lunes, 20 de abril de 2009

IV EL PUEBLO


IV EL PUEBLO

Avanzar cómodamente a caballo, levantó la moral a todos nos debe sensación de seguridad, fuerza y dominio de la situación. Lo que no nos quitaba, era el sofocante calor y la terrible humedad. Al cabo de un buen rato, por fin dimos con la continuación del río. Esto me despistó: creí que el poblado indígena, estaría al borde del lago, pero, al no encontrarlo, continuaríamos buscando río arriba, mientras su margen nos permitiera seguir con los caballos. Por allí anduvimos buscando y contemplando el cada vez, más impresionante paisaje, durante toda la jornada; pasamos la noche al descubierto y al alba, renaudamos la marcha.
En un descanso junto al río y mientras comíamos, fuimos violentamente atacados desde las copas cercanas de los árboles. En un primer momento fuimos sorprendidos por su número y fiereza, retrocedimos hasta salir de su alcance, reorganizando y preparando el ataque. Al llegar de nuevo a la zona, ya no quedaba ni rastro de los indígenas, lo único que pudimos hacer fue recoger los cuerpos sin vida de los hombres abatidos por las flechas de los indígenas y darles cristiana sepultura acto que fue oficiado por el padre Jesús.
Este ataque nos desconcertó, a la vez que podría ser señal de la proximidad del poblado que andábamos buscando. En prevención de nuevos ataques, destaqué a unos quince hombres por delante de nosotros, a una distancia de doscientos o trescientos metros, para que actuaran como cebos. Esta distancia era la justa para que no viesen llegar al grueso de la expedición, pero cercana, para llegar rápidamente en su ayuda.
Poco después de adelantarse, regresó uno corriendo, para avisarnos que de entre unos árboles, salía una columna de humo; llegamos de inmediato. Comprendí que estos indígenas, eran valientes, aunque muy inocentes – militarmente hablando- ya que tomaban todas las medidas que suponen un ataque y ninguna para su defensa.
Las opciones eran fáciles: atacábamos o intentábamos entablar dialogo con ellos. Pensamos que, con la demostraciones de fuerza que les habíamos ofrecido, lo mejor sería intentar dialogar con ellos.
Envié el campamento por el resto de los hombres, quienes llegaron de inmediato. El poblado estaba situado a mayor distancia de la que en un principio creíamos. El río giraba unas pocas millas adelante, y el humo que creíamos tan cercano, resultó estar mucho más lejos. No importó, continuamos avanzando de forma sigilosa hasta estar lo bastante cerca del poblado como para preparar el ataque.
Entramos diez hombre a caballo, con la armadura puesta tanto jinetes como caballos. Los indígenas, al vernos, no salían de su asombro, estaban inmovilizados, como si estuvieran presenciando un espejismo. De repente, un grupo de ellos intentó atacarnos, en ese mismo instante, fueron abatidos por una salva de los arcabuceros, que nos seguían, rodeando todo el poblado.
Aquello provocó la desbandada general de los indígenas. Nunca habían visto ni oído nada igual, algunos se escondieron en sus chozas, mientras que otros intentaban huir hacia el bosque, encontrando la muerte en él, a manos de alguno de los hombres allí apostados. Has que todo aquello se tranquilizó, transcurrieron unos minutos interminables al cabo de los cuales se podía ver un espectáculo desolador: una vez que conseguidos agrupar los cadáveres, contamos cincuenta, entre los que había mujeres y niños. ¡horrible!. Los infelices indígenas, quedaron apaciguados de momento, ante aquel desastre.
En cuanto pudimos poner un poco de orden y “garantizar” la seguridad y comunicación con los indígenas, pudimos dedicarnos un poco al estudio de las costumbres de estas gentes. El poblado resultó ser mucho más grande de lo que imaginamos, estaba extrañamente distribuido. Contaba con grandes patios, rodeados por unas techumbres construidas con hojas frescas que diariamente ponían sobre las secas, en cada círculo de estos, vivían seis o siete familias, repartiéndose el trabajo entre todas ellas, por igual. Todo el poblado estaba regido por un consejo de ancianos, que se encargaba de todo lo referente a la organización del poblado, en los aspectos económicos, sociales, jurídicos, cualquier problema del tipo que fuese se resolvía dentro del consejo, con la presencia de todos los indígenas que querían estar presentes y opinar, aunque la decisión final era solamente responsabilidad del consejo.
