lunes, 25 de mayo de 2009

XIV OSUNA, COMIENZA EL REGRESO

XIV OSUNA. COMIENZA EL REGRESO

Era aún de anoche cuando ya teníamos todo lo necesario para partir. Mi padre había organizado nuestra estancia en Osuna con el propósito de planificar mi nueva expedición a la Indias, dada la tranquilidad tan acogedora del pueblo, pero mucho sospechaba que mi María Luisa y nuestros respectivos padres, eran la otra parte de nuestra presencia en Osuna, aunque a mi, todo hay que decirlo, tampoco me desagradaba la idea.
Tal como nos alejábamos de la vega Granadina, ésta se iba llenando de luz a medida que se elevaba el Sol y estrellar sus rayos sobre las blanquísimas paredes de las casas, daba la impresión de estar riendo miles de diminutos pañuelos al aire, despidiéndonos. Lo último que recuerdo era una inmensa y deslumbrante mancha blanca, extendida entre la Alhambra y la vega. En un momento, sentí que nunca volvería a tener la ventura de recorrer sus calles. Las lágrimas recorrieron mi rostro, hasta el punto de hacer que mi padre extendiera su mano casta mi hombro, en un cariñoso gesto de compresión y apoyo.
El viaje lo realizamos sin parar en ningún pueblo. La única noche que pasamos, descansamos en el mismo borde del camino, al Carlo de una fogata, que Rodrigo, quién si no, se encargo de mantener viva. En las fechas que nos encontrábamos, empezaba a hacer frío y no era cosa de que alguno de nosotros callase enfermo ahora que teníamos que organizar una nueva expedición. Intentaría que sirviera para “limpiar” mi nombre y el de mi familia de tantas “habladurías”.
Allí estaba en la puerta del caserón de Osuna, compuesta con sus mejores galas. Su tez roja, las piernas no dejaban de moverse de forma tan nerviosa que hacían vibrar sus pechos al mismo tiempo. Era María Luisa. No pudo esperar, nada más desmontar de mi caballo, arrancó a correr haciendo caso omiso de las reprobadotas palabras de su madre me abrazó con tal cariño que, no tuve más remedio que corresponder en igual medida, ante el asombro de los allí presente.
Imaginaba la soledad y aburrimiento, que transcurrirían sus días. No podía entender como me había tomado tanto cariño en tan poco tiempo, tan solo habíamos estado juntos varios días y yo no había prodigado el arte escribirme con ella. A no ser, claro está, que todo esto hubieses estado previamente preparado, posibilidad que, conociendo levemente a María Luisa, no debía desestimar. Solo había que esperar paciente los acontecimientos.
Las primeras jornadas en Osuna, transcurrieron con una tranquilidad que jamás antes tuve. Dedicaba mi tiempo, de la misma forma que en Granada, a leer, escribir, pasear, tomar vinos con Rodrigo e intentar olvidar, por el momento, cualquier otra cosa que no fuese el puro descanso y la compañía de María Luisa. Mi padre, gran aficionado a la caza, salía desde muy temprano con D. José, padre de María Luisa, a ver si lograba abatir alguna pieza de las presumir ante el resto des sus amigos, pero, si en la guerra tenían la misma suerte que en la caza, no me explico como a estas alturas seguían con vida, después de tantas batallas de las habían salido victorioso. Desde luego, viendo cosas como ésta, se comprende lo grande y misericordioso que llega a ser Dios con algunos de sus hijos.
Cuando decidimos comenzar a organizar del viaje andábamos todos con algunos kilos de más. Estábamos más desganados de la cuenta y, se nos había borrado la cara de ”fieros guerreros” y lo mas indigno y humillante, las armaduras apretaban por todos lados, inadmisible, por ahí empezó a castigarnos de forma verbal mi padre.
- ¡Vergüenza me da veros así! En estas condiciones olvidaos de los motivos por los que estamos aquí. Seguro que pereceríais en un trecho de cualquier viaje, así, desde luego, no tengo esperanza alguna en esta misión que queremos organizar. Espero que a partir de ahora, empecéis a cuidar cuesta forma física con el entrenamiento de las armas, porque si no, mal asunto.
- Padre, no se preocupe, que ya nos las arreglaremos. Además, tampoco vuestra merced da muy buen el tipo, que digamos, replico mi hermano con cara de mucha juerga.
