jueves, 30 de abril de 2009

XIII D. LUIS DE TORRES


XIII D. LUIS DE TORRES

El sol empezaba a ocultarse tras las cercanas montañas que rodean la vega granadina, con el acostumbrado espectáculo multicolor con que regala a los privilegiados habitantes de dicha vega, día tras día. Parece un intento, por parte de Dios de resarcir a este pueblo de tanto dolor y sufrimiento recibidos durante los últimos años del reinado de Boahbil “El Chico”, en los que tanto él, como la Alhambra y sus moradores, resistieron hasta el final para no abandonar su Al-Andalus.
Siempre nos hemos empeñado los españoles en despojar a los contrarios de todo aquello que poseen. No somos capaces de respetar sus nombres, menos aún su religión, hacienda y costumbres, por mucho que hayan demostrado hidalguía, nobleza y cariño por su tierra. Nosotros, impulsados por la “siempre justa” Ley de Dios, en manos de sus representantes más directos, hemos aplastado todo aquello que se nos ha interpuesto en el camino, sin reparar en nada y, lo que es peor aún, creo que así continuaremos hasta que el mismísimo Dios no cambie sus propios representantes. Este es el principal problema personal con Dios, ¿Cómo permite que sus pastores actúen como actúan? ¿Por qué se empeñaban en intentar evangelizar a estos pobres indígenas, con la misma saña que nos lo impedían los romanos nos quemaban, o arrojaban a los Leones, por el simple hecho de reconocernos que cristianos? ¿No estaremos nosotros haciendo lo mismo? Quiero pensar que Dios crea a cada ser con su propio destino y dejando que sea este quien elija la forma más correcta para llegar hasta él. De cualquier forma, modo o camino, Será el quien únicamente nos juzgue y, sobre ese concepto, intento llevar mi vida y mis acciones, pero de todo esto solo cuando nos acoja en su seno, estaremos completamente seguro?
Cuando más ensimismado estaba, oí un gran revuelo en la entrada de mi casa. Al salir me lleve una gran sorpresa allí estaba D. Luis de Torres, Rodrigo y mi hermano Luis, con los dos únicos indígenas que pudieron soportar el viaje y el radical cambio de vida. Traían numerosas noticias, que mi hermano Luis empezó a relatar.
hace justo seis días, llego a Sevilla D. Luis – aquí presente-.
Hace una semana que llegó D. Luis. En vista de la desaparición de Padre Jesús y de que el Procurador General, D. Juan González, no daba la menor importancia al asunto, decidimos trasladarnos a Granada para ponernos a las órdenes para lo que haga falta. D. Luis como ahora os relatará, tomo buena nota de todo lo sucedido en el poblado de Nueva Coin. Esto, junto con el testimonio de Rodrigo y los comentarios, que aunque poco válidos, de los indígenas, el Padre Jesús tiene pocas posibilidades ante el Juicio del Santo Tribunal, aunque tratándose de la Iglesia, habrá que tener mucho cuidado. Comienzo el relato, dirigiéndose a mi padre, quién pregunto a D. Luis.
- Veras! Después de tu marcha, empezaron a venir indígenas, contándome las atrocidades del Padre Jesús, y la verdad, una cosa es la evangelización de los indígenas y otra bien distinta su esclavización mal trato. Ya que me habían llegado noticias de que fraile llamado Sahagún, relataba ciertos desmanes por parte de los españoles. No creo que Dios acepte esto y menos que se haga en su Santo Nombre. En este contexto entran las acciones de Padre Jesús. En mi opinión, no creo que este tema interese mucho a los Franciscanos que llegue al Santo Tribunal, puesto que sería mucho más perjudicial para ellos que para vuestro hijo. Además de con mi declaración a favor del mismo, debemos tener en cuenta los siguientes aspectos: para acusar a alguien, lo primero que exige el Santo Tribunal es la absoluta solvencia del acusador. Segundo, que este no se amigo ni enemigo del acusado y tercero, que los testigos sean imparciales. También puede el acusado rechazar las acusaciones de los que pueda demostrar que tienen algún motivo personal en su contra. Así mañana, más descansados, analizaremos punto por punto. Ahora, acabó diciendo, refrescarnos con poco de vuestro buen vino, que bien lo tenemos merecido.
