lunes, 25 de mayo de 2009

XV NUEVO COIN

XV NUEVO COIN


Lo que no recuerdo muy bien, es el tiempo que empleamos en cruzar todo el enorme trecho de mar que nos separaba de las nuevas tierras, pero eso quizás sea de menos importancia. Lo importante empezó cuando apareció ante mis ojos el pueblo entre las frondosas orillas del río. ¡Que distinto había sido este viaje! Esta vez remontamos el río en las propias Naos, que con todo el valor de mundo, nos aventuramos adentrar en el cauce y comprobar así su perfecta navegabilidad.
Cuando llegamos, el poblado entero se arremolino en el pequeño embarcadero y asombrados por el tamaño de los barcos. Lo que me extraño, fue el hecho de que nadie me hubiese reconocido, y ya que para mi ego, esperaba un recibimiento con la pompa que creía merecer. Tuvieron que pasar varias horas para que, por fin, uno de los ancianos me recordara. Este se encargo de transmitir la noticia y, el poco tiempo. Tenía en mi cabaña a todo el consejo de ancianos.
Durante mi ausencia, el poblado, que ya había crecido lo suficiente como para denominarlo “pueblo”, cobró una nueva perspectiva. Ya se apreciaban algunas casas de piedra y nos habíamos adaptado bastante al terreno al construirlas utilizando con buen provecho las enseñanzas de los indígenas. A mi, durante los primeros días, me alojaron en una de las antiguas chozas mientras terminaban una gran casa de piedra, que sería sede el Gobernador al que desde hace tiempo estaban esperando y que yo representaba.
María Luisa, no salía de su asombro; por más que intenta explicarle como era todo aquello, no logré hacerlo con detalle. No paraba de repetirme que no había logrado transmitírselo a pesar de tanta descripción. Mejor así, pensé yo, de este modo estará más entretenida descubriendo por ella misma, todos esos “detalles” y dejándome, de camino, más tiempo disponible para el trabajo.
Desde aquella vez, antes de nuestro regreso a España, que vimos al bajar por el río aquellos indígenas, no se me había ido la idea de averiguar de donde provenían, que ni los más ancianos del pueblo supieron identificar. Como por algún lugar había que comenzar, ¿por quien no intentar localizar el origen de estos extraños indígenas? Tras emplear bastante tiempo en convencer a Rodrigo de mí idea, este término aceptándola, más por obediencia que por propia convencimiento, pero, al fin y al cabo, logare lo que me proponía.
Partiríamos utilizando como siempre el río en unas barcazas semejantes a las que usamos durante el primer viaje, pero con madera mas robusta y ligeras, lo que nos proporcionaba mayor velocidad. Esta vez, tardamos muy poco tiempo en tenerlo todo preparado. Rodrigo había hecho un buen trabajo con los hombres, y eso se notaba. Estaban bien instruidos y con bastante moral, conseguimos, gracias a la experiencia adquirida por el capitán. Otro logro que conseguimos fue, resolver la falta de alimentos y la extremada dureza con la que, en algunos casos, capitanes más soberbios de la cuenta, trataban a los soldados: logramos reunir gran cantidad de alimentos y conseguimos un buen ambiente de compañerismo entre los hombres, lo que suponía mayor garantía de éxito para nuestra misión.
Entre tanto, el resto de hombres se habían ocupado de cargar las Naos con todo aquello que durante nuestra ausencia, se había acumulado: extrañas semillas, oro, plata, piedras preciosas y todo aquello que por allí encontraron. Sería un buen presente para mi padre.
Tras despedirnos de todos, muy en especial de María Luisa, desatracamos las cuatro barcazas y comenzamos a remontar el río. Me habían contado que nada se había hecho desde mi partida en cuanto a exploración se refiere. Nada, ni siguiera se intentó colonizar aquella zona de tan crueles recuerdos de los Güajis. Desde luego, y como, de antemano supuse, quedaba mucho por realizar.
Cuando llegamos al antiguo poblado, y tras restablecer el contacto con los indígenas, deje una barcaza con su dotación. Bautizamos aquel lugar con el nombre que tanto y a tantos nos unía a todos “Osuna”. En este lugar se encargarían de construir un embarcadero permanente e iniciar desde allí la comunicación con Nuevo Coin, intentando crear un segundo punto más hacia el interior.
Continuamos el viaje. Esta vez por aguas por las que no habíamos navegado antes, pero eso, en cierto modo, nos era indiferente, ya que al poco tiempo de estar por allí, todo terminaba por resultar igual de conocido como de desconocido. Con la lección aprendida navegábamos parapetados para protegernos de los ya experimentados y peligrosos ataques por sorpresa de los indígenas, de los que, de forma curiosa, no habíamos vuelto a tener noticias. Eso nos extrañaba, lo lógico para que, de una forma u otra, ya hubiesen dando señales de su existencia, pero nada nos indicaba que anduvieran por allí.
