martes, 21 de abril de 2009

IX EL PADRE JESUS


IX EL PADRE JESÚS

Rodrigo estaba terminando de comer, cuando yo, por fin, logré incorporarme sobre la cama: en ese instante, penetró en mi estancia, previa cortés petición de permiso, que ascendí con mi mayor estilo, intentando así, recuperar tan dañada dignidad por todos lo acontecido. ¿Quién?.
Continuó dándome detalles de lo ocurrido en el poblado, aclarándome, en primer lugar, que desde mi partida, había transcurrido casi un año, y desde la partida del mensajero hacia España, siete meses, por lo que, la primera labor a realizar era la de mi defensa, al no poder tardar mucha ya, la respuesta que del Reino estaba esperando el Padre Jesús.
La realidad era bastante difícil y poco halagüeña para mí, quizás, y con suerte, solo podría contar con dos decenas de hombres de los que quedaron en el campamento, al pasarme la mayoría al bando del Padre Jesús, bajo coacción de una de sus “cristianas” amenazas con la excomunión o de denuncias ante la Santa Inquisición. Ordené a Rodrigo, que convocara a mis hombres en algún lugar seguro; así fue, esa misma noche, en un pequeño descampado, no muy lejano del poblado. Me encontré con mis pocos leales. No eran muchos, pero en mi memoria recordaba que entre ellos, sí se encontraban los de más valor, para realizar cualquier acción que nos propusiéramos.
Uno a uno, empezaron a contarme sus “desventuras” con el Padre Jesús, para intentar buscar una solución conjunta al problema., coincidiendo la mayoría en que la más ideal sería dar golpe de mano e intentar detener al Padre Jesús junto con los oficiales que eran fieles, controlar de nuevo el poblado, restablecer el orden lógico de las cosas y prepararse para la llegada de las noticias de España.
Estuvimos reuniéndonos durante cuatro noches consecutivas, hasta llegar a un acuerdo aceptado por todos: daríamos un golpe de mano, con la única condición de que, antes de intentarlo, hablaría con el Padre Jesús, en el intento de convencerlo en normalizar la situación, sin llegar al enfrentamiento nadie estuvo de acuerdo, pero aceptaron con la condición de que si yo era apresado o asesinado, reaccionarían de formas inmediata.
A la siguiente mañana, Rodrigo fue el encargado de hacerle llegar la noticia de mi llegada al Padre Jesús, quien me hizo llamar de inmediato a su presencia. Yo manteniendo mi posición de mando me negué, recordando que era él quien debía presentarse ante mí, al estar bajo mis órdenes directas desde el comienzo del viaje y que cuidara mucho sus exigencias, lenguaje y modos. No me hizo esperar, al instante estaba allí, con la cara bastante encendida por la furia contenida y escoltado al menos por una docena de hombres, totalmente pertrechados como si fueran a una gran batalla.
-¡si! – me dijo.
- Don Jesus os veo más gordo, habéis vivido bien se ve tanto.
- no también como Vos- me contestó.
- Y ahora, Don Jesús, contestadme ¿Con que permiso habéis irrumpido en mi poblado y cambiado tantas cosas?
- ¿Su poblado?
- Sí, mi poblado, totalmente sufragado por las arcas de mi padre.
- Por mucho dinero que haya puesto su padre, que no Usted, no lo es en cantidad suficiente para comprar a Dios, o lo que es lo mismo, a su Santa Iglesia.
-Yo. Padre, no intento comprar nada y menos a Dios o a su Iglesia, lo único que le recuerdo es quién sufraga todo estos gastos y de quien está Usted a cargo.
-¿Qué más da quien pague?
- Nada, pero le repito que el mando se me concedió. Si no recuerdo mal, se marchó usted sin mi autorización y sin ella ha regresado también.
- Ya, pero aquí, desde su marcha en busca de “aventuras”, han cambiado mucho las cosas.