Por fin pude estar a solas con Rodrigo, al que no veía desde mi partida de Sevilla. Estaba mucho más tranquilo. Volvía a ser el mismo hombre frío y responsable, dándome innumerables consejos sobre lo sucedido. Esa misma noche fuimos a un bodegón cercano a la Antequeruela, donde casi vimos amanecer y digo casi, porque el tabernero se empeño en echarnos.
Por la mañana, tras el desayuno, nos reunimos alrededor de una mesa bien surtida de viandas, agua fresa y buen vino, por temprano que fuese para tomarlo. Cuando estuvimos todos presente, comenzó a hablar mi padre, haciendo una breve introducción y pesando la palabra a D. Luis de Torre, quien comenzó a decir: ¡Bueno!, Lo primero de debemos tener muy en cuenta es la fuerza que tendremos enfrente en el caso de que, tanto el Padre Prior, como el Padre Jesús, lleguen al acuerdo de presentar como definitivas las acusaciones ante el Santo Tribunal. Sin embargo, el primer punto a poner sobre la mesa es el de la solvencia del acusador. El Padre Jesús de solvencia, nada, pero como todos buen sabemos, los sacerdotes tienen el respaldo de la Iglesia y de sus respectivas ordenes, en este caso, de los Franciscanos, que no son de los más pobres. Donde debemos estar duros es en el tema de la amistad. Como sabéis, las envidias del Padre Jesús fueron siembres muy claras y conocidas por todos. Deberemos utilizar este término para basarnos en el echo de que el Padre Jesús, lo que quería era hundir moral y públicamente a nuestro querido amigo en común para, de ese modo, aumentar su propio prestigio y ego. Por ultimo creó testigos podría presentar el Padre Jesús, con la suficiente pero moral, que no fuesen parte interesada en el letigio. Pero, de todos modos, insisto en que debemos frenar aquí, en Granada el tema, impidiendo que este llegue al Santo Tribunal. Nuestras, me encargaré de averiguar lo que hayan avanzado los calificadores y que me una referencia exacta del estado de este tema. Y todo ello, sin contar con mi declaración, que será definitiva, llegado el preciso momento.
- ¿Qué te ha hecho ponerte tan a favor de mi hijo? Indagó mi padre, más cuando ibas como fiscal y obligar regresar de forma tan rápida a mi hijo.
- Ya lo he explicado de algún modo, fueron los indígenas quienes, con su actitud, demostraron que tu hijo no estaba tan descaminado. Al fin y al cabo, son hijos de Dios y, como tal hay que empezar a tratarlos.
Así continuamos toda la mañana. El que no abrió la boca fue Rodrigo, extraño comportamiento este, lo que me animo a preguntarle cuando fuimos a pasear.
Rodrigo no has abierto la boca
Yo, ¿para qué? ¿Qué tengo que añadir yo, después de todo lo dicho por D. Luis? No te preocupes que ya hablaré yo cuando haga falta.
Continuamos caminando hasta volver a casa para comer. Estábamos a los postres cuando nos trajeron la noticia de la llegada al convento del Padre Jesús. No habían conseguido verle, por llevar la cara totalmente hundida entre las telas de su túnica. Lo metieron a volandas desde el coche, lo que extrañó a los allí presentes. Mucha protección y cautela, para un simple fraile pensamos todos. Ya conseguiría alguien enterarse de lo que pesaba con tanto misterio.
Al día siguiente, muy temprano, como era de esperar, fuimos todos a ver al Prior. En principio nos negó la audiencia, alegando encontrase sumergido en sus oraciones. Nos comunico que nos recibiría hacia el mediodía, así pues, mientras tanto, nos sentamos como una pandilla de chiquillos bajo la sombra de unos cipreses junto a una fuente, que alegraba el patio contiguo al principal del convento. Entre cantos de pájaros, curas y el continuo y relajante sonido del agua, terminamos todos en un reparador sueño. Los demás no puedo asegurarlo pero yo si estaba seguro de que estaba dormido cuando llegaron a avisarnos. Empujé a Rodrigo quien cayó de espaldas sobre los incómodos chinos del patio, ¡que buena construiré la sevillana, menos chinos y más albero! murmuraba Rodrigo mientras se incorporaba del tropiezo y se quitaba los chinos que le habían quedado pegados al cuerpo.