Nosotros buscábamos algún nuevo lugar, descampado, hueco entre la maleza o cualquier cosa parecida donde desembarcar pero parecía que una y otra vez se nos negaba. Tuvieron que transcurrir casi cuatro días para que al fin, llegáramos a un inmensa llanura en una inesperado ensanche del río. Allí mismo desembarcamos, junto al bosque, al resguardo bajo los árboles, montamos el campamento. Al día siguiente, mandé a Rodrigo que organizara la primera expedición hacia el interior, en busca de algo que nos indicara la bonanza de esas tierras. Así lo hizo, al mando de una treintena de hombres partió de madrugada.
Nosotros mientras tanto, empezamos a merodear por los alrededores de la zona, buscando las mismas cosas que Rodrigo. Aquello parecía un juego en el que todos participan muy gustosamente. Les servía de entretenimiento y no los dejaba pensar en cosas “extrañas”.
Lo que con más insistencia buscábamos eran indicios de oro o plata, pero sin despreciar el hallazgo de nuevas semillas, plantas o especias raras de aves, que también se cotizaban en los mercados de España.
Varios días después regreso Rodrigo, informándonos de la exigencia no mucho más allá de donde había llegado con sus hombres, de un poblado que se asentaba sobre una leve elevación del terreno. Lo que más le sorprendió fue que el mismo estaba defendido por una empalizada de madera que rodeaba todo el poblado, a semejanza del nuestro. Era la primera vez que dábamos con un pueblo de esas características. Hacia el nos dirigimos.
Al llegar, pudimos observar la magnitud que tenia la misma extensión que cualquiera de nuestros más grandes pueblos castellanos. Se comunicaba con el río mediante un ingenioso sistema de poleas, que utilizaban para subir y bajar sus canoas, conocían la fundición de metales y la construcción en piedra, detalles todos estos que pudimos constatar, gracias al tiempo que permanecimos ocultos, observando sus movimientos y costumbres.
Como resumen de la situación en la que nos encontrábamos, podría recordar que tras una larga reunión con mis oficiales, la única opción valida que encontramos fue la de atacar por sorpresa, ya que suponíamos que estarían, de igual modo, buen organizados militarmente.
Rodearíamos al poblado con nuestras culebrinas, cañones y arcabuceros, cerrando la huida de los indígenas que intentaran escapar. Mientras, el resto de los hombres, entrarían conmigo por el hueco que haríamos con los cañones en la empalizada.
Aún recuerdo el susto que se debieron de llevar los pobres indígenas al escuchar el estruendo que ocasiona tanto la explosión de la pólvora, como la caída de los troncos de la empalizada. Aprovechamos los primeros momentos de confusión y entremezclándonos con la densa polvoread levantada, entramos en el poblado sin dificultad alguna abatiendo a cuanto indígenas encontrábamos a nuestro paso sin distinguir si eran niños o mujeres. En plena lucha, ya es bastante difícil intentar salvar la vida propia, como para ir preguntado que, o quien eres. Por lo menos, eso siempre decía Rodrigo.
El pueblo resultó ser mucho más complicado en su configuración urbanista de lo que en principio parecía. Sus calles eran muy estrechas y de trazado anárquica, lo que dificultaba mucho nuestros movimientos. Además los indígenas, una vez superado al primer instante de aturdimiento, reaccionaron con fuerza y empezaron las complicarnos las cosas. Salían desde todos los rincones. Parecía salir de la tierra o que conseguían resucitar a sus caídos, poniéndolos de nuevo en combate. Nuestras bajas empezaron a ser lo suficientes como para ordenar la retirada, cosa que realizamos en completo desorden, a la desbandada. Menos mal que los cañones y culebrinas nos cubrieron la retirada, que si no, aquello terminado en tragedia para nosotros.
Una vez reagrupados de nuevo, decidimos castigarlos, previamente desde el exterior, para entrar después con mayores garantías de éxito. Pero no hizo falta los indígenas inteligentes como siembres. Aprovecharon la oscuridad de la noche, el conocimiento del terreno y utilizando como nadie su mejor arma, el silencio consiguieron escapar, sin que nos diésemos cuenta de lo que sucedía, ante nuestros ojos.
Esto cambio por completo nuestra imagen de los indígenas. Esperábamos que nos ofrecieran resistencia, pero por nuestro primer ataque, debieron de reconocer nuestra superioridad y temieron ser exterminados.
Al entrar de nuevo al pueblo, comprobamos su grado de desarrollo. Sus calles, hasta tenían empedrado y conducción para el agua. Plazas, soportales, campos de cultivo etc.; era sorprendente, con parado con lo que habíamos encontrado hasta ahora. Hallamos gran cantidad de utensilios de oro y platas vasijas, paltos, puntas de fechas, cuchillos…, lo que más llamo nuestra atención fue el poco valor que parecían dar al metal, lo cual nos dio la pista para el hallazgo del enorme yacimiento de oro que encontramos un poco más al sur del poblado.
Después de registrarlo todo, comer en abundancia y descansar, ordené a Rodrigo que intentara localizar a algunos indígenas del poblado para interrogarles sobre todo esto. Tardó muy poco en regresar con varios de ellos, a quienes consiguió atrapar mientras dormían más confiados de la cuenta.
Con ellos estuvimos entretenidos toda la tarde. Logramos entender que el oro lo sacaban del mismo cauce del río, y la plata, de un pequeño monte que desde allí se podía divisar. Que sus compañeros habían decidido huir definitivamente, a la espera de tiempos mejores, por lo que intenté convencer, al menos eso creo, a estos indígenas de que partieran en su búsqueda, son la promesa de que no les haríamos daño y los ayudaríamos en lo que necesitasen para reconstruir su maltrecho poblado. El indígena partió raudo, bajo la generalizada sospecha de no volverlo a ver jamás.
Comenzamos a organizar todo lo acostumbrado en el pueblo que bautizamos como “San Juan”. Estos Agustinos se mostraban muy diferentes al resto de los clérigos con los que anteriormente había tratado. Dedicaban primero sus esfuerzos a organizarse a sí mismo y después, poco a poco, con una encomiable paciencia, intentaban dialogar con los pocos indios que habíamos conseguido reunir hasta entonces. Esto me daba la necesaria tranquilidad como para ocuparme únicamente de mis asuntos, sin la necesidad de dedicarme a temas religiosos que no me incumbían.
La cantidad de oro encontrada era suficiente para llamar la atención de todos. Para muchos, aquello colmaba todas sus aspiraciones y las esperanzas depositadas al iniciar este viaje. Enviamos la noticia a Nuevo Coin y de forma inmediata llegaron como locos a bordo de la Nao que había quedado, que con la verificación de la navegabilidad del río, habían adentrado hasta San Juan.
Menos mal, que cuando llegaron lo teníamos todo perfectamente organizado, porque, con la ansiedad de llegar y ver el precioso oro, hubiese resultado fatal no haberlo tenido previsto. En teoría, todo el metal encontrado se repartía de la siguiente manera: el cincuenta por ciento, para la Corona; el treinta por ciento para mi familia, y el restante veinte por ciento, para la tropa y acompañantes. Así con todo claro y los escribamos llevando las cuentas, deje que se ocuparan del asunto manos expertas y me dedique a lo mío.
Al poco tiempo de la llegada de los de Nuevo Coin, regresaron la mayor parte de los indígenas del poblado con más miedo del que nunca pude ver antes reflejado en rostro humano. Esta vez, en vista de la confianza que había adquirido con los Agustinos, dejé por completo en sus manos la custodia y organización de los indígenas.
Mientras tanto, Rodrigo andaba indagando entre los indígenas donde podía haber más oro e, insistió tanto, que lo consiguió. Logro sonsacar a uno de ellos que, más al norte, donde las montañas dominan toda la selva, había rocas amarillas de donde sacaban el metal, el que ellos fabricaban todos sus utensilios. Como era de esperar, Rodrigo dispuso inmediatamente una expedición para ir en busca de tales rocas. Partió con cincuenta hombres y mandaría noticias en cuanto encontrada algo, en caso contrario, regresarían transcurridas varias semanas.
Yo me quede, muy a mi pesar, en el pueblo. Aproveché la ocasión que me dio la partida de Rodrigo, y la relativa tranquilidad existente en San Juan, para regresar a Nuevo Coin con María luisa. El viaje fue corto, sin y con un afectuoso recibimiento por parte de todos muy en especial por María Luisa.
Los indígenas estaban cada vez más integrados. La influencia de los nuevos frailes se empezaba a notar en todos los aspectos, pero en el que mías sobre salían, era en el aspecto integrador, respetando con esmerado cuidado las costumbres de los mismos.
Todas las preguntas que me hacían iban enfocadas hacia el monótono tena del oro, interrogándome tanto por la cantidad, como por la localización, transportes, calida. La Nao regresaría a España con las buenas noticias yy cargadas con estos preciosos metales y piedras que sin duda, atraerían a muchísimos más hombres, buscadores de fortuna, quienes facilitarían la labor de la conquista de más tierras. Regresamos a San Juan a bordo de una de las barcazas. El viaje fue tan rápido como el de ida, gracias al empuje de los hombres, en su impaciencia por llegar. Una vez allí, pregunte si había noticias de Rodrigo, obtuve una negativa como reexpuesto, que ya esperaba, por el poco tiempo transcurrido desde su marcha.
De lo que si me informaron, fue de la cantidad de hallazgos que habían realizado por los alrededores. El más importante una gran beta de plata, al mismísimo ras de suelo y de muy fácil explotación. También se descubrió otro de menor tamaño, pero de igual de metal de cobre. Parecía que, gracias a Dios, teníamos por fin la recompensa a todos nuestros sufrimientos y penalidades, en estas tierras tan generosas.
La navegabilidad del río era otra bendición al permitirnos la comunicación directa con España, ahorrando los tan costosos transportes por tierra hasta el puerto más cercano como había oído que pasaba en otras tierras conquistadas con anterioridad. Por tanto tuvimos la fortuna de poder abrir, un poco más adelante, una línea marítima directa entre los puertos de San Juan y Sevilla, relegando Nuevo Coin a un segundo plano en lo económico, pero es que donde se encuentra el oro, lo demás deja de tener importancia.
En vista de que aquellas tierras eran de tan buen provecho, envié a Nuevo Coin por el resto de hombres que hasta allí quisieran ir, dejando en aquel pueblo a los indígenas, que poco les importaba el metal y a los Agustinos, quienes de forma voluntaria decidieron quedarse y terminar el pequeño monasterio que empezaron a construir con la ayuda de los indios. No tampoco ellos habían venido a estas tierras por el oro, el resto de Agustinos llegaron andando a San Juan como promesa por alguna gracia concedida: cosa de curas pensé.
Al cabo de otras tres semanas y no teniendo noticias de la expedición de Rodrigo, envié a un grupo de hombres en busca de alguna señal. Deberían haber regresado en el plazo máximo de dos semanas en caso de no regresar en este plazo establecido, partiría otro grupo de hombres. Estos decidieron partir de inmediato y pasar la primera noche ya en el interior de la selva, para aprovechar de esa forma el máximo de horas de luz. Llevaban pocas armas, intentando avanzar entre la maleza lo más rápido posible.
Yo me dedicaba a escribir las cartas necesarias para mi padre, donde intentaba relatarme todos los hallazgos y le pedía todo tipo de cosas que aquí empezaba a hacer falta, aunque tenia la seguridad de que cuando viera llegar estas Naos, cargadas con tan esplendidas mercancías, le sobrarían mis encargos y se anticiparía a ellos, como nuestra de su dilatada experiencia en estos temas.
Lo más importante eran los equipos de fundición, par poder enviar el oro en las mejores condiciones de pureza posible y ahorrar peso y espacio en las y rentabilizar al máximo la capacidad de carga de los mismos. En fin, eran tantas las cosas que se tenían que organizar, contabilizar, improvisar sobre la marcha, que me estaba dando la impresión de estar convirtiéndome en un simple escribiente, y la idea no me gustaba en absoluto.
A los diez días de la partida del segundo grupo, regresaran cinco de ellos con la noticia de haber contactado con Rodrigo y los suyos: continuaban buscando por los alrededores, pero de forma inmediata iniciar el camino de regreso al campamento y ya nos contarían entonce lo sucedido durante el viaje por el interior de la selva.
En efecto, así fue, varios días después de la llegada de estos hombres, regresaba Rodrigo con sus fuerzas, traían cara de agotamiento y sus ropas daban nuestras de su intenso uso, declarando con ello que Ho había sido un viaje placentero el suyo.
Deje que descansaran, con la promesa de Rodrigo de que a primera hora se presentaría en mi casa dispuesto relatarme con todo detalle lo acontecido. Sentados por la mañana, alrededor de una buena y bien surtida mesa, empezó a relatarme lo de menos importancia y que a continuación resumo: encontrar, encontrar…., no habían encontrado nada, pero si localizaron a indígenas de minúsculo poblados, todos coincidían en la existencia de un gran pueblo en las montañas, que, según ellos, se encontraba donde nace el río. De este pueblo, contaron grandes historias, de guerreros invencibles, de hombres que eran capaces de volar, que dominaban los metales y lo más importante, todos los utensilios estaban realizados en plata y oro.
Allí pasamos toda la mañana, intentando sacar algo en claro de todo lo que Rodrigo contaba. Por lo general y apoyándonos en las experiencias de otros, que como nosotros, trataban con indígenas eran formidables en el arte de mentir, debiendo poner todas sus historias en cuarentena. Pero sin embargo, nuestro indígenas poco trato habían tenido con castellanos, por lo que todavía coserían capaces de mentir e inventar tan fantásticas aventuras, y más si las contaban indios de tribus distintas, como era nuestro caso. Este era el único argumento válido para justificar una nueva aventura. Cuando llegaran los esperados refuerzos de España, pues ya era mucho el terreno a controlar, y a pocos los hombres que quedábamos para ello.

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