- Estoy enterado, Padre, y eso, precisamente, es lo que más miedo me produce.
-¿Cómo se atreve? ¡Detenedlo!
- Quieto don Jesús, que no sabéis lo que hacéis, ni las complicaciones que esto os puede acarrear. Y vosotros soldados, no olvidéis quién os paga.
- A estos soldados, les pagará Dios, y no tu padre.
- A largo plazo…, deduzco.
-¡silencio! ¡Detenedlo! Llevadlo a su celda.
Así fue como me llevaron, entre gritos de ánimo y alegría de los indígenas, que me iban reconociendo a mi paso. La celda, una de la que el Padre Jesús, había construido durante mi ausencia, como purgatorio de almas, en el centro del poblado, totalmente descubiertas, para su perfecta y “temerosas” visión, de todos los que por allí pasaran.
No tuve que esperar demasiado; esa misma noche, vi. como caía sin vida el cuerpo del hombre encargado de mi vigilancia y, a continuación rompían el candado, dejándome en libertad al mismo tiempo que se ponían inmediatamente a mi servicio. Me informaron de la situación: habían detenido a los oficiales, muriendo cinco de ellos, al oponer resistencia; el resto se hallaban bajo custodia, en otra de las celdas, no muy distante de la mía. El Padre Jesús y sus “ayudantes”, dormían algunos juntos, y en compañía de jóvenes indígenas, otros. Al Padre Jesús me lo dejaron, esperando quizás, que me cebara en él: nada más lejos de mi intención. Entre en su habitáculo y le desperté con la punta de mi espada apoyada en largo cuello. En ese momento despertó y grito:
- ¡Señor!.
- Don Jesús… le contesté.
- ¿Cómo se atreve?
- ¿Cómo? ¿Qué?...., Padre ¿lo dudabais?
- ¿y los mis hombres?
- Tus hombres, la mitad muertos y la otra mitad a mis órdenes o detenido.
- ¿Os atreveréis a matarme? No preguntó asustado el Padre Jesús,
- ¡No!, no os preocupéis por vuestra vida, no caeré en ese error. Muy a mi pesar, pero descuidad por vuestra vida, y ahora acompañadme a detener a vuestros fieles y “castos” frailes ayudantes.
Partimos en silencio hacia la dependencia de los frailes y…, allí estaban, durmiendo en la compañía de algunas indígenas, ante el sincero asombro y sorpresa del Padre Jesús. Este lleno sus ojos de rojo furia, y llevado por la vergüenza de sus frailes,intento acabar con sus vidas a base de golpes, gracias a que en ese momento no era portador de arma alguna, porque si no hubiese conseguido matar asesinar de algunos de los frailes.
Cuando quisimos darnos cuenta, empezaba a amanecer. El aspecto del poblado, era desolador; no quedaba nada de aquel que yo dejé, el que tenía ante mi más parecía un pueblo español, que un poblado indígena, se notaba la mano de los franciscanos ¿Qué iba a hacer yo ahora, ¿Cómo devolver a los indígenas su poblado? Me interesé por la suerte de el Jefe del poblado, al que no había visto desde mi retorno: había muerto, como también había muerto la casi totalidad de los ancianos, al no resistir el ritmo de trabajo impuesto por los frailes.
Era tanto el daño que habíamos ocasionado a los indígenas que, de buena gana, hubiese recogido a todos los nuestros y nos hubiéramos marchado de allí, devolviendo sus tierras, dejándolos con sus costumbres y modos de vida.
Pero aquello era pura quimera, yo había llegado hasta aquí par realizar un trabajo, no iba a volver a España con las manos vacías sin haber conseguido terminarlo. Aún tenía que esperar las noticias que traerían los enviados del Padre Jesús. Cuando comprobé que todo estaba en orden y dejé al cura en mi anterior y “cómoda” celda. Me instalé en “mi casa”, y por fin pude descansar tranquilo e intentar recuperarme de la fatiga que, hacía meses, me dominaba permanentemente.