- Sin embargo, seguro que ahora mismo, os derrotaría ante de que pudieseis reaccionar, dijo con voz y mucha ironía. Pero no estamos aquí para bromas, si no para ver que hacemos, he empeñado mi palabra ante el Emperador y no tenemos más remedio que cumplir con ella, y más tú, añadió mirándome de forma directa a los ojos. A ti te corresponde de nuevo el honor de capitanear la expedición, en nombre de nuestra familia. El Emperador se ha dignado a concederte un nuevo titulo y eso hay que responder. Así elige lo que quieras y me lo dices dentro de unos días. Cuando tengas algo pensado, que lo comunicas y ya veremos si es factible económicamente; del mismo modo debes pensar quienes te acompañaran, descartando por supuesto a tu hermano Luis, que se maneja mejor en las finanzas de la familia.
- Pero padre, le respondí, ahora soy yo el casadero, ¿Qué dirá maría luisa y su familia?
- Pobre iluso, D. José esta de acuerdo con ella, además de financiar buena parte de la aventura, consiente en que lleves a su hija contigo.
- ¿Qué dice padre?
- Es fácil, te casas… y te la llevas.
- ¡Os habéis vuelto loco!, ¿Cómo me voy a casar con María Luisa, cuando ni siquiera estoy seguro de amarla?, menos llevarla conmigo a las Indias! ¡Qué ideas tiene Padre!
- No es solo una idea, es una orden. Tienes edad más que suficiente para casarte. María luisa, la pobre, está cansada de esperarte, ¿Cómo la vas a dejar? Lo dicho, te casas y te la llevas, ¿entendido?
- ¿No hay otro remedio, padre?
- No, no lo hay.
Dicho y hechos, salí de allí en compañía de Rodrigo. Mi hermano ni se atrevió a hablarme, supongo que por la cara que llevaba puesta. No entendía nada, ¿Cómo se podía organizar tantas cosas a la ver?, mi expedición, la boda. A mi padre era un hombre más especial de lo que yo creía, o lo que en realidad buscaba era casarme con María luisa y conseguir al mismo tiempo, la inestimable amistad y alianza de D. José.
Bien pensado, no era mal negocio la boda: María Luisa era hija única y hedería toda la hacienda, títulos de más pertenencias. Esto era lo que menos me encajaba en el negocio de nuestros padres, porque lo lógico, supongo yo, sería que nos quedáramos en Osuna, ayudando a D. José en la administración de la hacienda, pero, no, nos mandaban a las Indias, “de conquista”. No había quien lo entendiera, pero como buen hijo, callar y obedecer era lo único que podía hacer. A pesar de mi obediencia y sacrificio, mi padre no paraba de recordare lo agradecido hablar de estarle, el haberme librado de la Inquisición, ante la irónica y burlona presencia de mi hermano.
Mientras tanto María Luisa comenzaba a mostrar su verdadero rostro e interes con continuos comentarios: que no estoy segura, que no lo se, no creo que me améis, ir tan lejos etc.… pero ¡mentira! Allí no había nada que pensar. Aquello estaba más hecho que la toma de Granada. Así un día, harto de tanta estupidez, le dije a María Luisa que, o se dejaba de tonterías, o el que abandonaba el asunto era yo. Una cosa era hacerse la remolona, por eso de cubrir las apariencias, y otra muy distinta querer tomarme el pelo.
Ella, como era suponer, aceptó de inmediato, entre lágrimas y reproches por mi falta de cariño en el trato con ella. La cosa estaba hecha, solo faltaba dar la noticia de forma oficial a las familias y fijar el día de la boda. Todo este teatrillo se monto en menos de quince días, estaba arreglado.
Mi padre, en un acto de supremo ingenio, invitó a celebrar la misa al Calificador, al Obispo y al Padre Prior de los Franciscanos, en un acto de reconciliación para todos. También se pensó en hacerlo extensible al Padre Jesús, pero este no se encontraba aún en buenas condiciones para ello y un viaje hasta Osuna, podría ser fatal para un enfermo como él. Además ¡que falta hacia allí un fraile como este! Lo único que podría suceder es que la liara otra vez con cualquiera de sus tonterías. Mejor estaba en Granada, recuperándose a nuestra costa.
Llegó el día de la boda y esta se celebró como ordenaban cánones de la época para familias como las nuestras: Gran Gala, festejos, misas y donaciones. Un verdadero derroche. Durante días hubo continuas celebraciones, sin que pudiéramos retirarnos, por no tener, no tuvimos ni noche de bodas. Cuando por fin pude retirarme a descansar con María Luisa, ya habíamos pasado cuatro noches sin pegar ojo. Un verdadero desastre.
Desde el primer momento viví en casa de D. José. Se empeñó en ello para que fuera tomando contacto con mis nuevas posesiones de inmenso valor. Allí transcurrieron las dos siguientes semanas, durante las que ni intente cruzar el portalón de la calle. Eso sí, tanto mi hermano como mi padre y Rodrigo, me visitaban casi a diario, reportándome todos los cotilleos de un pueblo que tardo muchísimo tiempo en recobra la normalidad. Parecía como si de repente, hubiese desparecido la idea de la expedición. Yo, por mi parte, tampoco ponía mucho empeño en recordarlo, prefería mil veces permanecer en casa con María luisa, pero pronto iba a terminar toda aquella quietud: mi padre retomo el tema con todas sus fuerzas.
