martes, 21 de abril de 2009

VIII OTRA VEZ EL RIO


VIII OTRA VEZ EL RIO

Otra vez el río. Solos, Mussi y yo, sentados en la orilla pensando como salir de allí. Estaba claro que por el río, pero… ¿Cómo?. Un solo hombre, menos con mi fuerza física, era imposible que arrastrara ni la más pequeña de las barcazas. No encontraba salida al problema, quizás por tener la mente en tantos lugares al mismo tiempo, lo que me impedía encontrar fáciles y rápidas soluciones, Fue otra vez Mussi, quien ,mucho más entera que yo, encontró el camino: ni por la selva, ni arrastrando ninguna barcaza.
Empezamos a deshacer una de las barcazas y con ocho de sus maderos más grandes, conseguimos habernos una pequeña balsa, para nosotros dos y algunos pertrechos que nos harían falta para iniciar la navegación por el río. Al terminar de construirla y sin dejar pasar mucho tiempo, nos subimos a ella. Utilizando una de las pértigas de las antiguas barcazas, empezamos a empujar hacia el centro del cauce, para una vez allí, dejarnos arrastrar por la corriente, totalmente abandonados a su suerte y a su caprichoso zigzagueó.
De esa forma pasaron largos y monótonos días, en los que los mutuos intentos para comunicarnos Mussi y yo, eran nuestra única distracción, pero bien por mi torpeza idiomatica, bien por su tozudez, no había forma de que nos entendiéramos. Nada, absolutamente nada nos perturbaba, parecía habernos transportado a otro lugar del planeta, donde nada existiera excepto nosotros dos y los millones de pájaros que no dejaban de revolotear y cantar alrededor, hasta que un día, tal como salíamos de una curva del río, vimos a lo lejos, a una gran altura sobre el nivel del cauce y comunicando dos paredes de rocas, colgaba un puente fabricado con cuerdas.
Aquello sobresaltó todos mis instintos ¿Quién si no nosotros, podría realizar una obra de ingeniería de tal magnitud?. Mi primer pensamiento, fue el haber llegado por fin a tierras cristianizadas; quizás no fuese a mi poblado, ni mis hombres, pero sí españoles.. ¡Seguro!. Pero ¡ay!, desdichado de mi, cuando llegue justo debajo de su emplazamiento, pude comprobar, muy a mi pesar, que ni españoles, ni portugueses, ni nada de nada. Allí no había nadie, y lo más extraño, la forma de anclar las cuerdas, juncos, bases y todo los elementos de aquel majestuoso puente, eran desconocidos para mí. Para aceptar la posibilidad de que no fuese construido por nosotros, había que considerar que había sido construido por una tribu lo suficientemente grande e inteligente, como para mantener abierto este puente, con todo el cuidado que uno de este tipo requiere para su conservación.
Allí permanecimos varios días agazapados entre las ramas de la frondosa vegetación, la orilla bajo el puente, a la espera de ver pasar a algún ser vivo, que nos pudiera dar referencia de donde estábamos, o de que tribu se trataba y poder establecer contacto con ellos a través de Mussi, pero nada, tampoco tuvimos suerte con aquel puente. Después de esperar hasta la desesperación, y traspasar toda cota de aburrimiento, nos dispusimos a partir nuevamente río abajo, sin más esperanza ya que la de llegar a cualquier lugar habitado. Daba ya lo mismo por españoles, portugueses o cualquier tipo de indígena, por peligroso que pudiesen ser.
Mirándome fijamente, reflejado en las tranquilas e inmóviles aguas del río, apreciaba hasta donde pudo llegar mi delgadez. Mi barba era más larga de lo que jamás pensé que pudiera llegar a tener nadie. Ahora creo alguno de los cuadros de ilustres antepasados míos, que con tanto cariño guarda mi padre en nuestra casa solariega, y en las que casi todas las figuras son a la vez que largas, gordas, flacas, alegres o tristes, todas mantienen un común una larguísima barba, eso sí impecables, bien cuidadas y no como la mía en estos momentos, desaguisada, desastrosa, sucia, indigente, maltratada, desaliñada, olvidada, ignorada. En un acto, quizás, de total abandono de mi persona, con todo el acto de individualismo, o egoísmo que podáis encontrar en esto, pero cuando aquí, olvidado de todo y por todos, quizás cuando ni mi familia de en estos momentos, de una sola moneda por mi vida, ¿Qué importancia puede tener tu aspecto exterior?, y más cuando miro a Mussi, tan digna, majestuosa, segura de sí, que es por lo único que le puedo dar gracia a dios, en la creencia de que quizás sea el pago por tanta mala fortuna y tanto desastre a mi alrededor.
Me vino al recuerdo de mi hermano Luis. ¿Qué estaría haciendo en este instante?, ¿Quizás se habría olvidado de mí, dándome por muerto?, o quizás orase por mí cada festivo, en la capilla de casa, junto a mi padre y demás hermanos? Pero ¿Qué importancia podía tener eso ahora que lo que importase era salvar la vida…, ¿para que quiero salvar la vida?, ¿Qué me esperaba cuando la salvase?. Enfrentarme con todo, militares, corona, sacerdotes y hasta, quién sabe, si con mi propia familia.
