lunes, 20 de abril de 2009

I LA LLEGADA


I LA LLEGADA

De repente me despertó el frío. Intente abrigarme para seguir descansando, pero las primeras luces del alba, que se colaba entre las rendijas de las escotas de mi camarote me lo impedía. Así pues, y tras el último retozo en esa cama siempre húmeda que comenzaba a odiar, recordé que hoy era el día indicado por el capitán para avistar tierra. Mi primera oración al Santísimo fue para que así fuese después de un larguísimo y cansado viaje.
Subí desde la cámara del Capitán al castillo de popa
1. Allí, apoyado en el palo de la mesana, me volvió a invadir ese poco de rencor que aún guardo mi hermano Luis. Engaño a mi padre para que me enviara a mí en vez de a él, aduciendo que él tenia que casarse con Doña Catalina, hidalga del Marqués de Río Verde, a quien había dejado embarazada. Hecho este, que al poco de mi marcha, se aclaró en sentido contrario; ni Doña Catalina estaba embarazada, ni deseaban casarse, y ni mantenían relaciones. Así pues y debido al alto linaje de ambas familias, este delicado tema no trascendió más allá de los salones del Palacio de Río Verde, y como yo además, yo tenía fama de aventurero y alocado, les fue fácil justificar ante la corona enviarme a mí, en vez de a mi hermano Luis, mucho más diestro en los temas militares, haciendo ver que me ofrecía voluntariamente y de muy buen grado. A cambio, y en pago a mi esfuerzo y silencio,eso sí, se amplió mi participación en los derechos hereditarios de la fortuna de la familia, cosa esta que la verdad, no me parecía suficiente, en comparación con lo que se me venía encima, pero, en fin, la cosa estaba hecha.
Hacia el mediodía, el vigía nos anunciaba el avistamiento de tierra firme, con la lógica algarabía a bordo de la Nao capitana Nuestra Señora del Rosario
2 y de la Rata Coronada3, ya que las otras dos, la Gerona y la San Esteban, teóricamente, habrían perdido dos días con respecto a nosotros, según los cálculos del Capitán Cristóbal García de Ávila4, que mandaba la flotilla5. Bajo mi mando, y con la inestimable ayuda de diez capitanes de reconocida y sobrada experiencia, mas de 350 hombre, algunos caballos, y artillería ligera. Todo ello pagado por la fortuna de mi Padre, y en parte mía, a cambio de títulos y tierras para nuestra familia.
Mientras nos acercábamos a la costa, pregunté al capitán que me indicara en las cartas
6, el lugar donde habíamos llegado, a lo que me contestó que estábamos bastante más al sur de Puerto España, pero que no me lo podía garantizar al no disponerse de cartas fiables de navegación de aquella zona. Que aprovecharía la estancia por allí para corregir en lo posible las cartas ya que tendría que necesitarlas para volver a por nosotros cuando fuese necesario, la mismo tiempo que aumentar la seguridad de la navegación por aquellas costas tan traicioneras.
Unas horas después, echábamos las anclas lo mas cerca de la costa posible y con la alegría consiguiente, los hombre comenzaron los preparativos para el desembarco. El primero en realizar el mismo, fue un grupo de cincuenta hombres armados con arcabuces
7, en cinco barcazas, para segurar la playa y vigilar, durante el desembarco de los demás. Al llegar a tierra, avanzaron con la máxima cautela, atentos a cualquier contingencia que pudiese surgir desde la selva.
Al llegar al borde de la selva, que se encontraba muy cerca de la amplia playa repleta de palmeras, avanzaron de forma lenta unos cientos metros; sin encontrar señales de peligro alguno. Al poco nos hicieron señales indicando que podíamos empezar el desembarco en cuanto estuviese todo dispuestos.
Desembarqué en la primera barcaza. Lo primero en encontrar extraño fue la arena: muy fina, de color blanco, casi trasparente, tanto, que no se distinguiría donde termina la orilla, al no ser por el reflejo de las palmeras sobre el agua caliente de la playa, y la extrema humedad que lo empapaba todo de forma continua.
Al poco, con todos los pertrechos extendido sobre la playa, los hombres comenzaron a organizar y montar las tiendas. Montaje que ordené parar al poco a causa del sofocante calor y la humedad, que hacía que esos momentos cada esfuerzo que se realizara no haría otra cosa que cansar a los hombres, al margen que la tropa prefería dormir a descubierto, ahorrándose, de camino, montar y desmontar un buen número de tiendas.
Una vez con todo organizado, celebramos una reunión alrededor de unos candiles que tuvimos que apagar a causa de la cantidad de insectos que atrajeron. Asistieron, además los capitanes de las dos Naos, los oficiales y representantes del clero, a quines comuniqué las normas de conducta que habrían de seguir mientras permaneciéramos en aquel lugar, en espera del resto de la expedición, si es que ésta conseguía llegar, para emprender la misión. Del mismo modo y en vista de la intensidad de la lluvia ordené que parte del velamen de reserva de las naos, se utilizara inmediatamente para confeccionar toldos que reforzaran las tiendas, por la lluvia que pudiera caer por estas tierras, durante nuestra expedición.
Con las tropas que habían llegado en las dos primeras naos, de dispusieron dos compañías de cien hombres cada una, destinando cincuenta a intendencia, en espera de la llegada del resto de la expedición en las que llegarían los cien hombre que faltaban. El oficial de guardia se encargó de organizar la vigilancia del campamento ya que, aunque no se percibió peligro alguno, no podíamos confiarnos ni un solo instante.
Concluida la reunión, me retiré a mi camastro, instalado entre los dos gruesos troncos de dos palmeras, me tumbé y a pesar de lo húmedo de la noche, que nos hacía sudar a todos como condenados a muerte, quede dormido de forma profunda. De repente, me desperté bajo una tromba de agua indescriptible. Los hombres ya se encontraban tapando las municiones y demás pertrechos en el intento de que no terminaran pudriéndose. De inmediato, y con algo de remordimiento por mis hombre, me trasladé a la nao, donde todavía se espetaba mi camarote con mi cama y sábanas, que aunque durante el viaje me resultaron húmedas, en ese momento me parecieron secas y muy confortables.
Al despertar, la lluvia continuaba cayendo, aunque no con tanta intensidad. Pasé el resto de la mañana en el barco comprobando nuestras inexactas cartas de navegación, intentando averiguar donde estábamos y atendiendo las novedades que me traían desde tierra. Ya por la tarde, vino a hablar conmigo el oficial de guardia, para comunicarme que una patrulla había visto unas montañas. Lo suficientemente altas, como para que pudiésemos tener una visión general del terreno.
Para llevar a cabo esta misión, escogí como responsable a González Ledesma
8, a mi parecer el oficial más aguerrido e indicado para adentrarse por primera vez en la selva. Acompañándole para este menester, diez infantes armados con arcabuces y pertrechos suficientes para una semana.
Una vez llegaran a la cima del monte más alto, debería realizar un plano de la zona, con la mayor cantidad de detalles posibles, a la vez que intentar localizar manantiales de agua potable y comida que pudiéramos utilizar en caso de urgencia o necesidad extrema. González Ledesma debería prepararlo todo para partir lo antes posibles, ya que hasta que no regresara con noticias no nos adentraríamos todos en la misma.
En la playa, permanecía constantemente encendida una fogata que, durante la noche alumbraba la costa, y durante el día, ayudada por un baño de aceite que provocaba una columna de humo que servía de señal al resto de las naves en su intento de localizarnos. Esto era relativo, dado que estas señales sólo se podían divisar desde una corta distancia, pero, si se acercaban a la zona, les sería de gran utilidad.
Horas después a González Ledesma que partiera sin más dilatación y, tras darle las últimas ordenes y pasar revista a los hombres que con él partían, emprendió la marcha. La verdad es que eran los más expertos; todos habían estado ya en campañas, y aunque algo indisciplinados y con no muy buena “pinta”, eran los únicos seguros para llevar a buen fin la misión, por lo que estaba totalmente convencido de su éxito.
Mientras tanto, nosotros continuamos esperando a los demás, aprovechando el tiempo para buscar algún sitio seguro donde construir un embarcadero. Madera no nos faltaba y contentaba al capitán, quien no paraba de indicarme el peligro que corrían las naos fondeadas al pairo de ser dañadas por un fondo tan rocoso y poco conocido.
Gracias al Santísimo y a la Virgen del Carmen, tercer día de la partida de González Ledesma, por fin aparecieron en el horizonte las Velas de la Gerona
9 y la San Esteban10 con el resto de la expedición. Ya sólo faltaba el regreso de González Ledesma con sus informes, para comenzar a adentrarnos en aquellas desconocidas tierras, hecho éste que se produjo junto una semana después.
En el mismo instante de llegar González Ledesma y sin darle un momento para descansar, me reuní en privado con él para analizar el informe de la misión. Básicamente, el informe nos informaba que estábamos en una zona de abrupta vegetación y muy húmeda, por la cantidad de afluentes y riachuelos de un gran río que se divisaba a lo lejos, detrás de los montes. No habían tenido contacto alguno con indígenas, con la ventaja que esto suponía para la tranquilidad de la misión. Del mismo modo, tampoco vieron un lugar más seguro para las naos que el actual, y lo más importante para la misión, las montañas sólo eran unas pequeñas elevaciones sin continuación y tras ellas aparecía una interminable extensión selvática, bañada por ese inmenso río, todo un enigma se abría ante nosotros.
Al terminar la reunión, hice una exposición detallada de los planes que seguidamente a la vista de lo expuesto por González Ledesma. Al no existir señales de vida por allí, y en vista de lo espeso de la selva, no construiríamos el embarcadero. Todo lo contrario, decidí despedir las cuatro naos con toda la información recopilada hasta la fecha y con las ordenes oportunas a su llegada a España, quedamos en volver a vernos en aquel mismo lugar dos años después.
Una vez perdimos de vista en el horizonte a aquella pequeña flotilla de naves, partimos todos hacia nuestro primer objetivo: el río.
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1 Castillo de Popa, parte elevada en la zona trasera de los barcos.
2Nao de 1.150 tn, 46 cañones, 118 tripulantes y hasta 304 infantes.
3Nao de 820 tn, 35 cañones, 84 tripulantes y hasta 335 infantes.
4Capitán de la Nao Capitana Ntra. Sra. del Rosario.
5Grupo pequeño de barcos, cuando son en mayor número se denomina Flota.
6Planos de los mares, costas y fondos.
7 El arcabuz es una antigua arma de fuego de avancarga, antecesor del mosquete. Su uso estuvo extendido en la infantería europea de los siglos XV al XVII.
8Capitán de Infantería de la máxima confianza y experiencia.
9Nao de 701 tn, 50 cañones, 120 tripulantes y hasta 169 infantes.
10 Nao de 736 tn, 26 cañones, 68 tripulantes y hasta 169 infantes.

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