jueves, 30 de abril de 2009

XII LA ALHAMBRA. EL RENIO DE LA LUZ


XII LA ALHAMBRA. EL RENIO DE LA LUZ

Alcalá de Guadaíra, El Arahal y la Puebla, hasta llegar por fin a Osuna después de un cansado viaje. En principio, teníamos previsto continuar viaje al día siguiente, para llegar esa misma jornada a Loja, pero por la mañana, al ir a visitar al comendador, éste logró convencer a mi padre para quedarnos unos días más y participar de ese modo en las fiestas. Por mucho qué intentó eludirlo, no tuvo otro remedio que terminar aceptando, ya que no estaba por esas tierras desde hacía mucho tiempo, y al mismo tiempo comentar el problema, que cuantas más personas a favor, mejor.
Para mí fue fantástico. Tuve tiempo para relajarme y olvidar durante algunos días la Inquisición, al Padre Jesús y todo los problemas que me reodeaban. De igual modo, pude fijarme en la hija mayor del Comendador, de tal belleza que hacia que dejara de recordar a mi inolvidable Mussi, a quien tenía que terminar apartando de mi mente, si quería ilusionarme con alguna otra mujer. Así pues me dediqué a cortejar a María Luisa, que es como se llamaba, animado por la sensación de ser correspondido por ella. Esa misma tarde me atreví a acompáñala a la procesión que, en honor de la Patrona, se celebraba en el Pueblo. Como era lógico, estuvimos acompañados por varias damas de compañía e intercambiar frases tan ridículas como cursis, pero fue suficiente el cruce de nuestras miradas para comprender que aquello iba por buen camino.
Allí quedó María Luisa apenada y con la miel en los labios, mientras observaba como me marchaba con la promesa de regresar por ella en cuanto resolviera el asunto que me llevaba a Granada. Esperaba que quedara solucionado lo más rápido posible.
Continuamos el camino soportando el sofocante calor. Hicimos primera parada en la Roda, donde dimos de beber a los caballos.Continuamos hasta llegar a Archidona, donde convencidos de no llegar a Loja esa misma jornada, decidimos aceptar la invitación para pasar allí la noche, en casa de otro de los múltiples amigos que tenía por estar tierras mi padre. Por fortuna, esta vez no había hija en edad casadera y pudimos continuar con el viaje al amanece y llegar a Loja a eso del mediodía, sin más complicación que el calor, que no desistía en su empaño de acompañarnos allá donde íbamos.
Loja, importantísima ciudad, donde tantas cruciales batallas se libraron durante la conquista de granada. Esta enclavada en la cuenca del río Genil, que la nutre de una finísima agua procedente de la ya cercana Granada.
Como nos solía ocurrir, llegábamos para parar unas horas, y terminamos pasando unos días. Yo me ocupé de las buenas relaciones con las familias principales de Loja, visitar tropas y algún que otro convento, para ir tomando contacto con el clero, por lo que pudiera acontecer en Granada con el Prior de los Franciscanos. Como curiosidad, recuerdo que tuve que explicar continuamente mis experiencias en las indias, ya que el interés que por allí había era grande, y siempre se ofrecían bastantes voluntarios para nuevas aventuras, si es que éstas se llegaban a realizar.
Mi padre terminó sus asuntos en estas tierras mucho más rápido de lo previsto, lo que posibilitó que, tras descansar todo el día, pudiéramos salir de Loja con dirección a la deseada Granada, donde llegaríamos, si no surgían contrariedades, esa misma noche.
El camino, tal como avanzaba la jornada, se hacía cada vez más pesado por el calor y las ganas de llegar. Comimos en Alhama y por la tarde llegamos a Santa Fe, desde donde ya se divisa Granada coronada por la majestuosa Alhambra. Desistimos de una nueva invitación para quedarnos en la ciudad y continuamos hacia Granada, llegásemos a la hora que llegásemos.
Nuestra casa estaba justa en el centro del Albaicín. La había comprado mi padre a buen precio a uno de los pobres judíos que tuvieron que salir de Granada. Tenía dos plantas alrededor de un patio, en cuyo centro, una enorme fuente repartía el sonido del agua por toda la casa. Un artesonado labrado en madera hasta media pared y, desde ahí hasta el suelo, azulejos blancos con estrellas de color azul berebere. Esterticias, azucenas y una incontable cantidad de claveles, inundaban todo el patio, recordándome el poblado junto al río, al que tanto empezaba a echar de menos. Sus pequeñas ventanas dejaban pasar la luz necesaria para dar la sombría y fresca sensación que tanto ayudaba a soportar el calor.
Desde una de esas ventanas, junto al mismo pie del recinto, pude recibir la indescriptible sensación que produce observar el espectáculo del atardecer granadino. De forma lenta, el blanco se opaca, igual que hace el azul del limpio cielo. También se apaga el encalado de las casas cuyas siluetas recortan en lo oscuro de la noche, que cuando llega, transforma colores, fragancias y sombras. Si en ese momento, se sube a la azotea, y acostado mira el firmamento, puede observar como pasan las estrellas, lunas, luceros, cometas y mil astros inimaginables, que hacían repetir. Allí recostado recordé el sueño del que logró despertarme Rodrigo, cuando quizás no soñaba, sino que traspasaba el umbral de la muerte.
Aquellos primeros días en Granada fueron inolvidables. Sus calles, su olor, tascas, gentes y sonidos marcaron, aún más, si cabe, mi admiración por las otras culturas no castellanas, al mismo tiempo que recordar el motivo por el que me encontraba en Granada. No podía caer de nuevo en esa falta, solo quedaba que me convirtiera en defensor de los Judíos, Moriscos etc.…, en la mismísima Granada.
Mi padre consiguió audiencia con el Prior de la Orden Franciscana para cuando mejor nos conviniera. Bastaría con enviar la víspera a un paje con el día y la hora, para que el Prior nos recibiese. Allí nos “plantamos” dos días después, el encargado de explicar el motivo de nuestra visita fue mi padre, que no se atrevió a que yo pudiese ni abrir la boca.
A medida que relataba mi padre los acontecimientos, la cara del Padre Prior cambiaba de color y de expresión, reflejo de, que por suerte, aun no tenia noticias del Padre Jesús. Al terminar la larga exposición, el prior concluyó con una simple y escueto me extraña no tener noticias de tan desagradable asunto, volved pasados algunos días, que para entonces ya tender noticias. Nos despedimos de él previa donación de una importante cantidad de maravedíes para el mantenimiento de la orden, como signo de buena voluntad.
Los días transcurrieron lenta, pero de forma provechosa. Respirar a diario la fragancia de las flores que lo inundaban todo, observar las perfectas formas arquitectónicas de la Alhambra, o perderte por los jardines del Generalife, era más que suficiente para no sentir el pasar de los días, a la vez que se colmaban todas mis necesidades sensitivas.
Recuerdo que una tarde, paseando por el Generalife, me acurruqué sobre la hierba, cerca de unas matas de azucenas, quedándome dormido. Al despertar, me encontraba “chorreando” de agua, que el rocío se había encargado de depositar sobre mi cuerpo durante la madrugada. Amanecía, la vega poco a poco, empezaba a inundarse de luz; el único ruido que dominaba era el canto de los pájaros que revoloteaban por toda Granada. Las luces de los candiles de las casas se apagaban al tiempo que el sol las tocaba con sus rayos. El Genil empezó a desprender una gran enorme cantidad de haces de luz, estrellándolos contra los montes que rodean la vega. El color me embriagaba, la luz me cegaba, el ruido me aturdía, entre la gente, poco a poco, recorriendo callejón por callejón, plazas, zoco, rincones llenos de mercaderes que empezaba a montar sus tenderetes, conseguí llegar a mi casa. Por fin pudieron tranquilizarse después de pasar toda la noche en vela preocupados por mi desaparición.
Llegaron noticias del Padre Prior de los Franciscanos. Debíamos presentarnos ante él lo más urgente posible. Esa misma tarde estábamos en su presencia. Su gesto era muy distinto de aquel otro tan risueño con el que nos recibió el primer día. Estaba tenso, nervioso y no dejaba de gesticular, gritando a unos y a otros. Gritaba de igual forma, invocando el Santo nombre del Señor, cada vez que le contrariaban con cualquier cosa. Así pasamos no recuerdo cuanto tiempo, esperando de pie hasta que, por fin, terminó de organizarlo todo, pidiéndonos que tomáramos asiento y disculpándose por la tardanza.
Os he mando llamar, comenzó a decir el Prior, porque creo disponer de la necesaria información sobre el asunto que nos preocupa. Como era lógico esperar, la versión recibida del Padre Jesús, es muy distinta de la de vuestro hijo, tanto en el contenido como en su forma, pero, si quiere que le diga la verdad, lo que en realidad me preocupa, es el no haber tenido noticias de ello hasta vuestra llegada. Esto me otorga la confianza como para dar un margen de credibilidad a vuestra historia, y esa es la única razón por la que estoy ahora dialogando con ustedes y, no directamente con los responsables del Santo Tribunal. Por lo visto, está por llegar un tal D. Luis de Torres, quien podrá aclarar muchas cosas de este increíble asunto, ya que, sin su concurso, poca luz se hará sobre ello. Así pues os propongo aplazar este tema hasta la llegada de D. Luis y, si en plazo prudencial no tenemos noticias de él, tomaremos alguna decisión sobre nuestro problema común.
No dejó decir ni una palabra más a ninguno de los que allí estábamos presentes. Después de saludarlo y realizar un nuevo donativo para el buen funcionamiento del convento, abandonamos el recinto en dirección a nuestra casa no sin antes haber un par de paradas para refrescar la garganta depuse de tanto hablar.
Entre tasca y tasca, no dejábamos de imaginar cual sería la próxima maniobra del Padre Jesús, ya que nos había extrañado bastante el misterioso comportamiento del Prior, tan favorable a nuestros planteamientos. No creía que, cociéndolo como lo conocía, el Padre Jesús se conformara con un simple acuerdo “amistoso”; estaba seguro de que intentaría hacer algo en contra de nosotros, por mucho que mi padre me asegurara que lo importante era lo que ordenara el Prior ya que eso era lo que más inquieto me tenía.
Esa noche, bastante tranquilo, me encontraba sumergido en los recuerdos de tantos acontecimientos que sucedieron durante mi estancia en el río. No había terminado mi misión allí; ¿Qué hacia yo aquí en Granada, en casa de mis padres, sin hacer nada, mientras esperaba de forma impaciente un juicio que podía o bien condenarme a la hoguera, o no llegar siquiera a celebrarse, mientras que en aquellas tierras quedaban tantas y tantas cosas por realizar?. Tenía que terminar rápido con esto e intentar volver, pero el principal problema sería convencer a mi padre de ello. Que confiara de nuevo en mí y financiara una nueva aventura. Mi única posibilidad era intentar que mi padre arreglara las cuentas con la Corona, y que los beneficios obtenidos durante mi viaje fuesen lo suficientes para seguir con la aventura.
Al contrarío de la madrugada del Generalife, esa mañana desperté cuando me dio de lleno el Sol al entrar por mi ventana. Cuando me asomé a ella, ya había terminado, sin mi presencia del diario espectáculo del amanecer Granadino, y la luz había ocupado por la fuerza cada uno de los rincones de la ciudad.
Para aprovechar el largo periodo de espera, mi padre decidió partir hacia Sevilla y resolver algunos negocios allí pendientes mientras esperaba el regreso de D. Luis de Torres. De igual modo, estaría atento de cualquier movimiento del Padre Jesús y evitar complicaciones inesperadas. Yo, por mi parte, permanecería unos días más en Granada y partir hacia Osuna, donde pasaría algún tiempo con María Luisa en espera de noticias de mi padre o de Granada.
Hacia Sevilla partió mi padre. Durante aquellos tranquilos días, sin agobios de ningún tipo y con plena libertad, intenté “beberme” Granada. Cuando más conocía la ciudad, mayor interés había en mi de conocerla aún mejor, ya que se empeñaba en ir descubriéndome cada día una nueva forma o un nuevo color, olor y mil cosas más.
No existían en Granada familias de gran linaje, ya que todavía no había transcurrido el suficiente tiempo desde la toma de la ciudad por los cristianos, y las ya consolidadas, aunque tenían bastantes posiciones en la ciudad, preferían hacer la vida en ciudades como Sevilla, Toledo u otras grandes ciudades.
Pero aquello no era importante para mí, yo no cambiaba por nada estar en Granada. Me sobraba casi todo; miraba, oía, olía, intentaba escribir sobre todas aquellas sensaciones que sentía a diario, con el fin de que no se me olvidaran nunca. Granada era el único lugar donde podría pasar el resto de mi vida sin necesidad de regresar a las India. Así, día a día, hasta darme cuenta que había llegado el momento de partir hacia Osuna, donde me esperaba impaciente, por lo menos eso pensaba, María Luisa.
Ya estaba todo preparado para la partida. Los baúles cargados, los hombres sobre su caballos. Mientras que sentado en un cómodo butacón de anea en el centro de mi siempre fresco patio, esperaba que me indicaran el momento justo de salir. No sé que curioso fenómenos ocurren a veces: mientras estaba sentado, tuve la sensación de que pasaría algo que me impediría partir y, en ese preciso instante, entró mi padre con toda su compaña.
Hijo! comenzó a decirme de pie, justo frente a mi butacón, del que ni siquiera me dejó levantar, menos mal que te cojo a tiempo. No sabes como hemos fustigado a los caballos para lograrlo pero, gracias a Dios, lo hemos conseguido.
- Sí!, ya lo veo padre, me coge sentado al fresco a la espera el instante de partir, si llego a levantarme de ella, no me hubiese encontrado. Pero cuéntame, ¿a que tanta prisa?
Muy fácil hijo, en Sevilla vieron a verme unos amigos y me comunicaron la partida de Padre Jesús, sin saber exactamente su destino final, pero como es lógico suponer, debe de ser hacia aquí donde se dirige. De inmediato partimos, y desde hace dos días no hemos parado hasta llegar aquí e intentar llegar antes que él. Mañana nos presentaremos ante el Prior y pediremos noticias al respecto. Tu hermano continúa en Sevilla, a la espera de la hipotética llegada de D. Luis.
Vuelta a desembalar equipajes y volver a depositar cada cosa en su sitio. Estaba destinado a no marcharme de Granada por lo que empecé a escribir a María Luisa e intentar justificar mi retraso, aunque no había ningún compromiso formal por nuestra parte, pero nuestras familias eran muy amigas y era preferible no tener roces por pequeñas minucias de “críos enamorados”, me recomendó mi sabio padre.
La carta no pudo ser más cursi: ya que no nos abinamos conocido tanto como para escribir sobre mis sentimientos, gasté tinta y papel en insulsas historias, livianas referencias a su bellos ojos: más que ablandar su corazón, seguro conseguía que, a mi regreso, intentara escapar ella por la puerta contraída, huyendo de mi cursilería.
El monasterio era de una arquitectura muy sobria. Cuando se entraba en el interior del convento, daba la sensación de estar en cualquier otro de los que se repartían por todo el territorio Castellano, dejando fuera, en la calle, el más puro estilo musulman. Hasta el olor era distinto dentro de aquella Santa estancia. Solo algunas esterillas adornaban su patio cuadrado, con doce desvestidas columnas que soportaban el corredor superior, dando a todo el claustro ese estilo tan monacal. Por él, no paraban de pasear los Franciscanos, entre rezos, cantos y alguna que otra comidilla o susurro.
Al piso superior se accedía por una gran escalera con ciento cincuenta y seis peldaños, que tuve la curiosidad y paciencia de contar. Al subir, se observaba la única licencia decorativa en los azulejos del siempre presente azul añil, similares a los que tanto me gustaban de la Alhambra. Aquellos, por lo menos, conseguían romper la imagen de desnudez de todo el recinto. Tal como avanzamos por el largo pasillo, sentía como se clavaban sobre mi cuello todas las miradas de los frailes que por allí deambulaban. Estaba seguro de que algo se había consumado y, con la racha de aciertos que llevaba, seguro que teníamos jaleo.
Al entrar al despacho del Prior, este, de forma contraria a la esperada, nos recibió con una abierta sonrisa y desecho en atenciones, empezó a decir:
Pronto os presentáis ante mí, mientras nos tendía una copa de vino, que aceptamos pero no bebimos.
En cuanto hemos llegado tras un largo y cansado viaje desde Sevilla.
En efecto largo. ¡ya se han apresurado! Mi fraile, el Padre Jesús aún no ha conseguido llegar.
Lo suponía, contesto mis padres, con gesto de ironía.
Si! Hacia acá viene. Intentaremos agregar este asunto de la forma mas beneficiosa posible para todos. ¿No lo cree más prudente así vuestra merced?
Por supuesto! Comenzando a beber del vino ofrecido por el Prior.
Por cierto!. Habló de nuevo el Padre, estamos falto de financiación para arreglar las ermitas de esta ciudad y construir esas nuevas Iglesias que tanta falta hacen, sin olvidar las mejoras de El Salvador y San Cecilio, con la enorme cantidad de gastos que esto supone para nuestra siempre paupérrimas arcas. Espero, pues que vuestra merced sea consciente de ello.
Descuida, Prior, haré todo lo que este en mi mano y, por supuesto, también en las de mi hijo, con ayuda de las rentas por él conseguidas en el viaje a las Indias. Dimos media vuelta y salimos por el mismo camino que entramos.
Al salir a la calle, me llegó un fresco aroma, que el viento se encargó de portar hasta mi nariz. Logré convencer a mi padre de que subiera calle arriba, en el intento de descubrir su origen. Al cruzar la plaza que se encontraba al final de la calle, en el primer portal, se encontraba un anciano árabe, que no sé que extraño modo aún sobrevivía en Granada. Mezclaba pétalos de rosa, azahar y claveles, con unas gotas de alcohol y agua limpia, recogida del rocío de la mañana. Al sentirse observado, levantó la mirada, nos sonrío, y nos ofreció un pequeño frasco del aquel mejunje mientras nos decía en perfecto castellano toma lleváoslo, él os traerá el amor y desterrará la muerte de vuestra vida más allá de las altas arboledas de vuestra casa.
Cuando quise pagarle, ni siquiera alzó la mano, dio media vuelta y entró en el patio de su casa, sin dejar el menor rastro de olor a flores o alcohol. Menos mal que conmigo estaba mi padre para dar fe de lo ocurrido, si no, hubiese pensado que había sido un sueño. Intentamos buscar su significado lógico, que explicara lo sucedido, pero no encontramos ninguno. Solo fuimos capaces de achacarlo ha la pura casualidad, ya que intentar otro camino, sería entrar en otros terrenos mucho más peligrosos y, sobre todo, mi actual situación frente la Inquisición.
Cuando llegamos a casa, discutimos hasta muy avanzada la noche en el intento de interpretar la reacción del Padre Prior. Quedaba claro que ocultaba algo. No era normal tanta amabilidad. Dadas las circunstancias, debíamos darnos a averiguar que pasaba y para ello lo mejor era ir al grano. Pensamos llevar a cabo la arriesgada maniobra de localizar la comitiva del Padre Jesús, y hacerle confesar sus verdaderas intenciones, aún a pesar de todas las complicaciones que podría acarrearnos, pero no podíamos estar de forma indefinida a la espera de los acontecimientos. Mi padre de todos modos, quiso intentar, antes de acometer aquel arriesgado plan, un nuevo y rápido pacto con el Prior, quien hablaba mucho, pero nunca hacía nada por arreglarlo definitivamente.
Esta vez fue solo, con sus mejores galas, armadura incluida, armas y morrión bien calado.
Padre, creo que este asunto no debe durar más tiempo. Mi familia no puede estar a la espera de que un fraile suyo se defina, sin hacer nada de provecho para nosotros y para la Corona, que ya pregunta. Así le ofrezco la suma de un millón de maravedíes, en cambio de que el Padre Jesús a alguna nueva misión y aquí, paz para todos.
Lo siento Sr. Pero hasta que no llegue el Padre Jesús, no hay nada que discutir. En vuestra merced sabe, yo estoy dispuesto a llegar a un acuerdo que satisfaga a ambos, pero debo esperar, porque ese millón de maravedíes que me ofrece, pudiera ser poco, en virtud de los cargos que pudieran presentar contra su hijo.
Tengamos la fiesta en Paz Padre, tome Usted esta mano amiga que le tiendo y recemos después a Cristo, nuestro Señor, para que ilumine nuestros caminos. Conminó mi padre al Prior, mientras la tendía la mano, que había sacado de su acorazado guantelete,
No; le repito que hasta que no llegue el Padre Jesús y hable con él, no hay más que discutir, pero de todos modos deme esa mano amiga, que me ofrece.
De hierro, padre Prior…, de hierro, terminó diciendo, a la vez sus introducía su mano en el frío guantelete.
Cuando regresó a casa, anulo de inmediato la salida que habíamos decidido realizar en busca del Padre Jesús en la confianza de haber descubierto el verdadero motivo del Prior. Éste estaba más interesado en sacar buen beneficio económico, que en aclara el tema en un no muy a su favor juicio de la Inquisición. Había que seguir esperando acontecimientos.

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