jueves, 23 de abril de 2009

XI SEVILLA


XI SEVILLA

Llegamos a Sevilla, tras una leve, pero emocionante travesía por el Guadalquivir. ¡Que distinto este río de aquel otro! El puerto estaba punto de reventar. Había naves en cola para su desembarque. Gracias a Dios, a nosotros nos desembarcaron nada más llegar, porque, según nos contaron, había barcos en los que la gente llevaba días esperando para poder hacerlo.
En teoría, tendría que ingresar en prisión nada más pisar tierra y, además, pagar los gastos de mi mantenimiento en presido mediante el embargo de mis bienes o los de la familia. Pero como la Corona nos debía tanto, no se atrevieron a detenerme para evitar el embarazozo problema del embargo. Todo quedó en el empeño de mi palabra de caballero de no salir de la jurisdicción del Santo Tribunal de Sevilla, y en paz.
Me aloje con mi hermano Luis en nuestra casa solariega de Osuna. Allí la vida era tranquila y pueblerina. Sus habitantes seguían siendo igual de abiertos, trabajadores y partícipes de cuantas fiestas se organizaban en el pueblo. En Osuna, hacía tiempo que no quedaban árabes, pero su huella impregnaba los rincones de sus calles, dándoles esa magia especial a su arquitectura tan singular. El gusto por el agua y arte floral, convertían Osuna en una de las más bellas ciudades de Andalucía.
Allí permanecimos hasta que fui requerido por el Santo Tribunal en Sevilla. El procurador, ya había terminado de preparar las adulaciones y presentado los cargos en mi contra y, de los que tendría que responder en mi primera declaración.
Llegue a casa del procurador en visita personal e informal, fuera de cualquier protocolo a eso de las cinco de la tarde, acompañando por mi hermano Luis y Rodrigo, al que no veía desde nuestra llegada a la ciudad.
D. Juan González, era un hombre afable, bajito y gordo, con cara de bonachón y amigo de unos íntimos amigos de mi padre. No me encajaba en el puesto que ocupaba, ya que lo que se esperaba de un procurador era un hombre terrible y malhumorado, según los cánones que teníamos preconcebidos, pero por fortuna, éste, al menos en apariencia, no lo era para nuestra tranquilidad.
- Señor, sentaos y permitirme poneros algún refrigerio. Ya sabéis por que estáis aquí. Ha sido designado para encargarme de este delicado asunto. Cuanta menos gente lo conozca mejor para todos. Aún no me he entrevistado con el Padre Jesús, por mucho que éste lo haya intentado, antes de hablar con él, quería conoceros personalmente, y conocer vuestra versión en una franca charla, sin entrar en el tema que nos ocupa directamente. Además, soy también militar y, en cierta forma, siento algo de envidia de todos lo que, como vos, cruzan con valor la mar Oceana en busca de nuevos territorios para nuestra. Pero, contadme, ¿Cómo os encontráis?
- Bien D. Juan estos días que pasé en Osuna, me han ayudado a recuperarme, que falta me hacía, y en cuanto a la juventud, créame Usted, allá he dejado la mayor parte de ella. Allí los años pasan cinco veces más rápidamente que aquí. Parece como si hubiese estado diez o quince años en vez de los dos que he pasado por esas benditas tierras de Dios , le contesté, en agradecimiento a su atención.
- Ahora que mencionas a Dios. ¿Creéis en su poder sobre todas las cosa? Me preguntó con mirada socarrona.
- En Dios y en María Santísima, todos los Santos, en el poder de la Iglesia, en el Santísimo Padre, en nuestro Señor Carlos V, emperador por la gracia de Dios, le respondí sin vacilar y con voz fuerte.
- Esas no son las noticias que tengo.
- Al final, Usted sabe D. Juan, que las noticias siempre terminan por ser comentarios de malas lenguas peor intencionadas. Para eso está aquí, para averiguar lo que ocurrió allí en realidad, sin dejarse llevar por rumores o falsas noticias.