Creo que tardé más de dos días en despertar, ya que nadie se atrevió a hacerlo. Cuando por fin conseguí incorporarme, mandé llamar a Rodrigo, para que reuniera de nuevo a todos los hombres leales disponibles y formarlos en la explanada existente ante mi cabaña. Aproximadamente treinta minutos después, tenía cuarenta y tres hombres y con cinco oficiales ante mí, perfectamente formados, bajé y empecé a pasar revista, lo más dignamente que pude. Sus uniformes estaban totalmente desgastados y sus petos algo oxidados, pero intentaban mantenerlos en buen uso. Terminada esta revista, ordené reparar el vestuario, pulir los petos hasta que brillaran como el primer día y limpiar las armas, más que por fastidiar, por intentar establecer la disciplina y el espíritu militar.
A media mañana. Recibí a los únicos supervivientes del consejo, me demostraron un inmenso cariño y respeto. Me contaron todas sus desgracias, pidiéndome que restableciera sus costumbres y cultos, lo más rápidamente posible, a lo que accedí de inmediato, con la lógica alegría por su parte. También accedí a asistir a sus reuniones que tan buenos ratos me hacían pasar, enriqueciéndome con sus curiosas, pero interesantes discusiones, acepte ir a su próximo consejo, que se celebraría al atardecer del día siguiente.
Comí con Rodrigo y Álvarez, para indicarles las nuevas normas de conducta, a la hora de organizar el poblado, al término de la comida, pedí a Rodrigo que trajera ante mi presencia al Padre Jesús, teniéndolo ante mi mesa al instante.
- Bueno Padre, le he mando a llamar, para intentar llegar a un acuerdo, porque no me gustaría tomar decisiones extremas con Usted.
- ¿A que acuerdo quiere Usted que lleguemos? Usted sabe muy bien cuáles son mis ideas, totalmente enfrentadas con las suyas.
- ¡hombre!, algún punto de entendimiento encontraremos, ¿no?...
- Ninguno. Además de camino vienen más fuerzas con nuevas órdenes, esperaré a que lleguen, y entonces quizás, lleguemos a un acuerdo.
- ¡no seas insolente!, le grité, puedo ordenar tu muerte de inmediato y, teniendo el mando como lo tengo, ya me buscaría una buena justificación para ello, sobre todo apoyado por la inmensa mayoría de los hombres, y tú, lo sabes muy bien.
- Entonces por que no hacéis señor.
- ¡no! Ya te lo dije, no pienso haber de ti un mártir. Te piensó juzgar, y no aquí, en España.
- ¡Que iluso señor! ¡si tengo información suficiente como para que la Santa inquisición te queme sin remedio alguno! Lo comprobarás.
- Ya veremos. De momento y mientras llegan los hombres desde España, si es que llegan, vas a pasar unos días invitado en mi celda preferida, y…, ya hablaremos entonces ¡lleváoslo!
Sin darme cuenta apenas, se nos había echado de nuevo la noche encima. Salí a dar una vuelta por el poblado, pero tuve que volver a casa por la presión de la gente, saludándome algunos, invitándome a cenar otros, mientras que el resto simplemente me miraba. Tanta popularidad me agobiaba. Cerré la puerta e intenté dormir.
A media noche, me despertó Rodrigo, totalmente fuera de sí, para comunicarme la fuga del Padre Jesús. Buenas celdas construyen el Padres Jesús,
pensé,. Nunca he visto una en la que entre y escape más gente con tanta facilidad. Organizamos la búsqueda inmediata, partiendo varias patrullas en distintas direcciones, sin obtener resultado positivo alguno: El Padre Jesús, había desaparecido. Algo quedó al descubierto; entre nosotros, todavía quedaba gente adicta al Padre Jesús, lo que, por otra parte, era lógico. No todos iban a estar conmigo, lo que me obligaba a estar, como siempre, atento a todo lo que me rodeaba. Quizás este era el destino de los que están en cargos parecidos al mío: siempre vigilante a todo lo que se nueve cerca de él, y con el alma permanentemente en vilo, esperando alguna traición que acabara con su vida mientras duerme.