De nuevo empezamos a subir esa absurda escalera, que podría haber construido con la mitad de peldaños, ya que no levantaban medio palmo cada uno, pero conociendo a estos Franciscanos seguro que tenían alguna utilidad.
Esta vez, los frailes que paseaban no se atrevieron a mirarnos. Íbamos tan seguros que, en aquel instante, podíamos con cualquier cosa. Al ponernos delante del Padre Prior, no dejamos que empezara, con alguna de sus costumbradas “tretas”, para desviar la conversación a su terreno.
- Padre, le presento a D. Luis de Torres, al que con tanta ansiedad esperabais, empezó mi Padre con dirigente tono, podeis poner atención a sus palabras o, por el contrario, hacerle cuantas preguntas queráis. D. Luis, queda a vuestra entera disposición.
- Espero que haya tenido vuestra Merced un buen viaje de regreso.
- Sí! Bastante bueno, gracia a Dios y a la siempre imprescindible ayuda de María Santísima.
- Bueno, contadme D. Luis.
Comenzó a relatar, según él, todo lo acontecido, con esmera dedicación a aquello que más significancia podía tener para mi defensa. Cuando terminó, tomo nuevamente la palabra el Padre Prior.
- Según escucho con atención, su hijo un verdadero Santo, le comentó a mi Padre, mientras clavaba su mirada en mis ojos.
Mi hijo no es un santo, pero tampoco, estad seguro, lo quemaran en ninguna hoguera y, menos mientras alguno de los aquí presentes vivamos para impedirlo. Así que déjese de monsergas e intentemos arreglar este asunto, de una vez por todas. ¿Cuánto costará arreglarlo…, padre?.
- Vuelvo a repetirle, que el Santo Tribunal lo decidirá, contestó indignado. Después de hablar con el Padre Jesús, que como ya sabrá, esta con nosotros, y que me repite una y otra vez, una versión bastante distinta a la vuestra, pensamos apoyarlo hasta el final en este asunto. Espere, y verá como se lleva una desagradable sorpresa.
- Padre, empecé a dirigirme a él, con toda la rabia contenida durante tanto tiempo, son tantas las atrocidades que he visto, que ni Vos mismo en persona lo hubiese permitido. Ante tanta injusticia, desobediencia, envidia, maldad y cobardía, ¿Cómo estar allí y permanecer impasible ante tanta atrocidad? Le recuerdo unas palabras de San Agustín que viene ha mi memoria sobre este tema: “podéis arrastrarme y colocar allí mi cuerpo, pero ¿Cómo obligaréis a mi espíritu y a mis ojos a fijarse en tales espectáculos?, yo no estaré presente: y vosotros, vosotros y ellos, sentiréis vergüenza”. Lo mismo le digo, Padre: no permitiré, mientras viva, que hombres como el Padre Jesús esclavizan a los indígenas en el Santo Nombre del Señor.
- Estáis muy seguro, para decir lo que decía. Espero que ante el Santo Tribunal, os mantengáis tan entero.
- Dios, no lo dudéis, estará conmigo.
A continuación y sin mediar palabra salimos y regresamos a casa. Deberíamos solucionarlo de inmediato. Mi padre, en un ataque de soberbia, decidió tomar la iniciativa y, aprovechando la estancia del Emperador en Sevilla, plantarse ante él y pedir su intervención en el asunto, llamando al orden al Padre Prior. Partió al día siguiente, nada más despuntar el día. Se llevó con el a nuestro infatigable amigo D. Rodrigo, acompañado por diez hombres más como escolta durante el viaje. Impidió que le acompañara, ya que creía mucho más serio, presentarse solo ante el Emperador, en vez de con su hijo, el “ofendido”.