No sé que velocidad llevábamos; desde luego, muy poca a la vista de la intensidad de la corriente del río, casi inexistente. Solo si se miraba a la orilla y después de dejar pasar varias horas, se veía como había cambiado el paisaje, quizás fijándose bien y con paciencia, se podía sentir el desplazamiento de la balsa, pero había que echarle mucha paciencia, y muchísima imaginación, parecida a la que poníamos mi hermano Luis y yo, cuando, el anochecer, nos tumbábamos sobre la hierba del patio de mi casa y con los brazos y piernas abiertos, mirando fijamente a la luna, intentábamos sentir como se movía la tierra. A veces, aunque muy de vez en cuando, conseguíamos sentirlo.
Si alguna esperanza tenía era el pensar en que, según había observado a mi llegada a estas tierras desde lo alto de las montañas, no había visto otro río que no fuese éste, por lo que, por muy mala suerte que tuviésemos, más tarde o más temprano, tendríamos que encontrarnos con el poblado o como mal menor, terminaríamos llegando a la desembocadura. Así pensando en mil una posibilidades, pasaban los minutos, uno a uno, hasta que la mala suerte se cebó nuevamente con nosotros.
Desde los árboles cercanos el río, empezaron a atacarnos de nuevo. El mismo traería la mayor desgracia a mi vida en esos momentos, al ser alcahazada Mussi, por una de las lanzas, que eran tiradas con tantísimas precisión, por no sé que indígena, que ni averiguarlo me importaba ya. Ahora sí estaba totalmente solo, creí que por fin había llegado el final de mi vida, pero no tuve valor para acabar con ella y sobre los pocos troncos que quedaban en la balsa me abandoné irremediablemente a mi mala suerte, esperando que acabaran conmigo, ser presa de alguna enfermedad, o por mano de algún indígena.
Era tan fácil acabar con la vida humana, que me resultaba difícil comprender, que larga podía ser la pacífica agonía que estaba sufriendo, mientras buscaba la muerte. Pero debía de ser que esta quién me encontrara a mi y no estaba dispuesta aún para encontrase conmigo. Lo que más me apenó, fue no poder enterrar a Mussi, su cuerpo cayó al agua desde la balsa, vi como se hundía en el fondo del río, sin que yo pudiese hacer nada para remediarlo. Estaba seguro de no olvidar nunca esa escena, si lograba vivir, me acompañaría para siempre, y así fue.
Poco a poco fui recuperando el ánimo. En un intento de buscar lo positivo de todo aquello, llegue a pensar que quizás así, sin la compañía de Mussi, tendría un problema menos que resolver a mi regreso. Es curioso, lo mismo pensaba en los problemas que tendría a mi vuelta, que pensaba en la más que probable muerte. Seguramente esto debía a la incontrolada rebeldía que tenemos frente la muerte, y además, ¿Qué podía temer de nadie de ahora en adelante, cuando ya casi perdida tenía mi vida?, ¿Quién iba a ser, capaz de enjuiciarme, por mis hechos, cuando no estaban allí sufriendo conmigo? A lo único que tenía miedo, era a la reacción de la Iglesia: no sabía como lo haría, tras la expulsión “voluntaria” de los franciscanos, aunque no creía que les hubiese dado tiempo a transmitir las noticias a España, y volver con alguna resolución al respecto. O pensándolo mejor, quizás sí ¿Aquí y en estas junglas, y por estos parajes permanentemente húmero y, todas las estaciones del año parecen iguales. A esas alturas ni me acordaba de cuándo dejé de contar los días, escribir notas o llevar las cosas “como Dios manda”. Así pues no tenía la menor idea del tiempo transcurrido desde mi partida del poblado, ni de los sucesos que hubiesen podido acontecer en él durante mi ausencia, pero eso para mi estuviese negado conocerlo para siempre.
Al despuntar un nuevo alba, noté acercarse volando a varias figuras aladas y, tras posarse sobre los pobres y podridos troncos, de mi balsa tocaron para mí una música, que, aunque me recordaba a alguna escuchada en mi infancia, estaba seguro, de no haberla escuchado anteriormente, y lo extraño era que yo, desde una posición superior, podía ver toda la escena incluyendo mi caduco cuerpo recostado sobre el único barril que quedaba en la balsa, que contenía más larvas que comida.
Allí permanecieron no sé cuanto tiempo, interpretando partitura tras partitura, mientas que por mis ojos, iban pasando uno a uno, todos aquellos que habían perdido sus vidas en aquella expedición, hasta, por último pasó Mussi, quien acercándose lentamente hacia mí, consiguió besarme, lo sentí como se sienten las cosas terrenales, sus húmedos y carnosos labios, pero fue a mi a quien beso, y no a esa figura de la balsa, recostada yerme y fría.
Mussi, cogiéndome de la mano, inició un vuelo que nos llevó a recorrer toda aquella interminable masa de árboles, ríos, montes, valles… Era imposible que jamás un hombre pudieses llegar a conocer aquel continente por completo. Aquello era una empresa interminable, por más que enviáramos hombres, nunca podríamos lograr conquistarla íntegramente. Lo pequeños que éramos, y lo poco que habíamos conquistado.
El territorio que conseguí conquistar no era más que una pequeñísima estrella en el firmamento, sin embargo para mí era tan grande como dicen los astrólogos que son cuando nos acercamos a ellas. Subimos, subimos, subimos tanto que cada vez abarcaba más y más mis vista, hasta llegara divisar las costas de uno y otro lado del Atlántico, desde donde se empezaba a ver claramente los contornos de mi tierra, con las nubes bajo mis pies y el cielo completamente negro sobre mí.
Ascendimos hasta el punto que podía contemplar ya España entera, mientras pensaba como un estado tan pequeño e insignificante, podía gobernar sobre toda aquella basta región que se extendía bajo mis ojos, tan verde y tan azul. También pude observar como, desde tan arriba, los hombres no se llegaban a distinguir, se perdían como hormigas, ni tan siquiera eso, simplemente no existíamos, ni nosotros, ni nuestros logros, ni ciudades o puertos. No existimos. Somos nosotros, los que estamos a merced de la Tierra, y no como creemos, tan solo la ciega fe en Dios, nos hace creer que todo esto está para nuestro disfrute. Pero muy religioso hay que ser para creerse el rey de la Creación. No somos más que la mínima expresión de ésta. Quizás Dios solo empleó un instante para crearnos y, desde entonces, no ha vuelto a ocuparse de nosotros; quizás no seamos su creación favorita y dedicara su esfuerzo al resto del universo, explicándose así como permite lo que permite, sin actuar para evitarlo.
Subimos más y más, entre nosotros solo se veía una iluminada y azul bola de agua y nubes, ni España se distinguía ya, pasaron entre nosotros planetas, estrellas, que resultaron ser tan enormes como predecían los astrónomos, y cometas, y más planetas… Ya no distinguíamos el nuestro, únicamente, una interminable multitud de estrellas, dispersas por todo el espacio: Éramos, en fin, una minúscula luz más. Subimos y continuamos subiendo, más y más alto cada vez, hasta que ya no vimos absolutamente nada: nos sumimos en las más profunda oscuridad, ni estrellas, ni planetas, ni cometas o algo que desprendiera la mínima luz, el vacío, en el más sepulcral de los silencios, y la más negra noche imaginable.
-¡Señor! ¡Señor!. ¡Por Dios, Señor, despertad!
-¿Dónde estoy?.
- No Señor, está Ud. Milagrosamente vivo, en su pueblo., pero cuidado que le vea nadie, le llevaré, no se preocupe Ud.
Era Rodrigo uno de los capitanes que dejé a cargo de los hombres del poblado quién me advertía y me refugiaba en su casa. Con paciencia. Empezó a relatarme lo acontecido desde mi marcha en busca de los Güajis.
Al tiempo de marcharme, empezó Rodrigo a contarme, regresaron el Padre Jesús y la compañía. Vinieron con cincuenta hombre más, reclutados de una de las naves que nos habían traído a estas tierras y que todavía andaba, haciendo no sé que cosa, por aquellas aguas. Más bien parecía que estuviesen allí apostados por orden de alguien pero, el hecho era que estaban allí con el padre habían regresado al poblado, haciéndose el dueño y señor del mismo.
Había vestido a los indígenas con túnicas blancas, una vez destruidas todas sus imágenes y prohibidos todos sus cultos, fueron obligados a convertirse al Cristianismo y a de asistir a todos los oficios; reorganizaron sus familias, realizando matrimonios Católicos, dándose el caso de casar a ancianos con una sola de sus mujeres, obligando al resto a vivir fuera del hogar familiar, con el lógico quebranto moral, que esto suponía para ellos. Bautizaron a todos ser viviente y los “esclavizaron” en los trabajos que, como castigo o redención, tenían que realizar “gratuitamente” para la Misión; en fin señor, continuó relatándome, un verdadero desastre, que no sé como acabará, porque lo más importante y peligroso es…, que el Padre Jesús ha enviado a España la nave con “sus noticias”, con el fin de obtener la concesión de poderes, tanto políticos y Militares como religiosas, para sentar legalmente sus “reaños” en estas tierras. Ahora que está Usted intentaremos alguna solución a este conflicto. Mientras tanto descanse Señor, yo le avisare cuando haya comunicado la noticia de su llegada al resto de los hombres que nos son leales.
De ese modo, tras escuchar atentamente el relato de Rodrigo, me dejé vencer por el tremendo cansancio, hasta terminar profundamente dormido, recordando todo lo que me había sucedido durante el tiempo que estuve vagando por el río, y sobre todo, en el extraño sueño del que oportunamente me despertó Rodrigo.

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