¡Lo bien que debía de estar pensando mi hermano Luis! ¿Se acordaría de mí? Acaso se habrá casado. ¡Tenía tantas ganas de saber de ellos! No sé si les llegaron mis noticias, con alguna de las naves que regresaron a España, ni tan siquiera sé, si éstas consiguieron llegar. Lo único que me reconfortaba era pensar que quedaba poco para mi regreso a casa, a no ser que se complicaran demasiado las cosas por aquí.
Con escasos cincuenta hombres, pocas conquistas podíamos realizar: solo podíamos ocuparnos con garantías de nuestra propia defensa, en espera de lo que nos llegara de España, y en esta dirección centramos nuestros esfuerzos. La empalizada del poblado, había desaparecido, convirtiéndose esto en el primer objetivo a cumplir.
Comentamos con los indígenas la reconstrucción de la empalizada. Aceptaron ayudar a construirla, lo que, nos era imprescindible por sus conocimientos para tratar los diferentes tipos de madera oriundas de allí, recordando nuestros iniciales fracasos arquitectónicos. Ellos elegirían tanto la madera, como la forma de atar los maderos. Que seguro no era con clavos, porque éstos resultó un desastre, al oxidarse con muchísima velocidad, partiéndose al mínimo esfuerzo que se les pidiera.
La empalizada rodearía el poblado en todo su perímetro, con dos ramales paralelos, hasta introducirse en el agua, protegiendo así el pequeño embarcadero. Entre estos dos ramales, construimos otro que los unía, con una gran puerta en el centro que cuando se cerraba, completaba el perímetro totalmente el poblado. Una vez puestos todos de acuerdo, comenzamos a trabajar.
El Padre Jesús, no dejaba de preocuparme, ¿Dónde habría huido? ¿Cómo se atrevió a salir solo a la selva?, estas preguntas no encontraban respuesta lógica. La única explicación razonable era el adelantarse en contactar con la inminente llegada de los “refuerzos” y llevarlos a sus razones.
Rodrigo era el que más hincapié hacía en este tema, ya que él había vivido en directo, los desmadres religiosos de nuestros “amigo” común. Por ello, Rodrigo afirmaba que el Padre Jesús, sería capaz de hacer cualquier cosa. Me aconsejaba prepararnos más que para defendernos de “nuestros” indígenas, de “nuestros” amigos invitados por el Padres Jesús. Aquello era mucho más complejo de lo que Rodrigo imaginaba; Cualquier intento en contra de los hombres que estaban por llegar de España, significaría la declaración de guerra a la Corona de una forma muy directa, y nuestra verdadera misión era justo la contraria: dar más tierras. Poder y Gloria a la Corona de España.
Lo que también me empezó a preocupar, fue la cada vez más agresiva actitud de Rodrigo, quizás debido a la tensión acumulad durante tan largo periodo de tiempo. Le vigilaba de cerca, impidiéndole el exceso de celo con los hombres, a quienes no dejaba de arengar y preparar militarmente para “una gran batalla” entre soldados, también entrenados como ellos, pero menos conocedores del terreno.
Sin darme cuenta, había llenado todos los terrenos cercanos al poblado con trampas, en prevención de ataques sorpresas. Le dejaba foguearse en este tema, intentando de ese modo, mantenerlo ocupado tanto física como mentalmente, además, esas trampas siempre venían bien, fuese quien fuese el atacante. Afortunadamente Rodrigo era mi más fiel colaborador, y mi más querido soldado y amigo. Durante mi ausencia se había transformado, en cierta forma, se parecía a mi añorado González Ledesma, perdido a manos de los Güajis.
