde o mas temprano, terminaríamos por encontrar alguna salida, seguros como estaban de que la suerte me acompañaba en estos casos: siempre había logrado regresar al poblado, a pesar de todas la veces que me habían dado por desaparecido. Pero en el fondo ya sabíamos cual sería nuestro final.
Imaginaba lo confundidos que estaban esta vez. Lo más que podía hacer, era intentar mantener alta su moral y animarles para proseguir la marcha. De forma lenta y discreta, la muerte empezó a reinar triunfalmente entre nosotros. No vino a buscarnos la muerte, dejo que fuésemos nosotros mismos quienes la fuésemos a buscar y terminar con todo aquello de una vez. Pero la muerte prefería seguir jugando con nosotros. Nos tocaba levemente con sus manos de seda, sin apretarnos si quiera, conocedora “compañera” de nuestra extremada disposición a irnos con ella a la mínima señal por su parte.
Lo extraño era que, físicamente no estábamos tan mal. Si no fuera por la certeza de la inutilidad de nuestros esfuerzos, lucharíamos…. Pero, ¿contra quien? ¿Contra quienes íbamos a luchar cuatro moribundos sin armas? Nunca lo supe, sin embargo continuamos caminando día tras día, como si de nuestro interior saliera esa nobleza castellana que nos llevo hasta aquellas tierras. No queríamos que fuese ella quien nos ordenase el fin de nuestra vida, habíamos decidido no caer en esa tentación, sino ser nosotros quienes decidiéramos cuando y donde encontrados con ella.
Intentamos con todas nuestras cuezas, cambiar el final de nuestra propia historia. No creíamos que estuviésemos muy lejos de una salida airosa a nuestra situación. Creímos ver el pueblo, la desembocadura del río, e incluso hombres con sus armaduras limpias y brillando a contra luz que venían a nuestro encuentro.
En nuestros sueños, de interminables luchas agónicas, recordábamos paisajes, pueblos y amigos de nuestra infancia. Pasábamos mas tiempo volando con nuestra imaginación que intentando realmente salir adelante. Nuestro animo y espíritu cambiaba con cada acontecimiento que nos ocurría en el transcurso de los días.
Luchábamos. Luchábamos por todo, por un paso más, por conseguir algo de alimento, por una oportunidad o por un simple baño con agua clara. Luchábamos por darle la justa importancia a cada cosa. Convertíamos cualquier cosa en un gran triunfo, incluso aquello que, en circunstancias normales, no se tendría en cuenta. Lo hacíamos. Lo hacíamos, quienas como ultimo acto de independencia y rebeldía contra la muerte, que nos seguía acechando pacientemente esperando nuestra entrega.
Una mañana, descubrimos como dos de nuestros compañeros, habían cedido a los encantos de tan seductora e infatigable compañera de viaje. Este golpe fue definitivo para nosotros dos. Parecía que al fin se había decidido a reclamarnos y Luís, mi último compañero, decidió también entregarse en un descuido por mi parte: se atravesó con su espada, ayudándose de una roca del camino. Quizás la única roca que vimos durante todo el camino.
Recogí mi espada del suelo y comencé a caminar, cortando cuantas plantas se me interponían, como si detrás de mi, llevara a todos los hombres que conmigo partieron. Esta vez, estaba seguro de que no estaría Rodrigo para despertare, que nadie estaría allí para hacerlo. Quizás jamás me encontraran, pero decidí morir como había vivido, luchando.
Por ese único motivo continué y continué haciendo lo único que podía y que me quedaba por hacer, caminar y caminar a la espera que me llegara mi turno, el último, el último turno, que de forma tan caprichosa había dispuesto la muerte para mi.
Ente la inacabable y frondosa selva, anduve y corte todo lo que se me ponía en el camino, aguante todo lo que mi cuerpo pudo dar de si. El tempo dejo de existir, los días, fundidos con las noche pasaban ya sin ser contados. Andaba día y noche sin cesar acumulando esfuerzos y cansancio. Cuando ya no pude aguantar mas me senté sobre unos confortables matojos y me recosté, consiguiendo entrar en el largo sueño del que nunca logre despertar.
Los recuerdos se empezaron a agolpar ante mí de tal forma que conseguía verlos todos juntos y al mismo tiempo. Mi infancia con Luís, las encarnizadas batallas con el Padre Jesús cuando aun era pequeño, mi madre, las enseñanzas de Fray Juan, su formación sobre el arte de la lucha con espada, de la monta, de cómo se debe mandar para ser obedecidos, mi padre, recordándome en todo instante quien era, quien tenia que ser. Mi pasado, mi familia, todo estaba allí conmigo.
Eso me agradaba. Al mismo tiempo que intentaba volver, despertarme, despertar de forma desesperada, una y otra vez, conocedor del significado de toda aquella paz y tranquilidad. Pero, ¿estaba muerto?... ¿Dónde estaban Luís, Rodrigo, Maria Luisa, mi hija, Musí y todas aquellas personas que dejaron la vida antes que yo? ¿No nos prometieron reencontrarnos en el Reino de los Muertos? Yo continuaba solo, y así seguí buscando, año tras año, algo o alguien que me explicara donde estaba o quien era.

No hay comentarios:

Publicar un comentario