- Si, pero no entremos en profundidades, que, para eso, ya tenderemos la ocasión en otro sitio más adecuado de momento, contestadme, ¿Cómo son aquellas tierras?
- No existen palabras para describir su belleza D. Juan, estando allí, se difuminan hasta la mínima duda que tengamos sobre la existencia de Dios. Existe D. Juan, existe y es grande y generoso con nosotros, al darnos todo para nuestro disfrute. Sus árboles, tan altos, verdes y gruesos, con una madera que jamás podríamos imaginar su existencia. Los multicolores flores que dan las necesarias anotas de colorido en un paisaje tan verde. Sus ríos de plata, no sé por que misterios sus incontables especies de aves y pájaros, que compiten en colorido y belleza con las flores, tanto, que cuesta trabajo distinguirlos cuando se ven de lejos…, y los indígenas, D. Juan. Los indígenas, tan hijos de dios como nosotros, cuidan todo aquello, integrados en la naturaleza, de tal forma, que sería difícil imaginar la existencia de una cosa sin la otra. Tienen sus creencias religiosas muy arraigadas ,como ya le contaré, pero, a su vez, con dóciles, dialogantes y voluntariosos trabajadores, y sobre todo D. Juan, es su bondad y infinita y desprendimiento, compartiendo con todos, todo aquello que poseen del modo más espontaneo. Permitidos que me atreva a pensar en voz alta, pero quizás está cansado del problema, me resulta difícil encontrar la adecuada respuesta a la duda que no deja atormentarme, por más que lo intento. ¿estará Dios de acuerdo con lo que allí hacemos? ¿estaremos actuando verdaderamente en su santo nombre o simplemente, en el nuestro?
- Profundos temas me planteáis, sobre todo el último de ellos. Creo que, en efecto hay que ver lo que allí pasa, para poder juzgar en consciencia. Pero no olvides que aquí está el Padre Jesús, con otra versión muy distinta de los hechos. La próxima llegada de D, Luis de Torres, aclarará o no aún más todo este tema. De momento y, vuelvo a insistir, en lo estrictamente personal, no creo que tengamos que llegar a condenarte. Espero no llegar a un acuerdo amistoso con la Iglesia y aquí paz para todos.
- Como espere conseguir un acuerdo con el Padre Jesús, mucho me temo que nos dará tiempo a envejecer antes de conseguirlo. Ya lo he intentado en multitud de ocasiones sin resultado alguno. Aquí está mi hermano para certificar su arrogancia y pedantería.
- Lo que sí quiero comentarle, comenzó a hablar mi hermano Luis, es con el enorme cariño que trataban a mi hermano en aquel poblado, tanto los indígenas como el resto de infantes. Creo que en el ánimo de mi hermano, nunca estuvo ofender a nadie, mucho menos a la Santa Iglesia. Lo único que intentaba era realizar lo mejor posible su trabajo. Hacerlo bajo su propio modo de ver y sin dejarse influir por nadie, incluyendo a la Iglesia, a quien el Padre Jesús representaba. Para realizar un buen trabajo D. Juan, es a veces necesario tomar decisiones contradictorias y bastas conflictivas, pero estará conmigo en que son problemas del mando y nada más. De ahí a querer demostrar lo que intenta el Padre Jesús, que no la Iglesia, es una verdadera calumnia contra mi hermano y toda mi familia.
Allí acabó la conversación. Tras despedirnos de D. Juan, nos dirigimos a casa mientras comentábamos la conversación con D. Juan.
- Me parece buena persona, ¿no crees?- le empecé a preguntar.
- Más que bueno…, zorro. No me fío nada de gente tan amable, más cuando tendría que estar serio y distante ante ambas partes. Me preocupa, no es normal tanta cortesía por parte de un Procurador General, con lo que son éstos…, que no me fío! Tendremos que tener cuidado con él, y tú, ten cuidado con lo que hablas, porque dices unas cosas que como las oiga alguno de estos sacerdotes del Santo Tribunal te veo consumido en una de sus hogueras.