Después de mucho pensármelo, creía que lo mejor era continuar donde lo había dejado: ir hasta “Coin” y, desde allí, continuar con la expedición aquellas tierras. De este modo, también resultaría mucho mas barato ya que contábamos con un punto de partida, pudiendo dejar en el a María Luisa, mientras nosotros nos adentrábamos en la selva. Así me fue fácil convénceles de mis planes. El único inconveniente, según Rodrigo, era el posible problema de encontrarnos con algún fiel colaborador del Padre Jesús, pero, para mí, ese era el primer motivo de la elección. Con ello lograría volver y demostrar mis razones a los enemigos y alegrar al mismo tiempo la vida a los indígenas.
Debíamos proveernos de hombres, comida, animales, armas, Naos, herramientas y un sin fin de cosas más. Esta vez, al ser yo quien, desde el principio, iba a organizar la expedición, mimé al máximo del atención en cada uno de los detalles. Como ejemplo, recuerdo que, para las cosas de la despensa hicieron falta de forma aproximada 300 ristras de ajos, dos jarras de alcaparras, diez fanegas de almendras con cáscara, ciento ochenta barriles de anchoas, trecientas libras de arroz, trescientas de azúcar, catorce arrobas de harina de pescado, dos mil dinteles de bizcochos, noventa cajas de membrillo, diecisiete sacos de higos, diez jarras de mostaza, trescientas arrobas de tocino, doscientas de queso, etc.., y todo esto además de tres vacas, que se encargarían de proveernos de leche fresca, para los casi trescientos hombres que calculé me harían falta para tal empresa. También teníamos que conseguir seis barcos con un costo aproximado de seis millones de maravedíes. Lo que seria costeado aparte iguales por mi suegro y mi padre.
El reclutamiento comenzó nada más terminar de hacer las cuentas, en el mismo Osuna, donde había muchos ex infantes preparados, con experiencia e interesada en ir a las indias en busca de fortuna. A cada hombre le correspondería una media de tres mil maravedíes fijo por ir con nosotros como soldados. No querríamos llevar a hombres que andaban por Sevilla queriendo embarcar por tratarse en general gente mala condición y no plantear más que problemas en los viajes, como ya habían demostrado muchas ocasiones, amotinándose contra sus propios capitanes. Lo de los oficiales, era otra cosa. Con ellos por generalmente de buenas familias, debíamos pactar sus fijos uno a uno, según su experiencia y linaje. Muchos de estos jóvenes oficiales, pagaban su propio viaje para adquirir la experiencia necesaria, ya que más tarde ellos podrían capitanear sus propias expediciones.
Tardamos casi tres semanas en preparar todo para nuestra partida hacia Sevilla. En su principio acordamos el primero en salir sería mi padre con mi hermano Luis para ir agilizando los trámites. María luisa iría conmigo y el resto de la gente en cuanto recibiéramos noticias de mi padre desde Sevilla. Así fue, al alba, como era su costumbre, partieron. En osuna quedó comigo también Rodrigo, que seguía con el reclutamiento de los hombres, haciéndoles pasar un riguroso examen.
Esta vez no quería ningún problema con los hombres elegidos y mucho menos con los religiosos. ¡Bastante habíamos tenido ya! No fue difícil encontrarlos entre los hombres de estos alrededores, ya que eran más o menos conocidos al haber estado o estar trabajando para D. José.
Sin darnos cuenta, teníamos ante nosotros la carta que desde Sevilla me hacía llegar mi padre. En ella reclamaba nuestra inmediata presencia. Tenía en su poder todos los documentos necesarios, y comenzado el reclutamiento del resto de los hombres que nos acompañarían. De igual modo, comenzó a buscar las naves que nos llevarían a las nuevas tierras.
Dos días después partíamos de Osuna toda la expedición, a excepción de María luisa que permanecería en casa de sus padres hasta el último momento. De esa forma le ahorrábamos las incomodidades de un viaje con tantos pertrechos y la estancia en Sevilla. Así cuando me vería libre de su cuidado y podría concentrarme aún más dedicación en el organizar de todo aquel. Yo me adelante y realice el trayecto en una sola jornada y conseguí llegar a última hora. Rodrigo llegaría al día siguiente, con todo los demás hombres y pertrechos
Nos alojamos en nuestra casa Sevillana, mientras que los hombres lo hicieron en el campamento que levantamos muy cerca del recinto portuario. Tal como íbamos reclutando hombres, íbamos concentrando en el campamento, donde empezaban a ser instruidos y armados por el incansable Rodrigo. El reclutamiento en Sevilla resultó mucho más caro y difícil de lo que en un principio calculamos, ya que no encofrábamos el tipo de gente que íbamos buscando. A los que nos interesaba, le pagábamos un poco más de lo normal, huyendo de los que venían a alistarse voluntariamente, al fin, poco a poco seguimos reclutando a todos los hombres, que aunque no tenían aspecto muy aguerridos y con cierto abandono personal, con paciencia y con las buenas instrucciones de Rodrigo, seguro que terminarían siendo buenos infantes.