¡Lástima que la suerte no quiero nunca acompañarnos! Con el material humano que tenía a mi disposición, hubiésemos conseguido grandes logros, pero nunca podemos elegir el momento en el que queremos que la suerte nos acompañe. ¡Alguna veces tan caprichosa! Posiblemente, mi hermano Luis lo hubiese hecho muchísimo mejor que yo.
Bajo los “prudentes” consejos de Rodrigo, construimos unas pequeñas canoas, con las que montamos unos equipos de vigilancia fluvial, para así anticiparlos a los peligros que por el río nos pudiesen acechar. Estos equipos estaban formados por cuatro hombres en cada barca que, en dos turnos, patrullarían, unos ríos arriba y otro río abajo, partiendo una tercera embarcación, en el caso que pasara el tiempo previsto sin el regreso de alguna de las embarcaciones, para intentar localizarla.
En una de estas salidas de rescate, regresaron con la noticias; el Padre Jesús, había llamado la atención de la canoa desde la orilla del río, al acercarse, intentó convencer a sus ocupantes para que se quedan con él, a lo que se negaron intentando su captura, no consiguieron por la rapidez y agilidad con que se perdió en el interior de la jungla, sin dejar el menor rastro.
Inmediatamente, encabecé personalmente una partida para intentar localizarlo, partimos muy de madrugada, tan de madrugada que ni había amanecido, lo que ocurrió justo cuando alcanzábamos el lugar donde había sido visto el Padre Jesús. Pusimos pie en tierra y comenzamos a seguir sus débiles huellas, intentando ponernos en contacto con él, sin obtener respuesta alguna. Parecía haberse evaporado, anduvimos por la zona hasta que empezó a caer la noche, iniciamos el regreso al poblado, no sin antes de dejarle una carta clavaba en un tronco fácilmente visible desde el sendero, que, a base de pasar por allí, habíamos hecho.
Al día siguiente, reiniciamos la búsqueda, quedándome yo en esa ocasión en el poblado e intentar solucionar problemas que me planteaban los ancianos en sus consejos. Estaban todos de acuerdo en sus críticas hacia el Padre Jesús, resaltando la de los matrimonios y separación de las familias, de igual modo se quejaban del calor que habían pasado cubiertos con las túnicas blancas, coleccionadas nada menos que con las lonetas de las velas que usamos al principio de la expedición para proteger a los hombre de la lluvia. Comprendía perfectamente las quejas de los indígenas, pero, eso sí, para cazar, el Padre Jesús sí les dejaba despojarse sus ropas, al igual que hacia con las mujeres, una por indígenas…, y ni se sabe por cada uno de ellos… ¡Beneficios del poder! Imagino.
La segunda jornada de búsqueda, concluyó sin resultado alguno. El Padre Jesús no había dado señales de vida, ni cogida la nota, aunque no sabíamos si la leyó. Rodrigo opinaba que sería muy difícil dar con él, a no ser que intentáramos prepararle una trampa o sorprenderle de la forma que fuese. El sabía que lo estábamos buscando durante el día, abandonando la zona al anochecer. Rodrigo recomendó destacarnos hasta el lugar de la búsqueda al día siguiente., como de costumbre, pero., al mismo tiempo, y a media tarde, saldrán otro grupo de hombres hacia el lugar a pié. De esta forma intentaríamos sorprenderle. Di mi consentimiento al plan, y me acosté.
Rodrigo, según lo establecido, partió en su embarcación nada más amanecer, para aprovechar al máximo las horas de luz. Yo había previsto salir con la expedición que partiría a pie, ya que, desde mi solitaria aventura en el río, le había tomado demasiado respeto al agua. Durante el día, intenté hablar con la mayor cantidad posible de indígenas, quienes me contaron más o menos lo mismo que los ancianos en el consejo, comí en la choza de una de las familias, que me agasajo con lo mejor que pudo encontrar, no dejando de hablar, mientras ponían continuamente comida sobre mi plato. Hacía tiempo que no comía tan abundantemente.