De nuevo me tocaba esperar. Cada día me gustaba más Granada. Intentaba descubrir algo nuevo, y esta vez, con la agradable compañía de mi hermano Luis, al que en principio no le gustaba demasiado la idea de quedarse en la ciudad, pero que tal y como la iba descubriendo, cambiaba de opinión al respecto. Un día, después de contarle la odisea de quedarme dormido toda la noche en el Generalife y, detallarle el fausto espectáculo del amanecer, me obligó a pasar esa misma noche en los jardines, ya que quería sentir esa misma sensación. Así avisamos de ello al servicio y, en medio de aquel frondoso jardín, fuimos contemplando como poco a poco, se cubría el cielo de más y más estrellas.
Dos días después, tras recuperarnos de la “nochecita” en el Generalife, en la que nos cayó encima toda la “rocía” del mundo, salimos a tomar unos vinos a un bodegón al que solíamos ir con asiduidad. Una vez en su interior, observamos como unos franciscanos levantaban mas y mas la voz, a medida que bebían más vino, cuando estuvimos seguros de que este había empezado a hacer efecto, nos acercamos a ellos con la intención de aprovechar la situación, e intentar sonsacar toda la información que pudiésemos sobre el Padre Jesús.
- A la paz de Dios, hermanos –saludo mi hermano Luis, mientras nos sentábamos a su mesa.
- Que ella sea con vosotros, sentaos, contestaron al unísono.
- Tabernero! tráiganos unas jarras de algún vino mejor que éste, grito mi hermano, mientras me miraba irónicamente.
- ¿Bueno, hermanos… de paseo? pregunté
- Si, porque llevamos unos días en el monasterio que para que le vamos a contar.
- ¿Mucho ajetreo?
- ¡jaleo! Si vuestra merced supiersa, tres días sin dormir llevamos.
- ¿Y a que se debe? ¿Estáis de ejercicios? Indagó con intención mi hermano, a los cada vez más parlanchines frailes.
- ¿De ejercicios? Si. Que más quisiéramos que estar de ejercicios
- ¿Entonces, de que os quejáis?
- No se ofenda vuestra merced, dijo uno de los franciscanos mirando muy fijo a Luis, pero es que lo que ocurre en el monasterio, no podemos contarlo, al estar bajo secreto de confesión…, ya me entiende lustra merced, no
- Sí hombre, no se preocupe, que no tiene importancia. Era solo por puro gusto al cotilleo. Como comprenderá, hermano, ¿Qué interés íbamos a ternera nosotros así lo que ocurra en un monasterio? ¡tabernero, más vino!
- ¡Eso, más vino! Que un día es un día y vuestras mercedes parecen buena gente, gritaron los curas.
- ¿Sois de Granada hermanos?, bueno, perdón pregunto si sois de esta comunidad de Granada o estáis simplemente de paso.
- No! ¡que va!. De Granada no somos. Hemos venido escoltando a un hermano de Sevilla, para que vea al Prior por algún asunto.
- ¿Desde Sevilla? – pregunto mi hermano con la certeza de haber dado casualmente, nada más y nada menos, que con los acompañantes del Padre Jesús.
- Si, desde Sevilla, ¡Menudo viaje que nos ha dado el hermano!
- El hermano
- Bueno verán Vuestras Mercedes, ese precisamente el secreto. Pero ¡que importa! Vosotros no vais a ver al Padre Prior a contarle lo que decimos., ¿no?
- ¿Nosotros? replicamos los dos al mismo tiempo. No hermanos, no. Que se nos ha perdido a nosotros en su convento. Además mi hermano, decía Luis, mientras apoyaba su mano en hombro, tiene la promesa de no pisar un convento hasta que en ello permitan entrar mujeres. Terminó diciendo entre las carcajadas de todos.
- ¿Qué más da? Os lo contamos – dijeron ya completamente borrachos.
- Se trata de un hermano que ha regresado de una misión en las Indias, donde por lo visto, ha tenido numerosos problemas con el Capitán responsable de la misma. Por lo que hemos entendido, resulta que este hermano, tal como volvió, fue entrando poco a poco, en una cada vez más profunda depresión, hasta terminar pendiendo la “chaveta”. El pobre se pasa todo el día echando escupitajos a todos los que pasan, y maldiciendo continuamente a Dios y todos sus Santos, tanto, que se cree que está endemoniado, por lo que están realizando exorcismo. No sé por que extraña razón dice el Prior que es urgente que se recupere de inmediato, cuando lo normal es que ya se le estuviera quemando. Yo personalmente, no creo que vuelva a recuperarse de esta.