- No sea gafe, hermano, que no será para tanto. ¡vamos digo yo! Además a este lo podremos bailar un poco ¿no te parece sobornable?
- ¡Sobornarlo! Tu estas loco hermano: d. Juan, es uno de los hombres más ricos de Andalucía, trabaja en esto para purgar todos sus pecados.
- Los años posteriores a la muerte de Doña Isabel, D. Juan heredó toda la fortuna de esta que, junto a la suya, se hizo rico. Así que de sobornos, te olvidas, será mejor, en todo caso, llegar a un compromiso moral, utilizando a nuestro favor, su recién concedido título de Linaje. Tú déjamelo a mí, que a éste lo “cuadro” yo, hermano. Terminó casi gritándome, a la vez que me invitaba a entrar en una bodega y tomar unos vinos.
Cuando llegamos a casa, me esperaba la grata sorpresa que durante tanto tiempo había estado esperando, allí estaban mis padres, mi madre, abrazada a mi, no dejaba de llorar ni un solo instante, mi padre gesticulaba con las manos, intentando darme el abrazo que, a causa de mi madre no podía darme. Cuando por fin me soltó ya mi padre no se atrevió nada más que a darme un beso en la mejilla, para a continuación, sentarnos alrededor de una buena mesa y comenzar el diálogo.
- Hijo, comenzó a decirme, en cuanto tu santa madre se retire a descansar, hablaremos de todo lo que nos ocurre, pero, antes de nada, quiero decirte que pase lo que pase, no voy a permitir la mínima injusticia contigo. De igual modo que no consentiré que se reconozca tu labor realizada en esas tierras y sea justamente recompensada, pero ahora, cuéntame lo sucedido entre ese Padre Jesús y tu.
- No te preocupes padre, de tu incondicional apoyo es de lo único que estoy seguro.
- Padre, empezó a hablar mi hermano Luis, cortando mi conversación, hoy hemos estado hablando con Don Juan, el Procurador General. Mi hermano se fía de él y dice que parece buena persona, pero yo me pondría en guardia. ¿tu que opinas?
- Mirad, ese hombre es ambicioso, y aunque no lo parezca, con muchas “trampas” a sus espaldas y ¿quién no las tiene? No creo que sean negativo tenerlo de nuestra parte, aunque tampoco nos beneficiará, ya que en el fondo, odia a las familias como la nuestra, por mucho que intente demostrar lo contrario. No lo conozco demasiado, pero remesaré a indagar sobre él, no os preocupéis.
- Bueno, yo me retiro a descansar para que podáis seguir hablando para que podáis seguir hablando con más tranquilidad, dijo mi madre, mientras se levantaba del butacón.
- Hijo, comenzó a hablar de nuevo mi padre, ahora cuéntame todo lo sucedido, hasta el más insignificante detalle, porque cualquiera de ellos, puede ser muy bien empleado en tu contra.
A continuación comencé a relatar todo lo acontecido, intentando no olvidar nada excepto lo de Musí, que para mi desgracia o fortuna, iba a ser mi único secreto, ya que esto podría significar ni más grave delito.
Me acosté en la misma habitación de mi hermano, con la intención de continuar charlando del tema, pero fue inútil, el poco tiempo estábamos dormidos, Más temprano de lo normal, entró mi madre poniéndolo todo “patas arriba” a la vez que nos mandaba a lavar antes del desayuno como si fuésemos todavía unos chiquillos. Cuando mi padre se incorporó, ya habíamos desayunado y vestidos. Como era domingo, fuimos todos juntos a la Misa. ¡Que bonito! Esos Alcázares, en los que se apiñan los naranjos, inundando sus patios de azahar, en duro combate con el olor a incienso que sale por la puerta de la catedral.
Allí estuvimos un buen rato saludando a la enorme cantidad de conocidos que se acercaban a mi padre. Una vez en el interior, aguantamos estoicamente las casi tres horas que duró el acto. Yo estuve tenso ante la posibilidad de encontrarme con el Padre Jesús, aunque, al salir, y no verlo por allí, pensé en lo idiota que había sido. ¿Cómo y con que derecho, podría haber estado allí? ¿Un simple fraile en medio de tanta nobleza? Él, lo más seguro, estaría rezando en su convento y pensando en que inventar para hacerme más daño.
Tal como pasaban los días, me sentía más y más seguro de mi triunfo sobre el Padre Jesús. Mi logro más importante sería conseguir que no se llegara a celebrar el juicio, pero eso era difícil. También me llamaba la atención, como si padre cobrada poco a poco más protagonismo en el asunto. Cada vez se reunía con gente más influyente. Consiguió averiguar donde y cuándo sería el primer interrogatorio y quienes sería los testigos por parte de la iglesia. Era tarea complicada y había que tener paciencia par empezar a ver resultados positivos, de eso, yo era el primero en ser consciente. Pero ¿Quién tiene paciencia? Cuando de un juicio de la Inquisición se trata?..., no lo sé, yo desde luego, cada vez estaba más nervioso.
Esa misma tarde llegó mi padre con la noticia de la fecha para mi primer interrogatorio. Sería la siguiente semana y lo presidiría D. Juan, para nuestra satisfacción, ya que nos habían, llegado rumores de que cambiarían de Procurador General. Lo que no logró averiguar, por ningún medio, fue la naturaleza de los cargos, pero eso era de suponer, y además ya conocíamos por donde vendrían las acusaciones como me adelanto D. Luis de Torres antes de salir del poblado. Así púes no quedaba más remedio que esperar.
Los días previos al interrogatorio, los pasamos intentando olvidarnos del mismo, organizando las tertulias que tanto nos gustaban a todos en mi casa, a las que asistía bastante gente principal, terminando siempre, inevitablemente, con el monográfico de mi tema. Todo esto me preocupaba al pensar que todo esto esto terminara convirtiéndome en la comidilla de todo Sevilla y centro de cuantas tertulias se celebraban en ella. Por lo único que me preocupaba esta posibilidad, era por la influencia negativa que para mi asunto podría traer una deformación de los hechos, como suele ocurrir en estos casos.
Otra cosa que me preocupaba, era que en el primer interrogatorio no pudiese estar presente D. Luis de Torres, al no haber todavía ninguna noticia sobre su llegada. La suya podría ser una opinión muy a tener en cuenta por el Santo Tribunal, por la visión objetiva que aportaría sobre los hechos. Si el no lograba llegar, el interrogatorio se basaría solo en las acusaciones del Padre Jesús.
Quien estaba cada vez más centrado era Rodrigo. Poco a poco empezaba a recuperarse de sus locuras guerreras, insomnios y nervios. Comenzaba a entrar en conversaciones de todo tipo, y no solo sobre temas militares, aunque esto le siguiera perdiendo. Si salía el tema militar en la reunión donde estuviese presente Rodrigo, la suerte estaba echada, el resto de la conversación sería, sin posibilidad alguna de evitarlo, sobre este tema. Sin embargo el seguía siendo mi más fiel aliado. Continuaba comportándose a veces, como si estuviéramos en el poblados. Incluso siendo, como era, de un altísimo linaje, igual o superior a mío, siempre me considero su superior. Nunca se lo pude pagar.
Poco a poco y a fuerza de escuchar, fui introduciéndome en los sistemas utilizados por el Santo Tribunal. De ese modo, me enteré por ejemplo de la existencia de los “familiares”, encargados de espiar al acusado y sonsacar de la calle todo lo que pudiese comprometer al mismo. Por lo general, había que tener mucho cuidado con ello, ya que declaraban cualquier cosa por unas monedas, teniendo para colmo, bastante valor para el Santo Tribunal todas sus declaraciones. Esto en mi caso, sería de bastante utilidad, ya que dinero es lo único que sobraba en mi familia.