Sevilla cobraba día a día más influencia. Estaba convirtiéndose en el centro neurálgico de todo el tráfico con las indias. Por allí pasaba todo lo que entrada o salía, oro, plata, patatas, tabaco y todas aquellas especies de alimentos, plantas, pájaros y todo un sin fin de cosas. Esperaba que pronto pudiésemos volver con nuestras Naos llenas de oro, y en vez de cargados de problemas como en mi primera misión.
El Emperador pasaba por Sevilla muy a menudo en busca de financiación entre las los nuevos mercaderes a cambio de nobleza. No era por tanto difícil tener la fortuna y privilegio de ser recibido por él. El Emperador utilizaba un gran salón anexo a la Catedral, al que se accedía atravesando paradisiaco jardín. Menos mal que empezaba a refrescar, porque nos tuvo esperando varias horas para desesperación de mi padre. Allí había mucha gente esperando ser recibida por el Emperador. No entendía que si le habían concedido audiencia para una hora, le estuvieran allí esperando entre tanto nuevo rico y mercaderes, así que, en un ataque de soberbia de que nos tenía acostumbrados, nos hizo dar media vuelta y marcharnos por donde habíamos llegado. Esperaba, como así sucedió que mandara mensajero con una nueva cita.
A las seis y media de la mañana, entrábamos por la puerta del gran salón, El estaba sentado, mientras hablaba con dos hombres. Al llegar justo delante de él, nos hizo una señal con la mano para indicarnos que nos atendería en instante. Tras despachar a estos dos hombres, que saludaron a mi padre cuando pasaron junto a él, el Emperador nos pido que nos acercáramos. Empezó a dialogar con nosotros. Lo que más me impresiono fue el conocimiento que tenia de cada uno de los problemas: sabía perfectamente cuales habían sido nuestros pasos y, por lo que me contaban, le pasaba igual con todos los demás temas importantes que concernían al Imperio. La conversación fue muy fluida y práctica y adema breve conseguimos todos nuestros objetivos.
Dio su consentimiento y protección, recomendándonos a franciscanos y dominicos como acompañantes religiosos, pero, el comentarle nuestro “problema” con los mismos, accedió a que fueran los Agustinos, tal como yo había propuesto. Agradeciéndole todos sus favores y con la promesa de nuevas y ricas tierras, nos despedimos de él, con todo tipo de reverencia.
Con aquel ajetreo, los días pasaban sin darnos cuentas, yo quería partir pronto, pero en esos días no era tarea fácil encontrar marineros para las Naos. Solo nuestro dinero y la necesaria utilización de influencias, hicieron posible, poco a poco, ir completando todo lo necesario para nuestro viaje.
Al fin teníamos todo dispuesto. Las naves eran la Esperanza, la Macarena, la Ascensión, El Sagrado Corazón de Jesús y la Rosario, buenos barcos, muy marineros y de buena madera y porte, que nos llevarían a Nuevo Coin. Pensaba en estaría y cada vez que me venía el recuerdo, se repescaba la imagen de Mussi. De quien intentaba olvidar sin éxito.
Dos días después lo teníamos todo completamente organizado. Mande por María Luisa y el resto de cosas que allí quedaban. Mientras llegaban estuve dialogando larga y de forma provechosa con los diez agustinos que fueron presentados para tal fin. Estos venían bajo la obediencia de fray Antonio. Este era un fraile bajito de cabeza casi calva, con un único hilo de pelo que le circundaba por la parte superior de la cabeza, con la mirada fija y bastante franco a la hora de hablar y plantear los problemas. Como buen Agustino era filósofo me intentaría ayudar todo lo que pudiera en aquellos aspectos mías complicados de mi carácter, dudas o planteamientos religiosos.
Parecía pues que todo Irina bien. Solo quedaba rezar y que María Santísima nos enviara buenos vientos, buena suerte y colmara de venturas esta nueva misión en su nombre.
Al alba y con buen viento, desatracamos e iniciamos el lento recorrido por el Guadalquivir hasta llegar a mar abierto, desde donde, con la solicitada ayuda divina, navegaríamos rumbo a las Nuevas Tierras.

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