- Así que el Padre Jesús, esta loco. Dije en voz alta sin darme cuenta de con quien estaba hablando.
- ¿Le conocéis? Preguntaron los frailes extrañados.
- No, si lo has dicho tú antes. Reaccione de forma tan oportuna como rápida.
- Ahí. Dijeron tranquilizándome por ello.
- Bueno, ¿Estáis seguros de ello?
- Claro! ¿No digo que llevamos varios días sin poder pegar ojo por los continuos gritos del hermano Jesús y sus exorcistas? ¡menudo jaleo arman! Lo que no me explico, es como no lo sabe ya toda Granada.
- Bueno hermanos, nos dijeron, contamos con vuestra discreción, vamos a regresar al convento.
- ¿Cómo? Dudáis de ella.
- ¡No! dijeron todos a la vez.
- ¡Pues…, con Dios ¡Dejad! ¡tabernero! No cobréis lo que los frailes, que yo me encargo. Terminó diciendo mi hermano en voz alta.
- Gracias y hasta otra, que sea pronto.
- Cuando queráis. Con dios.
¡Ya lo teníamos!La casualidad nos lo ponía justo ante nuestras narices. Ahora solo hacia falta esperar el regreso de mi padre y desenmascarar al Padre Prior.
Los días que transcurrieron hasta la vuelta de mi progenitor, se hicieron interminables, solo alegradas por la continuas correrías de mi hermano Luis, que de no gustarle Granada, había pasado a no dejar ni un bodegón por visitar, un día si y otro también. Empezábamos a ser más conocidos de lo recomendable, pero nos daba exactamente igual. Mi problema parecía haber desaparecido, como por el mismísimo diablo ¿Qué validez tendrían las acusaciones contra mi, ante el Santo Tribunal, cunado estas estaban realizadas por un poseído del diablo?
Cuando por fin apareció mi Padre, dejamos que nos contara antes él lo que traía de Sevilla, para después, relatar nuestra magnifica noticia. Empezó a contarnos lo sucedidos al llegar a Sevilla se entrevistó con algunos amigos suyos muy cercanos al Emperador, indagando las posibilidades reales de conseguir sus propósitos. Lo teníamos más o menos fácil. El Emperador andaba metido en muchas guerras a la vez, y esto consumía muchísimos recursos económicos y, por muy poderos que fuera el Santo Tribunal, más poderoso es el dinero.
La suprema, que, como sabes, controla al Inquisidor, está dominado por nobles, fieles colaboradores y amigos de mi padre, así pues todo se arregló, sin llegar siquiera a entrevistarse personalmente con el Emperador. Bastó el anuncio del envío de una nueva expedición a las indias, sufragada con el dinero de mi familia, para que se despejaran todas las dudas. Aquí traigo los documentos necesarios para convencer al Padre Prior de desistir en su intento de alargar este asunto, del que intenta claramente sacar el máximo provecho.
Entre los documentos venía uno, donde los calificadores decían encontrar herejía en ninguno de los hechos por los que se me acusaba ante el Santo Tribunal, aparte de la debilidad de los testigos, por lo que desestimaban pasar dichas acusaciones a la calmosa. La suerte estaba echada. Si además de esto, le añadimos nuestra averiguaciones sobre el Padre Jesús. Era de suponer la gran alegría que nos embargó a todos en aquellos momentos. No pasar a la calmosa, el Padre Jesús endemoniado y, por si fuera poco, el compromiso de mi padre a pagar una nueva expedición a las Indias, aunque, por el momento, eso era lo menos importante.
Al día siguiente, al alba, ya estábamos todos en pie y vestido con nuestras mejores galas, dispuesto a presentarnos ante el Prior. Esta vez pasamos por el monasterio como si lo hubiésemos conquistado y fuésemos a fijar las condiciones de la rendición de la plaza, que, bien pensado, al fin y al cabo era a lo que íbamos.
Como de costumbre, no nos quiso recibir en ese preciso momento, pero de una patada mi padre dio en el portalón de su despacho, entramos, sin mía dilatación ni permiso, donde estaban reunidos el Prior y algunos frailes. Seguro que como engañarnos. El vernos entrar de ese modo, hizo retroceder sobre sus pasos a estos frailes, hasta sentarlos en sus sillas correspondientes.
- ¿Cómo os atrevéis a entrar así en mi despacho, sin mi permiso?
- Porque no dispongo de mucho más tiempo que perder con Usted. le contesto
- Podíais haber esperado al menos a que terminara de empachar con estos hermanos, con quienes estoy reunido ¿no?
- Pocos asuntos más vais a poder dempachar Vos, si no os avenís a razones padre Pior.
- Bien, pues… decidme ¿a que viene tantos humos?
- ¿Cuál fue, Padre, la última oferta que le hice?
- Un miserable millón de maravedíes! ¡un miserable millón por la vida de vuestro hijo!
- Consideradlo perdido prior, le contestó mi padre
- ¿Cómo?
- Si, lo que habéis escuchado; ni un maravedí más para vuestra orden, a no ser que traigáis ante nuestra presencia al Padre Jesús.
- Imposible, el Padre Jesús se encuentra enfermo.
- ¿Enfermo?, o poseído por el mismísimo diablo.
- ¿Qué decís? ¿Cómo os atrevéis? Se encuentra enfermo, nada más.
- Traedlo de inmediato a lo buscaremos nosotros por todo el recinto.
- ¡Como gustéis! Nos contestó el Prior.
- ¿Es que lo habéis sacado del monasterio Prior?
- No, solo que cuando lo encontréis, le veréis en malas condiciones, a causa de su grave enfermedad.
Salimos del salón seguidos por el Prior y todo su séquito. Empezamos a buscar por todos los rincones, pero sin resultado positivo para desesperación de todos. Cuando creímos que no lo encantaríamos en el interior del convento, vimos pasar a los frailes que encantamos.
- ¿Dónde esta el Padre Jesús? Le pregunto enfurecido.
- ¿No eres tú uno de los del otro día? Si y ese es tu hermano.
- Sí en efecto, pero responded que es importante.
- ¡Me engañasteis!
- Si, pero ahora no importa eso. Dime donde está el Padre Jesús.
- ¿Por qué?
- Porque lo digo yo, amenazándolo con la espera en la mano.
- ¿Cómo se atreve?
- Me atrevo a todo. Dime, por última vez, donde esta o cometo una locura ahora mismo ¡vamos!.
- Escondido en las caballerizas.
Partimos hacia allá y lo encontramos. Estaba oculto entre las pajas, como si de algún animal se tratara. Lo sacamos. La mirada la tenía perdida y no paraba de gritar, gesticular y decir freses sin sentido. Tanta lástima daba, que decidimos llevárnoslo a casa cuidarlo y hacer lo que estuviese en nuestras manos. Para ello nos dio su autorización el Padre Prior, quien viéndose descubierto, no tuvo mío remedio que aceptar todas nuestras exigencias, ya que de lo contrario, seríamos nosotros quienes llevásemos el asunto ante el Santo Tribunal.
El padre Prior había retirado también las denuncias presentadas por el Padre Jesús y alegó la enfermedad de este como motivo de las mismas, pidiendo el correspondiente perdón al Santo Tribunal.
Una vez concluido todo el problema, de aguanté todo el discurso que me soltó mi padre, refiriéndose a la suerte que tenía al ser hijo de quien era, ya que, de otra forma, lo mías seguro era, que ya me hubiesen quemado en las purificadoras hogueras de la Santa Inquisición. La verdad es, ni yo mismo era consciente de la cantidad de casualidades que se habían dado para terminara todo de esta forma, tan ventajosa para mis intereses.
Por el momento me dedique a dejar correr el tempo mientras intentábamos planificar el futuro más próximo mientras recordaba otra frase de San Agustín, del que tanto había aprendido en mi lecturas “olvidamos el pasado para lazarnos hacia el provenir” (S. Pablo en la epístola a los filipenses).

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