Otra faceta muy curiosa es el cuidado que tenían con la naturaleza: intentaban integrarse, como un elemento más de ella. Tenían mucho cuidado en no dañar nada de lo que les rodeaba, creían que tanto ellos como el resto de la naturaleza, formaban un solo ser, dependiendo muy directamente unos de otros. De igual modo, la caza y la pesca eran ritos casi sagrados, no cazando ni pescando nunca, más de lo que necesitaban para sobrevivir. La carne la cocían muy poco y el pescado, por lo general, lo comían crudo, o salado, cuando tenían que salir del poblado durante un periodo largo del tiempo.
Lo que más poderosamente llamó mi atención fueron sus pinturas en el cuerpo: eran distintas según cada situación. Siempre respetaban una orden en sus formas, como muestra de la jerarquía familiar. Los más jóvenes, tenían una sola franja de color que cruzaba el abdomen, desde hombro derecho hasta el muslo izquierdo; los padres de estos, llevaban pintadas dos franjas en el mismo sitio y los abuelos tres, mientras que los componentes del consejo, se pintaban otra más gruesa desde hombro izquierdo, hasta el muslo derecho, cruzándose las otras tres.
Las mujeres respetaban la misma jerarquía, la única diferencia consistía en la posición de estas franjas; mientras los hombre las llevaban cruzando el abdomen, en las mujeres se disponían verticalmente y el no poder pertenecer las mujeres al consejo, ninguna llevaba la raya trazada al contrario de las otras.
El que no pudiesen pertenecer al consejo, no significaba que no pudieran opinar en él, al contrario, su opinión era la más respetada, porque, el desarrollar la mayor parte del trabajo en el poblado, eran quienes más directamente padecían los problemas; sus opiniones por tanto eran muy útiles para el consejo.
Ellas eran las encaradas de la alimentación y educación de los niños. De mantener los techos de las chozas con hojas frescas, pescar, y lo más curioso, se dedicaban magistralmente a la talla de la madera, una vez talladas, las decoraban con vivos colores que obtenían mediante la mezcla de unas piedras trituradas, que traían de no se donde, y que con el agua que se convertía en una pasta bastante viscosas. Una vez pintadas, las metían en unos hornos, de los que salían con un colorido muy brillante, resultado de la cocción. Hecho este interesante pues no imaginábamos donde había aprendido esa técnica de cocción en hornos.
Los hombres se dedicaban a la caza y de la defensa del poblado. El primer problema que tuvimos con ellos fue, como no en el campo Religioso. Ellos creían en la existencia de un solo Dios, creador de toda la naturaleza y de ellos como cuidadores de esta. Esto chocaba de forma frontal con la religión Católica, que predica todo lo contrario, pero sobre este tema, más adelante narraré los escabrosos acontecimientos que sucedieron.
De sus planteamientos militares y armas, mejor no comentar nada, al ser estos primitivos, básicos e inocentes… ¡ah!, y todo esto, contando con que según ellos, eran uno de los poblados más respetados de la zona. De hecho tendría que serlo, por la magnitud del pueblo y su grado de organización social, que indicaba de forma clara, que estaban allí establecidos desde hace mucho tiempo. ¡si estos eran los más fieros, habría que ver a los demás!.
Una vez enterrados los muertos, según sus costumbres, le pedimos al jefe del consejo que, desde ese momento, estuviesen a nuestra disposición, fuesen obedientes y no intentaran atacarnos obra vez, que éramos – o queríamos ser- sus amigos, ayudando en su desarrollo. Respondiendo con muestras de sumisión, forzada por la realidad patente de nuestra superioridad. Ordené ir por el resto del campamento, que aún estaba en el lago, partieron cinco hombres a caballo, mientras regresaban, me dediqué a buscar algún lugar donde instalar el nuevo campamento.
A unos cincuenta metros del poblado, encontré junto al río una explanada que se adecuaba bastante a nuestras necesidades, estaríamos junto al poblado, pero a una prudencial distancia como para dejarlos tranquilos con sus costumbres, por ahora. la otra gran ventaja que ofrecía, era su proximidad al río, permitiéndonos una rápida salida.
El padre Jesús pronto empezó a quedar cristianizar a los indígenas, con los roces, que esto conllevó. Me reuní con él y le recomendé tener paciencia en este tema, por las complicaciones que no podían acarrear, ya tendría tiempo para cristianizar. No creía oportuno forzar la situación con los indignes, después de la entrada que tuvimos. Sería mejor dejarlos durante una temporada y, cuando hubiesen cogido confianza con nosotros, empezar a trabajar con ellos. El padre Jesús aceptó no de muy buena gana.
A medida que transcurría el tiempo, los indígenas se habrían más. Poco a poco iban tomando la confianza necesaria para empezar a conocernos, cada vez no entendían mejor, su facilidad para aprender el castellano, contrataba con las dificultades que teníamos para construir una sola frase en su lengua. Como con el idioma, ocurría con casi todo: eran capaces de asimilar cualquier cosa rápidamente, lo que nos facilitaba bastante las cosas.
Cuando empecé a notar que ganábamos su confianza, propuse al Consejo empezar a entrelazar nuestro pueblos, a lo que accedieron sin poner objeción alguna. Como primer paso, acordados que un oficial nuestro, formara parte permanente del consejo, y a cambio, que el Jefe indígena, podría asistir a nuestras reuniones, y así empezar a construir cosas en común. En la primera a la que asistieron, fue en la que decidimos empezar la construcción de las cabañas de madera para nosotros, ya que estábamos cansados de vivir en las tiendas. Y ese fue el primer problema.
Para construir las casas, necesitábamos madera y para conseguirla árboles. Teníamos que cortar árboles y eso era totalmente contrario a sus creencias. Ellos sólo podían cortar pequeñas ramas, para la confección de las imágenes, pero, casualmente, descubrimos que su responsabilidad con la naturaleza terminaba justo en su margen del río, por lo que si cortábamos árboles del otro lado, no infringíamos sus leyes. De esa forma pudimos resolver el problema y sernos con la madera suficiente para la construcción de nuestras nuevas viviendas, aunque, con un poco más de esfuerzo del previsto.
La mía era la más grande, en la que, aparte de mis aposentos – construidos en la parte superior- había una sala de juntas, otra más grande para las recepciones y otras para los oficiales, de esa forma, lo tendría todo a mano. Las casas de los oficiales eran de cuatro habitaciones individuales, con un salón común; mientras que la tropa habitaba en casas con dos ambientes, uno para el dormitorio común y otro para comedor.
Las casas estaban construidas sobre soportes de madera, elevando aproximadamente en medio metro el nivel del suelo, con lo que lograríamos aislarnos un poco de la humedad. A medida que íbamos habitando las cabañas, el interés por ellas era cada vez mayor entre los indígenas. Les propusimos construir una los suficientemente grande cómo para acoger al consejo, idea esta jubilosamente recibida por su parte.
Una vez terminada la casa del consejo, fuimos invitados a participar en la primera reunión que allí celebraban, y la verdad, fue muy interesante comprobar lo distintos que eran los cánones con los que medían las cosas. Cánones que intentábamos respetar, por distintos que fueran, pero que terminaron por enrarecer las reuniones, tanto que opté por aconsejar al Padre Jesús, no asistir al consejo y evita de esa forma males mayores.
Los Padres querían integrarlos religiosamente de una forma rápida y a toda costa, poniendo inconvenientes a todas las decisiones y juicios del consejo. No permitían bajo ningún concepto, la negación de la existencia de nuestro Señor Jesucristo, como creador de todas las cosas. Mientras yo intentaba que esta integración fuese lo menos problemática posible.
Este problema era cada vez mayor: los franciscanos se veían cada vez con menos “poder” dentro de la organización del poblado y esto les irritaba cada vez más, hasta el punto de amenazar con la excomunión y eso que asistíamos estoicamente a todas las misas, aguantando todas sus disertaciones y charlas, cada vez más corrosivas.
Para apaciguar un poco la tensión existente, les autoricé la construcción de una Iglesia, parecían estar construyendo una Catedral, y nada de madera, nos hicieron ir por piedras, hasta cerca del lago utilizando las barcazas. Lo daba todo por bueno con tal que se entretuvieran con algo y nos dejaran trabajar tranquilos.
¡Ingenuo de mí!, aquello no fue sino el comienzo de los verdaderos problemas: terminada la Iglesia –claro está- había que llenarlas, y ese era la cuestión, quería llenarla a fuerza de amenazas y otras “historias” extrañas. De esa forma era imposible.
Al poblado le faltaba de todo, terminadas las casas, empezamos con las infraestructura, construyendo en primer lugar la canalización del desagüe, mediante unos canales que, saliendo de cada cabaña, llegaba al cauce del río a través de canales el suelo. Un embalse en el centro del poblado, que comunicado con el río, mediante dos canales, lo suficientemente amplios como para garantizar la continúa regeneración del agua embalsada, servía para tener cerca el agua y ahorrar los continuos desplazamientos al río.
Otra gran obra fue la construcción de una empalizada que rodeaba todo el poblado, en prevención de posible ataque de otras tribus indígenas enemigas, cosa poco probable pero conseguimos estar más tranquilo. Al final de todo este frenético ajetreo, nos encontramos con dos poblados. Totalmente definidos, por un lado el español limpio, organizado y “moderno”, por otra parte el de los indígenas, que continuaban con su estructura original. Intentábamos de esa forma que poco a poco fuesen acogiendo aquellas “novedades” que pensaran que les serían útiles, pero pasaba el tiempo sin que “acogiesen” ninguna pronto, sabríamos por que.
Una mañana me despertaron con urgencia por el cauce del río, bajaban cuerpos sin vida de indígenas; esos cuerpos estaban atravesados por fechas totalmente diferentes a todas las vistas hasta ahora. Pregunte a los ancianos si reconocían aquellas fechas, contestándome con una negativa. Tendrían que ser indudablemente, de algún poblado situado río arriba, bastante más arriba, porque los ancianos, tampoco lograron identificar a qué tribu podrían pertenecer. A mi, ya me había intrigado lo suficiente como para pensar en la organización de una expedición, que intentar localizar dicho pueblo.
Mientras tanto, la época de las lluvias había comenzado con una intensidad inusitadas; el agua volvió a inundarlo todo. Menos mal que construimos las casas tomando la necesaria precaución de elevarlas del suelo, que si no, habríamos salido todos nadando río abajo. Las canalizaciones pronto se vieron desbordadas, por la torrencial afluencia de agua, demostrando con ello su ineficaz resultado con este tipo de lluvia.
Así comprendí el por que de la construcciones indígenas, ellos construían sus chozas circulares rodeando un patio central y a su vez, todo el conjunto lo elevaban levemente del suelo, el resultado era fantástico el agua resbalaba bordeando el conjunto circular, recorriendo sin problemas los canales naturales que quedaban entre choza y choza de esa forma, era prácticamente imposible que se anegasen. Para nuestra desgracia, cuando todo esa agua terminaba de recorrer el poblado indígena, se precipitaba sobre el nuestro, complicando aún más nuestra situación; el agua pasaba bajo nuestras casas, con tal fuerza, que llegamos a temer por su estabilidad.
Aquello suponía un desastre para nosotros, nos mantenía inmóviles en nuestras cabañas, y lo peor estaba por llegar. al cabo del tiempo de llover sin parar, empezó a pudrirse la madera del techo, goteras, humedades… ¡otra vez con el agua por todos lados!. Mientras tanto, los indígenas, secos en sus chozas, cubiertas con las hojas frescas entrelazadas.
Lo primero que hicimos cuando pudimos, fue imitar en lo posible sus construcciones, trasladando nuestras casas a lugares más elevados, construyéndolas de forma que permitieran desalojar el agua fácilmente, y por supuesto, los techos con los mismos materiales que los indios, siguiendo sus instrucciones.
Como resultado, un poblado de la más extravagante, tenía un poco de todo y, por supuesto, los sacerdotes, también se vieron obligados a construir una iglesia más “natural”, ayudados de los sabios consejos de los constructores indígenas.
La gran lección aprendida de los indios, era que no nos podíamos enfrenar con la naturaleza de forma tan directa, sino que teníamos que intentar fundirnos con ella, utilizando sus recursos, que para eso estaban allí. Pensaba si –quizás- no terminaríamos todos paseándonos desnudos por allí, siguiendo las enseñanzas indígenas. Tan solo el tiempo no lo diría.

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