De igual importancia sería tener de nuestra parte a la Suprema, encargada del buen que hacer del Inquisidor. Era en fin capaz de rebatir las conclusiones del tribunal. Tendría que ser la mayor baza con la que contar, al pertenecer varios consejeros de la Suprema a una a familia muy allegada a la mía, que ya se había puesto a nuestra entera disposición para lo que nos hiciera falta. Mi padre dejó esta posibilidad para cuando fuese necesario realmente y no agotar todos los recursos desde el principio.
Estos dos consejeros habían estado anteriormente en las indias, de donde volvieron cargados de oro, plata, honores, tierras y títulos, se dedicaron única y exclusivamente a la labor de conquista. Dejando al margen sus opciones morales en los temas religiosos, dejándolos en manos de los clérigos. Uno de ellos era D. Fernando de Toledo, primo de mi padre, gran luchador, aunque bastante mayor. A este lo conocía, ya que solía venir a casa cuando mi hermano Luis y yo éramos todavía pequeños. Solía subirnos a la grupa de los caballos y coger con fuerzas las riendas, pasaba horas contándonos aventuras. Mientras paseábamos. El otro era un tal Francisco de Galvez, pariente lejano de mi madre, del que nada recuerdo, únicamente las referencias que de el tengo por parte de la familia.
El verdadero problema sería el Inquisidor. Por lo general provenía de la baja nobleza, no ganando mucho más de setenta mil maravedíes, y por horas eran bastante ambición. Muy amigos del noble metal, solían, creyéndose por encima de muchos nobles con más rango que ellos, con los consiguientes problemas que esto solía acarrear.
Si el inquisidor se avenía a negociar, estaría todo resuelto, pero, si por el contrario resultaba ser un “duro”, tendríamos serios problemas, entonces recurrir a todos los medios de los que pudiésemos disponer. De momento, un buen amigo de mi padre, muy cercano al Inquisidor, ya se había comprometido para hacernos llegar las primeras impresión del Inquisidor, una vez realizado el primer interrogatorio.
Por fin, llegó el día del interrogatorio. Este se celebraría en una de las criptas de una de las nuevas Parroquias sevillamas para evitar en lo posible su difusión. Fue inútil, mucho antes de llegar a la puerta se anotaba la gente, las vidas de noticias morbo. Al entrar en la cripta, observé la detallada y cuidada disposición de cada uno de los hombres allí presentes. Al frente sentado en un grandioso sillón, se encontraba el Inquisidor, a su lado, uno de los escribanos que, en esta ocasión y dado el secreto que oficialmente debería acoger a mi declaración, era un Notario de Secreto. Allí también estaba D. Juan González, en su cargo de Procurador General Fiscal, un consultor y dos calificadores. Todo este complejo desplegué, para intentar averiguar y resolver el caso lo más abreviadamente posible.
Conmigo, además de mi padre, estaban mi hermano Luis, Rodrigo y mi tío Fernando Ostia, que como recuerdo, pertenecía a la Suprema. Este último gracias a que no era muy conocido por Sevilla, pudo asistir al interrogatorio de riguroso incógnito. Al sentarse caí en la cuenta de que no se hallaba presente el Padre Jesús, lo que me inquietó aún más, hasta que mi padre me pudo explicar que el acusador, no solía asistir. Cuando estuvimos todos sentados y dispuestos, pidió la palabra en primer lugar el Procurador, que comenzó a decir:
- Se acusa al reo de los siguientes cargos, por orden de importancia: nombrar capellán a un simple soldado, sin autorización de la Iglesia, expulsar al Padre Jesús, impidiendo con ello la Cristianización de los indígenas, permitir que los hombres fórmicaran con las indígenas sin convertir y fuera del Santo Matrimonio y negar el Poder de Dios, como creador de todas las cosas. Y ahora, responded ¿Qué tenéis que decir de esto a vuestro favor? me preguntó con aire acezante.
- Primero debo dejar claro que el Padre Jesús, los franciscanos y los dominicos, no fueron expulsados por mí, sino que se marcharon por voluntad propia, como demostraré llegado el momento. Aclarado esto, puedo explicar a continuación porque me vi obligado a nombrar capellán a un tal Juan López, creo que así se llamaba, o no sé si…, si su nombre era ese Juan López. Sepa vuestra merced, que había sido seminarista, y no lo nombre nada, solo le pedí que hiciera lo que pudiera por las almas de los infantes que allí estaban, ya que por la inadmisible soberbia del Padre Jesús, y bajo amenazas, todos los clérigos se marcharon con dejando sin atención las almas de nuestros hombres. Entre nosotros veo a gente que ha estado en las indias y saben como yo. cuánta falta hace la compañía religiosa en ciertos momentos en los que nos encontramos al borde de la muerte. Este fue el motivo que me animó a realizar dicha petición a dicho infante. Cuando alguien agonizaba, allí estaba a su lado el tal Juan López, solo hacía lo que podía para reconfortar su alma en el justo momento de encontrase con Dios. Desde aquí acuso públicamente al Padre Jesús de abandonar la custodia de las almas de mis hombres por un simple enfrentamiento personal, no soportar que, tanto mis hombres como los indígenas, me apoyaran de modo incondicional y de poner en dudas mis decisiones. Lo que no logro entender, con todos mis respetos, es que hago yo aquí, lejos de las Indias donde hay mucho por hacer, por culpa de las maniobras del Padre Jesús, todas inciertas e infundadas. Respondí.
- ¿Y eso es suficiente como para impedir que los clérigos cumplan con la sagrada misión de cristianización de los indígenas?
- En ningún momento he impedido tal cosa, lo que ocurre, es que hay pueblos y pueblos. Hay pueblos que son más dóciles que otros. Los que son fácil de cristianizar por la falta de dioses y creencias que poseen. Pero sin embargo, otros, que, por su dignidad como pueblo, dioses, creencias, costumbres, resultan mucho más difícil cristianizar. Con pueblos como estos hay que tener una mayor paciencia, intentar convertirlos poco a poco, porque de lo contrario, tendríamos que exterminarlo, como estuvimos a punto de hacer en varias ocasiones, por culpa de la intransigencia del Padre Jesús. En ningún momento me interpuse en su labor, solo recomendaba paciencia con los indígenas. Este pueblo, por extraño que parezca, es lo bastante inteligente como para dialogar y poder cristianizar poco a poco con su convencimiento, sin necesidad de métodos inhumanos, como los que intentaba poner en práctica el Padre Jesús. El nunca supo interpretar este comportamiento, cegado pos su egoísmo. Siempre buscaba extrañas y malignas influencias diabólicas para justificar sus acciones.
- Por último, ¿permitió las relaciones de nuestros hombres con los indígenas?
- Yo no permito ni dejo de permitir nada, no soy Dios para estar en todo lugar y con todos al mismo tiempo. ¿Cómo se entera Usted Si un hombre se pierde en la espesa vegentación con una indígena? Si han ocurrido cosas de este tipo, yo desde luego, nunca llegue a enterarme, y es más le diría, y eso sí lo vi, que fueron varios franciscanos los únicos sorprendidos “in fraganti durmiendo” con indígenas, y para certificarlo, pregunte vuestra merced a cualquiera de los testigos que me acompañaron y se encuentran en esta sala. Al mismo Padre Jesús fue testigo de ello, pregunte porque no ha interpuesto acusación alguna contra ellos y si contra mis infantes. ¿Puedo acusar yo al Padre Jesús por ello? No, ni puedo hacer responsable al Padre Jesús de los pecados de otras personas, por muy clérigos que éstos sean y eso mismo fue lo que me ocurrió a mi con mis hombres. ¿De que puede acusarme, por tanto, el Padre Jesús?
- Las acusaciones que acaba de realizar, en efecto, son tan graves como para abrir otro proceso contra el Padre Jesús.
- Soy consciente de ello, pero quiero que quede clara que fue la actuación del responsable religioso con su extremo fanatismo, mucho más allá de lo razonable, cuando se ocasionaron los graves problemas de seguridad, integración y sumisión de los indígenas. La situación llegó al punto de tener que intervenir con mis infantes en varias ocasiones para defender la vida del Padre Jesús, ya que había exaltado tanto el ánimo de los indígenas que, llegaron a estar dispuestos a acabar con su vida, cosa que no lograron, gracias nuestra rápida interveción.
-Bien, poor ahora, dejemos pues, que tanto consultores como calificadores, trabajen y no se demoren mucho en redactar sus conclusiones para no dilatar en demasía este juicio. Doy por terminado en este momento el presente interrogatorio.
Al terminar nos fuimos directamente a casa, donde mi tío empezó a relatar como se desarrollaban normalmente estos procesos. Como sabes, tú deberías estar ahora preso sustentando por ti mismo. Serias interrogado bajo tortura y, en caso de resultar libre de acusaciones, jurarías no delatar nunca ni los medios empleados en el interrogatorio, ni donde tuvo lugar. Así pues en principio, de buena te has librado, pero ahora eso no importa, creo que todo se desarrollará mucho mejor de lo que ninguno de nosotros podamos imaginar, y sobre todo, por tu, hasta ahora, elocuencia muy convincente, que no pienso que el juicio llegue mucho más allá. Además fue formidable la acusación al Padre Jesús. Queda claro que si te juzgan por ese delito, tendrán que juzgarlo también a él.
Y con respecto al resto, habría que discutir mucho y no creo que estén por la labor. En fin, tendremos que esperar el informe de los calificadores, para ver que deciden. Mañana iré a hablar con el Procurador General y veremos que cuenta.
Poca a poco, la luz iba transformando mágicamente la ciudad, cambiando sus brillantes reflejos encalados por el azul opaco de la tarde, y transformaba los colores de coleos, jazmines, azucenas, claveles, rosas; las macetas con hierbabuena, perejil y pimientillos, impregnaban cada hueco de las estrechas calles de la Santa Cruz.
Paseaba con mi hermano, buscando por las bodegas algunas amistades con quienes compartir risas y vinos, pero aquella noche parecía haberse retirado pronto a descansar Sevilla entera, ¡hasta la Giralda! Daba la sensación de querer ocultarse en la noche. En vista de todo aquello, nos retiramos también nosotros, para no ser menos y respetar el sereno ocaso de aquel día sevillano.
Cuando mi tío volvió de hablar con el procurador fiscal. No pudo contarnos gran cosa, ya que este se había negado rotundamente a conversar sobre lo ocurrido en el interrogatorio, aunque, eso sí, le tranquilizó, al decir que, no veía ningún cargo grave que imputarme, salvo que el Padre Jesús, apoyada por los franciscanos, hiciese hincapié en cualquiera de los cargos, en cuyo casi se podría alargar el proceso. Si embargo él no creía que fuese el caso y recomendaba que mi padre hiciese uso de sus influencias y consiguiera una entrevista con el prior de la Orden e intentar llegar a un acuerdo. Después del interrogatorio, y más si él recomendaba abrir investigaciones contra el Padre Jesús, basado en mis acusaciones, tendría fácil libre el camino para la posible solución al problema. El prior de la orden se encontraba en Granada y, sería allí donde se debería arreglar el asunto.
Mi padre no lo dudó: de inmediato consiguió el correspondiente permiso del Santo Tribunal para trasladarnos a Granada, aduciendo problemas de salud, el que resultaron muy buenas para la recuperación, ciertas aguas que empezaban a tomar nombre por sus cualidades curativas. Mi hermano Luis quedó en Sevilla con mi tío, pendientes de cualquier problema que pudiese surgir durante nuestra estancia en tierras de Granada.
Del verdadero motivo del viaje, del que tan sólo éramos conocedores, el Procurador General y nosotros en el intento de que no llegara a oídos del padre Jesús y pudiera poner en “antecedentes” al prior de la orden, antes de nuestra llegada.
De noche, casi de madrugada, cuando empieza a caer sobre Sevilla el rocío del alba, a acaballo y escoltado por algunos hombre, partimos hacia Osuna, nuestra primera parada camino de Granada.

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