Al anochecer y tras el regreso de Rodrigo sin portar noticias algunas, partí en compañía de diez hombres hacia el lugar de la búsqueda. Justo cuando partíamos, se nos agregó voluntariamente, muy a mi pesar, por el cansancio que tendría Rodrigo, por un lado me disgustaba la idea de no dejar descansar a Rodrigo, pero, por otro su compañía me daba bastante seguridad.
Poco a poco, nos fuimos adentrando en la profunda jungla. Nada más empezar, observamos que aquel invento no podía resultar, formábamos tal escándalo, que nos oiría muchísimo antes de dar con él, sin contar con la luz de nuestras antorchas, por lo que, sin pensarlo más, decidí volver de inmediato al poblado, con la aprobación general.
Antes de reiniciar la búsqueda, ya que decidimos suspenderla durante un tiempo, para dar confianza al Padre Jesús y esperar que bajara la guardia y poder sorprenderlo con más facilidad. La nueva estrategia consistió en desplazarse por la noche en las barcazas, hasta un poco antes del lugar acostumbrado, espera allí a que amaneciera y entonces, permaneciendo agazapados, y cuando pasara cogerlo.
Esta nueva misión, no la mandábamos ni Rodrigo ni yo, sino un oficial llamado Jaime Hierro, de total confianza, según Rodrigo. Partió al atardecer, quedando nosotros, a la espera de sus noticias. El insomnio de esa noche, lo aprovechamos para charlar sobre los posibles problemas que tendríamos que soportar cuando llegaran los ilustres visitantes que estábamos esperando sin sacar nada en claro.
Justo cuando empezaba a conciliar el sueño, llegó un hombre con noticias, la nota que habíamos dejado clavaba en el tronco de aquel árbol, había desaparecido y en su lugar había otra nota con el siguiente mensaje: “Señor, en vista que ha renunciado a Dios, a la Corona y a la dignidad, no tengo otra salida que intentar aguantar internado en la jungla, hasta la llegada de mis hombres de España, para con los poderes que me traen, poder ponerle delante del Santo Tribunal, ante quien pagará sus pecados en la hoguera. Usted y quienes como Usted han intentado usurpar el lugar de Dios y del Emperador.
Así de escueta y acezante era. En este instante comprendí el verdadero temor que sentía Rodrigo hacia el Padre Jesús. Este, con el poder suficiente, podría alterar de tal modo las cosas, que sería muy difícil rebatir los cargos en un hipotético juicio de la Inquisición. Rodrigo intentó,en vista de la nota, ajusticiar al Padre Jesús en cuanto este se le pusiera delante. Intenté convencer a la gente que esa no era la solución ideal al problema. Creí que cuando llegasen esos hombres, estarían las cosas lo suficientemente claras, como para desacreditarlo. No, no le ajusticiaríamos, le encarcelaríamos hasta la llegada de los viajeros y entonces, intentaríamos arreglar el asunto, muy a pesar de las intenciones de Rodrigo.
Después de tantas ideas y venidas al lugar de la búsqueda del Padre Jesús, del que nada habíamos sabido, por fin, a eso del medio día, aparecieron nuestros hombres, con el ansiado sacerdote, tan cansado y demacrado que daba pena encarcelarlo. Ya que la empalizada estaba casi terminada, no creí necesario aumentar su más el sufrimiento de su debilitado cuerpo, querrán tenerlo en buenas condiciones físicas y mentales cuando llegaran sus enviados, y de esa forma, evitar además acusaciones por maltrato a un clérigo. Puse dos vigilantes para que le acompañasen constantemente, pero, no pudo ser, después de varios intentos de fuga, no tuve otro remedio que internarlo de nuevo en su celda, lo más cómodamente acondicionada posible y fuertemente vigilada, en espera de acontecimientos si es que estos se producían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario