lunes, 25 de mayo de 2009

XIX IRIQUI

XIX IRIQUI


Cuando llegamos a las pirámides donde estaban enterrados nuestros hombre y una vez rezado un responso por el eterno descanso de sus almas, continuamos el viaje justo donde lo habíamos dejado.
Empezamos a bajar la ladera del monte, sin encontrar ninguna pista que nos indicara la existencia de indígenas por aquella zona. Entramos en un valle profundo y estrecho, donde la vegetación llego a espesarse como nunca hasta entonces. Cruzarlo nos llevo bastante tiempo y esfuerzo, lo que nos dejo debilitados durante varios días visto desde mi llegada a estas tierras. Estaba formado por una mullida capa de hierba que rodeaba un pequeño lago, de aguas finísimas y de muy buen sabor. Aquel sitio sería perfecto para fundar alguna ciudad, si no fuese por lo recóndito y extraño del lugar, de todos modos, dejamos allí a unos cuantos hombres con nuestras pesadas cargas, mientras el resto continuábamos la búsqueda.
Realizábamos todo tipo de tareas, no solo la de perseguir indios, recogíamos plantas, aves, frutas y todo aquello que no nos fufa conocida, sin olvidar la importantísima labor que consistía en trazar los planos de todas las nuevas zonas por las que pasábamos. Esta vez si pude dedicar mas tiempo a estas labores, conmigo venían varios aficionados a la botánica, con quienes pude compartir muchos ratos agradables de tertulia, mientas intentábamos clasificar todo lo que recogíamos. Esto era lo anecdótico del viaje, el trabajo diario era bastante mas duro para los hombres debido a lo difícil dureza del terreno por el que caminábamos. Casi a diario teníamos que lamentar la perdida de alguno de ellos, para el decaimiento en general del resto de infantes.
El tiempo pasaba sin que encontráramos nada. Parecía que para descubrir algo en estas tierras había que pagar su tributo previo, tanto en fatigas y tiempo, como en vidas humanas. Tributo en los momentos más difíciles no era comprendido por los hombres, que como siempre eran los más perjudicados. En el fondo, también eran los cocientes de estos riesgos y lo asumían. Todos habían llegado hasta aquí buscando que la suerte les hicieran ricos y salir de la mísera vida que llevaban en tierras castellanas, extremeñas y andaluzas. De todos modos, solo la mínima parte conseguía su objetivo, el resto, por norma se perdían en las expediciones, de las que nunca se sabia el final, después morían de enfermedades desconocidas y otros muchos de hambre o perdidos en aquella interminable jungla.
Había quien si conseguía hacer fortuna en las nuevas tierras. Eran estos los que, cuando llegaban a sus pueblos cargados de oro, mandaban a los indias nuevos contingentes de hombres, intentando que pretendían seguir su misma suerte. Por ahora, gracias a Dios, los hombres que venían conmigo, y yo mismo, estábamos entre los elegidos por fortuna.
Una vez que nos cansamos de perseguir fantasmas, dimos media vuelta y regresamos a las pirámides. Cuando nos estábamos acercando, los indígenas que llevábamos como guías, regresaron y nos contaron que el campamento estaba lleno de aborígenes celebrando algún extraño rito.
En efecto, cuando pudimos acercarnos los suficientes para ver con claridad, apreciamos con horror que habían desenterrado los cuerpos de nuestros hombres y, una vez descuartizados, los espaciaban por los alrededores, utilizando cuerdas a modo de onda. No lo pensamos: de nuevo cogimos las armas y cargamos violentamente contra ellos. No paramos de combatir hasta despejar toda la zona de las pirámides. No se si se libro de la muerte algún indígena, pero, por primera vez, no sufrimos bajas entre nosotros, lo que reflejaba hasta que punto se emplearon en el cuerpo a cuerpo los hombres.
La amenaza parecía haber sido eliminada, pero seguíamos sin obtener resultado en la búsqueda del poblado que contacto ahínco buscamos y, para mayor desgracia, no logramos capturar a ningún indígena vivo a quien poder interrogar y desvelar la localización del poblado.
Un par de días depuses, continuamos la exploración por la ladera opuesta. Esta zona parecía mucho mas fácil, avanzamos mucho mas y los hombres, después de lo las pirámides habían recuperado la moral.
Bajamos por lo que parecía el cauce seco de algún torrente en el que el agua, aparecía, y desaparecía a su capricho, hasta llegar por fin otro lago, de parecidas características al que anteriormente habíamos encontrado. Allí decidimos establecer un nuevo campamento y buscar en círculo el poblado. Tuvimos suerte; en la primera salida que hicieron los hombres, encontraron algo extrañísimo que no supieron explicar con suficiente claridad.
Hacia allá nos dirigimos con mayor rapidez. Al acercarnos, tampoco yo supe explicarme que era lo que veían mis ojos. Parecía una rara y gigantesca colmena de abejas. Que de cada celda, se despenaría una escala hasta el suelo.
Ante de adéntranos en su misterio, me permití el lujo de dedicarme unos momentos a dibujar tan extrañas formas. Cuando termine empujado por las prisas de mis oficiales, entramos sigilosamente, con las armas empuñadas. Por aquel lugar parecía no haber nadie. Quizás fueran sus arbitrantes las victimas de nuestro último ataque, pero de que entre ellos no había mujeres ni niños, por lo que alguien debía haber quedado allí, y no tardaron mucho en salir. Instantes después comenzaron a aparecer desde todos los rincones. Incontenibles en su primer momento, nos vimos obligados a replegarnos contra un pequeño muro de tierra, que por lo menos nos cubrió la retaguardia. Desde esa posición empezamos a deshacernos del inesperado ataque consiguiendo disparar las culebrinas, que dieron al mismo buen resultado de siempre: los indígenas emprendieron la huida despavoridos entre la vegetación de la selva, como si nunca hubiesen estado allí, pero esta vez si tuvimos que lamentar la perdida de algunos hombres. Incendiamos todo aquel extraño poblado, más digno de animales que de seres humanos y regresamos a las pirámides.
Reunidos todos junto a una fogata, llegamos a la conclusión de que aquel pueblo no era al que buscábamos. No era posible que una construcción tan solo como una pirámide fuera obre de los mismos que Vivian en tan primitivo poblado. Teníamos que seguir buscando a los constructores de aquellos monumentos.
Cuando por fin decidimos regresar a Nueva Granada, con las manos tan vacías como cuando salimos, uno de nuestros hombres atrapo a un indígena. Una vez interrogado, nos relato la existencia de un gran poblado al otro lado del río. A este poblado lo conocían con el nombre de Iriquí, que traducido de su extraño dialecto, significaba algo parecido a “la ciudad que brilla”. La traducción literal que nos hizo el oficial encargado de ello nos abrió los ojos de tal forma que a más de uno parecieron salirse los ojos de las orbitas. No hizo falta organizar nada, esta vez: esas mágicas palabras en boca del oficial, fueron la orden más rápidamente cumplida por un infante que yo recuerde. A las pocas horas de ser pronunciadas ya estábamos nuevamente en marcha.
Continuamos bajando por el río para aprovechar su corriente. La llegada hasta las proximidades de Iriquí, fue rápida. Al tener ante nosotros aquella majestuosa ciudad. Ordene pasar de largo y un poco más abajo, apostados en la orilla, pensar mejor los planes trazados, en vista de las dimensiones.
En un primer momento, estuve tentado de enviar por más ayuda, pero la gran distancia que nos separaba me hizo desistir ya que si esperábamos a los refuerzos, lo mas seguro es que seriamos descubiertos antes de su llegada. Así pues decidimos quedarnos allí y vigilar al poblado, antes de tomar una decisión.
Cada día enviábamos a algunos hombres a vigilar el poblado. Salían temprano y volvían al anochecer, informando de todo lo que habrían visto y que nos fuese de utilidad. De ese modo descubrimos que era el primer poblado con algo parecido a un ejército organizado, convirtiéndose esto desde ese momento, en nuestro principal problema.
¡Menos mal que tuvimos tiempo! Gracias a ello, pudimos hacernos una idea bastante aproximada de cómo funcionaban. Tenían de todo, excepto caballos y armas de fuego. Los hombres venían contentas las excelencias de los tiradores indígenas, los que erraban muy poco en el tiro. Un poblado, en fin, digno de ser conquistado por nosotros, con todos los honores.
Acordamos permanecer allí y organizarnos mientras enviamos a Nueva Granada por más gente ya que, tan peligroso era ser descubiertos, como atacar con nuestras fuerzas todo aquel ejercito.
Por primera vez, el tiempo pasaba tan deprisa que no nos daba tiempo a preocuparnos de las pequeñeces que, en otras ocasiones, nos parecían de tan difícil solución y causa de graves enfrentamientos y desmoralización entre nosotros. Así, sin apenas darnos cuenta, llegaron los refuerzos, gracias a la experiencia acumulada tras nuestras primeras incursiones en el nuevo río.
Mi padre no vino debido a una dolencia que le impedía andar más de tres o cuatro minutos. Representándolo, al mando de las fuerzas de refresco, venia otro experto capitán de nuestra confianza, llamado José de Mendoza. Con el llegaron otros quinientos hombres totalmente pertrechados con todo tipo de armas y artilugios. Montaron tal escándalo que no me explico como no fuimos descubiertos por el enemigo, pero este, andaba tan ocupado y seguro de si, Clen podía imaginar lo que tan cerca se estaba organizando.
Cuando al fin estuvo todo organizado, colocamos los cañones y culebrinas en los puntos donde pensamos harían mayor daño y crearían mayor confusión en los primeros momentos, ya que eso seria nuestro mejore aliado. Aprovecharíamos la confusión para entrar al galope, y dar tantas pasadas como dos fuese posible. Intentaríamos sacar a la gente del pueblo, con el fin de no entablar combate directo con ellos, porque nos superaban infinitamente en número y un ataque frontal seria nuestra perdición.
En las primeras horas del día, y tras observar que nadie andaba por las calles de Iriquí, ordene abrir fuego. Con el estruendo de los primeros impactos sobre sus edificios, sus moradores saliendo a la calle, tan despavoridos como estaba previsto, mineras buscaban algún lugar seguro donde esconderse, pero no lo había. Cuando vimos que existía suficiente confusión, entramos en el pueblo a galope y empuñando las armas, cortamos cuantas cabezas se cruzaban en nuestro camino. Cuando todo termino, entro el resto de los hombres. Por fortuna, cuando estos entraron ya no quedaban muchos indígenas con ganas de seguir peleando y tardaron poco en comenzar a tirar sus armas. Concentrándose en las plazas.
Reunidos a todos los supervivientes en una gigantesca plaza que daba al río. Allí su Rey les explico la nueva situación, que acataron de inmediato. Poco a poco fuimos registrando casa por casa, sacando de ellas todo aquello que poseía algún valor para nosotros. Lo recogido se iba acumulando en la plaza, bajo unos cuantos cobertizos, construidos para tal fin, por los mismísimos indígenas. ¡Que poco les imputaba que sacáramos todo aquello! Era como si de nuestras casas se llevaran lo que menos valor tuviese para nosotros. Escala de valores pensé.
De inmediato regrese a nueva Granada fui recibido por mi padre que se encontraba bastante decaído, a pesar del empeoramiento que había sufrido su estado general de salud, aguanto estoicamente todo mi relato. El principal problema que encontró era el de siempre: como llevar todo aquel oro hasta Nueva Granada. Remontar el río era tarea imposible, y llevarlo a pie de locura, así pues no quedaba otro remedio que encontrar una vía a través de es nuevo río. Misión que me ordeno preparar de inmediato. Tras dejar organizado Iriquí, al que bautizamos con el nombre de “San Julián” en honor a este santo tanta devoción tenia mi padre.
A San Julián llegue con mas hombres para establecerme allí mientras buscaba voluntarios para la misión que me había encomendado mi padre. Esta vez fue mucho más difícil conseguir la gente necesaria: los hombres se encontraban cansados y el oro conseguido les parecía suficiente para saciar la ambición de la mayoría, solo pensaban en regresar lo más rápidamente posible a sus casas y disfrutar.
Utilizando este motivo, intente convencerlo de la necesidad y urgencia de esta misión: para poder ir a sus casas, debíamos descubrí la nueva vía por donde hacerlo, ya que por Nueva Granada era del todo imposible. No tuve mucha suerte, me tuve que conformar con reclutar soldados entre aquellos que llevaban menos tiempo en las nuevas indias y aún no habían conseguido recompensa alguna, y entre aquellos cuya ambición parecía no terner fin. De ese modo, apena reuní doscientos hombres, por lo que la misión se me antojaba mucho mas complicada de lo que en un principio me pareció.
Tampoco le di la mayor importancia, pero creo que debería haber regresado a Nueva Granada. Informar de mis problemas y reunir allí a los hombres que me hacían falta. Las ganas de germinar con aquello rápidamente, y un exceso de optimismo, me llevaron a comenzar la búsqueda con lo que pude conseguir en San Julián.
Sobre Iriquí no doy más señales, por ser de muy parecidas características a las de Nueva Granada, pero con muchísima más riquezas. Según que cuando regresara habiendo descubierto esa nueva vía de comunicación se convertiría en la más ciudad importante de las que hasta entonces habíamos descubierto.

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